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      Por qué nos encantan los sociópatas

      melusina [sic] propone al lector una serie de reflexiones concisas, contundentes y microcósmicas sobre los aspectos básicos de la condición contemporánea.

      Otros títulos de la colección:

      Contra Debord

      Frédéric Schiffter

      De la miseria humana en el medio publicitario

      Grupo Marcuse

      Nada es sagrado, todo se puede decir

      Raoul Vaneigem

      Introducción a la guerra civil

      Tiqqun

      La insurrección que viene

      Comité invisible

      Informe verídico sobre las últimas oportunidades de salvar el capitalismo en Italia

      Gianfranco Sanguinetti

      Título original: Why We Love Sociopaths. A Guide to Late Capitalist Television

      © Zero Books, 2012

      © Editorial Melusina, s.l., 2016

      www.melusina.com

      © De la traducción: Albert Fuentes

      Reservados todos los derechos de esta edición

      Primera edición, enero 2016

      Primera edición digital, mayo 2020

      Fotocomposición: Belén Espejo Díaz

      eisbn: 978-84-15373-91-9

      Contenido

       Agradecimientos

       introducción

       La sociopatía como zozobra inversa

       El amor y otras fuerzas del mercado

       Las variedades de la experiencia sociópata

       1. Los maquinadores

       La decadencia del adorable diablillo

       Madres habilitantes, milfs y feminismo negativo

       Una serie sobre el nihilismo

       Juegos de niños: edición para mayores de dieciocho años

       2. Los arribistas

       De la telerrealidad al «realismo»

       Las paradojas del ascensor social sociópata

       Los peligros de cambiar las reglas de «el juego»

       3. Los justicieros

       Un hombre de ley al margen de la ley

       El asesino en serie como prestador de servicios a la comunidad

       Labores humanitarias inhumanas

       Conclusión: al rescate de la fantasía del sociópata

      Agradecimientos

      Me gustaría expresar mi gratitud a las siguientes personas que me han ayudado en este proyecto, ya sea conversando conmigo sobre las ideas o leyendo los primeros esbozos: Natalie Scoles, Brad Johnson, Erika Bolden, Ted Jennings y Tariq Goddard. También me gustaría hacer extensivo el agradecimiento a todas las personas que trabajan en Zero Books por haber publicado un segundo libro mío en su excelente colección.

      Varios fragmentos del tercer capítulo aparecieron en una versión ligeramente distinta en «The Ethics of Dr. Gregory House», PopMatters, 23 de abril de 2009 <http://www.popmatters.com/pm/feature/the-ethics-of-dr.-gregory-house/>.

      Introducción

      ∼ Mi mayor frustración es no ser un sociópata. Creo que no soy el único. Ya escribí en otro lugar que vivimos en la época de la zozobra, pero podríamos sostener con toda justicia que la nuestra es también la época del sociópata. Son las figuras dominantes de la televisión, por ejemplo, y casi no hay género televisivo que esté a salvo de su presencia. Las series de animación han sentido la fascinación por los padres sociópatas (con grados distintos de cordura) desde el mismo día en que los creadores de Los Simpson se percataron de que Homer era un protagonista más interesante que Bart. En una demostración de que los dibujos para el público infantil también pueden ser vehículos del mal radical, Eric Cartman, personaje de South Park, lleva más de una década escupiendo invectivas racistas y tramando maldades. En el otro extremo del abanico, los buques insignia de los dramas que la televisión por cable ofrece a un público con veleidades intelectuales han sido casi sin excepción sociópatas de toda clase: el mafioso Tony Soprano de Los Soprano, los gánsteres Stringer Bell y Marlo de The Wire, el seductor impostor Don Draper de Mad Men, por no hablar del asesino en serie que da nombre a Dexter. Entre unos y otros, cabría mencionar a los concursantes de realities que se traicionan entre sí para que «la audiencia no los expulse de la isla»; al Doctor House, que persigue diagnósticos con olímpica indiferencia e incluso hostilidad hacia los sentimientos de sus pacientes; al mujeriego personaje interpretado por Charlie Sheen en la comedia de situación Dos hombres y medio; a la abogada malvada y maquiavélica encarnada por Glenn Close en Daños y perjuicios; a Jack Bauer, el invencible cabrón que no se detendrá ante nada en su sociópata obsesión por desbaratar los planes de los terroristas en 24 horas; y por supuesto a los distintos sociópatas animados por el afán de lucro, ya sea en el terreno empresarial o en el político, que abarrotan los telediarios de la noche.

      Hasta cierto punto puede parecernos que no se trata de nada nuevo. Podría sostenerse que la mayor parte de las culturas han idolatrado a aquellos individuos despiadados que viven según sus propias reglas, aun a pesar de que en última instancia también se sientan obligadas a castigarlos porque no admiten que vayan por libre. Sin embargo, esta tendencia que observamos en el mundo del entretenimiento plantea cierta novedad que va más allá del comprensible deseo de fantasear con una vida lejos del corsé de la sociedad. El sociópata fantástico se halla, en cierto modo, al margen de las normas sociales —por ejemplo, es en gran medida ajeno a toda forma de compasión humana y suele ser amoral—, y al mismo tiempo es un maestro de la manipulación capaz de instrumentalizar las normas sociales para conseguir cualquier cosa que se le antoje.

      Es este dominio magistral del entramado social lo que diferencia a nuestro sociópata fantástico contemporáneo tanto del psicópata como de los sociópatas de carne y hueso. Aunque la mayoría de los personajes que hemos mencionado más arriba son asesinos despiadados, en general no son psicópatas o «locos» que persigan la destrucción por el simple gusto de destruir ni tampoco tienen que lidiar con una compulsión que no son capaces de controlar. En efecto, suelen tener un dominio mucho mayor sobre sus acciones que una persona «cuerda» normal y además son mucho más capaces de concebir planes a largo plazo con objetivos concretos y realizables.

      Este grado de autodominio también los aleja de una definición más clínica de la sociopatía. No me apetece ahora indagar en la biblia de las enfermedades mentales ni en cualquier otra fuente autorizada en el ámbito de la psicología, donde la utilidad de la sociopatía como categoría

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