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que espere en el portal hasta que él regrese, que hará lo posible por no tardar demasiado.

      El dominico se interesa por su interlocutor:

      —¿Cómo te encuentras?... Aquí lo hablaremos... Yo creo que un poco mejor estás, aunque estés mal… Tú fíjate en la parte positiva porque si miramos solo el lado... ¡Cómo que no! ¡Tienes que tenerla, hijo mío!... Y luego, lo que estás demostrando es que no tienes pereza de hacer estos largos viajes... ¿De acuerdo? Un abrazo, adiós.

      —¿Este señor está mal, padre?

      —Sí.

      —¿Él no confía curarse?

      —Sí, decía eso, que estaba un poco desanimado. Tiene más de sesenta años y vive solo. Vino aquí porque intentó acudir a otros sitios y no le atendieron. Ha venido tres o cuatro veces. Aunque diga que no ha mejorado, yo creo que un poco de alivio tiene. Como otros, piensa que con solo venir aquí se arreglará todo enseguida, pero hay que realizar un proceso y, encima, él es un poco especial.

      —¿Reza con el librito que usted le dio?

      —Sí. Bueno, él tiene más devoción.

      —¿Entonces él reza motu proprio en su casa?

      —Es bastante devoto. Pero en ocasiones se tienen devociones a muchos santos y a otras cosas que están de más. Hay que tener mucho cuidado con eso porque hay que ir a lo fundamental, que es Jesucristo. A veces no...

      —¿Se está refiriendo usted a las supersticiones, a la superchería?

      —Sí, aquí y en otros sitios.

      —¿Él piensa que tiene algo demoníaco que va con él?

      —Así lo cree. Él es devoto, pero hay ciertas cosas que...

      El padre se reprime y no acierta a terminar la frase.

      —Pero es curioso porque si uno hace las cosas bien, reza y tiene una vida correcta, no debería experimentar ciertas cosas... ¿No cree?

      Para mi desconcierto, el móvil vuelve a sonar. El padre habla con quien parece ser una joven. Al finalizar la conversación telefónica, sin rubor me lanzo a preguntar:

      —¿Otra visita?

      —Atendí a sus padres.

      —¿Es una mujer?

      —Sí.

      —Pues estará muy agradecida.

      —Sí, mucho. Me acaba de invitar a su boda pero no puedo ir, tengo ese día comprometido.

      Consulta su agenda y aprovecho para confirmar nuestra próxima entrevista, el día seis de febrero. El cinco también hemos quedado en vernos para ir a comer con las editoras Alexandra y Anabel.

      Continuamos la charla y me decido a averiguar algo más sobre la historia de aquel hombre que atraviesa toda España para que le atienda el padre Gallego.

      —Ese señor, ¿sufre de influencia demoníaca?

      —Él está convencido de que sí, que es influencia demoníaca. Intento quitarle esa idea explicándole que algunas de las situaciones que vive bien podrían estar provocadas por causas naturales.

      —¿Tiene visiones?

      —No, de eso no ha dicho nada.

      —¿Entonces?

      —Sufre porque no se encuentra bien. Tiene cada noche sueños muy extraños y no duerme apenas. Padece una serie de fenómenos muy raros.

      Advierto que el padre se resiste a darme detalles que pudieran comprometerle a él o a las personas que le confían sus pesares. Entiendo perfectamente su delicada posición.

      Antes de concluir nuestra entrevista, le pregunto al exorcista si guarda algún registro o anotaciones de los centenares de casos que pasan por su despacho y me confiesa que no. Subraya la importancia de mantener la máxima confidencialidad. En su agenda negra de piel solo anota con un lápiz el nombre y el teléfono de cada visita. Su memoria se encarga del resto.

      5. Una vida contra el Maligno

      De Castrillo de los Polvazares a Roma

      Castrillo de los Polvazares es una pequeña localidad española perteneciente al municipio de Astorga, en la comarca de Maragatería, provincia de León. Allí, donde todos se conocen, fray Juan José Gallego Salvadores es conocido como Juanjo o Juan José, el hermano de Lolo (quien más tarde sería padre Jordán). Es el sexto de siete hermanos. Por orden de nacimiento: Celsa, Maruja, Francisco Manuel (Lolo), Agapito Siro (fallecido a los pocos meses), Simón Tomás (Tomasín), Juanjo y Nilo.

      Los padres de esta familia numerosa de Castrillo de los Polvazares eran Francisco Gallego de la Puente y Odubia Salvadores Martínez, dos respetados labradores de la zona.

      Por poco le vino a Juanjo de nacer en la lejana isla de Cuba, donde su tío Simón Salvadores, el hermano de su madre Odubia, se ganaba provechosamente la vida con extensas plantaciones de café. Durante aquellos años de bonanza, Francisco, el padre del exorcista, estuvo ayudando a su cuñado en el negocio y quedó cautivado por la isla y esperanzado ante una vida mejor que la que se ofrecía en aquellos años en España. Después de meditarlo y anhelando esa soñada prosperidad, la familia Gallego-Salvadores decidió trasladarse al completo al país caribeño para fijar allí su nueva residencia. En aquel entonces ya habían nacido Celsa, Maruja y Lolo, a Juanjo todavía no se le esperaba.

      Avatares del destino y cuando todo parecía indicar que finalmente sí se trasladarían a Cuba, un hecho inesperado alteró los planes de la familia. El repentino estallido de la guerra civil española, el 18 de julio del año 1936, hizo imposible el traslado, incluso a pesar de tener los billetes pagados por el tío Simón.

      Juanjo nace en la España de posguerra, a unos meses de finalizada la cruenta Guerra Civil Española, mientras Europa contemplaba atónita el avance alemán. Era el 4 de abril de 1940.

      Enmarcados en el contexto de una España que trataba de recomponerse después del conflicto fratricida, los adolescentes del pequeño Castrillo de Polvazares debían salir de su pueblo si querían estudiar, aunque, en realidad, eran pocos los que podían llegar a costearse el viaje y los estudios. Fray Juan José describe la situación familiar en aquellos días como poco halagüeña:

      1 Juan José Gallego Salvadores y José Vela Moreno, Recordando al Padre Jordán Gallego Salvadores, dominico, y a su pueblo Castrillo de los Polvazares. Editor José Vela Moreno. Valencia, 2001.

      Fray Juan José recuerda perfectamente aquel primer día cuando a la edad de trece años debió abandonar el núcleo familiar y marchar lejos. Sabía que su madre, Odubia, no estaba del todo convencida y a él le carcomían las dudas. Su hermano Tomás, siete años mayor, finalmente intervino y le ayudó a decidirse con un argumento que haría honda mella en él:

      —Unos años antes yo había dicho que quería ir allí donde se encontraba mi hermano Francisco Manuel, al que llamábamos Lolo, pero llegado el momento me hice el remolón. Apareció Tomás y me sermoneó que en nuestra casa se cumplía lo que se prometía: «Si tú has dicho que vas, ahora hay que cumplir». Aquello me desmontó totalmente, pero en la vida hay que ser aventurero.

      Superados estos breves momentos de incertidumbre, una de sus hermanas mayores tuvo a bien acompañarle desde su pueblo natal de Castrillo de los Polvazares hasta León. Una vez en la capital, el joven Gallego se reunió con un grupo de doce chavales leoneses. Todos juntos, sin saber muy bien cómo, emprendieron viaje en el famoso tren «Shangai Exprés» que

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