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Pero debemos aprender a transitar la soledad. El temor representa simplemente el aflojarse de la tensión después de haber aguantado la presión enorme del ruido de los que nos rodean. Transitar la soledad es un aprendizaje para descubrir el interior habitado y fecundo desde el que somos y vivimos.

      El amor no es lo contrario de la soledad, sino una soledad sonora, es decir: una soledad compartida. Nos sentimos asustados por los espacios vacíos de nuestro interior. Y la propia soledad no tiene nada que ver con la presencia o ausencia de las otras personas. En nuestra sociedad, el no hacer nada se teme y despierta la culpa.

      ¡Nos han preparado para hacer cosas, y muchas cosas al mismo tiempo, a ser posible! Pero para vencer la culpa deberemos hacer las paces con nuestra soledad y aceptarla como amiga, sin asustarnos de sus espacios vacíos, que son las estancias solícitas del amor y la amistad.

      * * *

      Los textos que componen este libro son fruto de la soledad. Unos vinieron a mis manos, otros resonaron pausadamente en el silencio, otros brotaron al filo de la desesperanza de unos acontecimientos que, como proyectiles, la dureza de lo cotidiano me lanzaba a los ojos.

      Pero todos encontraron en mi conciencia un lugar de soledad y de reposo. Un lugar circunstancial, pero no insustancial, un lugar en donde reposar la vida, la Vida. Porque también el misterio me regaló momentos de soledad sonora, de compañía doliente, de espera desesperada.

      En algunos me repito, seguramente; son fogonazos, unos más reflexivos que otros, pero que no han perdido el gusto por lo incidental de tantos momentos en que el misterio roza con su susurro el rostro de mi alma. Como Elías en la ruta del Horeb, la montaña del Dios que siempre espera.

      Facebook ha sido el instrumento para ir hilvanando el rumor de los días y el diálogo despertado con las personas que me han respondido, me han aceptado con sus «Me gusta» o su «Compartir». Sus voces forman parte, y muy importante, de lo que vas a leer. Voces mudas, seguramente, pero no por ello menos activas, que han ido configurando los textos que, con sus pulsaciones cordiales, han ido brotando en el teclado de mi ordenador.

      Una consideración de alcance más personal: el 13 de marzo de 2013 –¡una de mis primeras anotaciones!–, tras la renuncia inesperada de Benedicto XVI, fue elegido papa, por primera vez en la historia de la Iglesia, un compañero jesuita: el argentino P. Jorge Mario Bergoglio, quien quiso ser conocido como «Francisco» en honor al santo de Asís. De modo que estas anotaciones mías en Facebook coinciden en el tiempo con sus casi cinco años de obispo de Roma, que preside en la caridad a toda la Iglesia.

      Recogen los últimos cuatro años de mi vida, los más recientes: de 2013 a 2017. Y cada uno de estos períodos anuales los he titulado a posteriori con una frase que sugiriese, en cierto modo, una temática. De ningún modo se ajustan todos ellos al mismo tema. Más bien he pretendido dar a cada período anual un hilo conductor, un subrayado que, como corriente profunda de agua, atravesara todo mi pensar y sentir. Como se puede comprobar, el intento ha sido bastante vano. Se hace imposible creer que hay un solo espíritu que rige todo lo que somos y pensamos.

      Los espíritus que habitan nuestra vida brotan tanto del corazón como de la realidad cotidiana, y nos inspiran voces que buscan el eco de la nuestra, la respuesta a su insistencia, un brote de tensión reflexiva que se imprima en un texto vivo, algo que palpite al eco de la música recibida... Y ahí es donde he ido descubriendo el misterio de Dios en lo cotidiano. O mejor: lo cotidiano como lugar teologal en donde la experiencia de la fe se ensancha: inicio y consumación, al decir del maestro, siempre tan lúcido, Andrés Tornos.

      Podemos aspirar hacia un saber de Dios gustado y sabroso. Y, si lo descubrimos, alimentamos nuestra vida de todos los días y saboreamos una sabiduría nueva. Entonces seremos como ese árbol que, al estar plantado cerca del agua fresca de la acequia, crece lozano y frondoso y da frutos en su sazón. Hay un misterio oculto en la vida de cada uno al que podemos acceder desde la profundidad de nuestro corazón. Porque solo podemos amar realmente lo que tiene misterio, lo que nos invita hacia la hondura de la vida, hacia las raíces profundas de nuestro ser.

      En el amor se nos descubre que lo más nuclear de nuestra existencia no lo podemos manipular, que se nos entrega desde la gratuidad o se nos cierra una y otra vez; y entonces nos vamos a perder lo más interesante, aquello que da brillo a nuestra vida, que nos hace vivir con intensidad. Porque solo al que ama se le pone derecha la columna vertebral.

      Iniciarnos en lo sabroso de Dios es un elemento de la cultura del fervor en lo cotidiano, y saborear internamente el amor, gustado desde la pobreza más íntima de nuestro ser, es un ejercicio restaurador. Porque lo hacemos con la seguridad de sabernos en manos de un Amor que siempre es exigente y excesivo.

      2013

      AMOR QUE SIEMPRE VUELVE

      2 de enero

      Los que no pueden dar un poco de sí mismos siempre dan muy poco... ¡No se puede reemplazar el corazón por un simple regalo! Cuando un compañero se va, se hace un vacío de silencio a nuestro alrededor. Todo calla menos el corazón... ¡Gracias, amigo, por tu vida entera tal y como fue!

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      18 de febrero

      En el Evangelio, las tentaciones forman parte también de nuestra frágil búsqueda. Dios se va afianzando en nuestra vida en medio de muchas resistencias y engaños. Pero el Espíritu camina con nosotros. Me llamó la atención que Lucas nos recuerda que, a Jesús, el Espíritu «lo fue llevando por el desierto» para ser tentado. El Guía es el Espíritu, y Jesús aprende a «ser conducido», que es lo más importante para nuestra vida. Creo que somos conducidos, como Pedro, a donde no queremos muchas veces... pero así se va cumpliendo lo que Dios quiere de nosotros.

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      24 de febrero

      El vínculo cotidiano entre la fe y la vida tiene que ver, básicamente, con la transparencia. Transparentar la gloria, vivir la Presencia, hacer de nuestras calles un Tabor.

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      3 de marzo

      Paradojas del amor: el símbolo de la zarza es la esterilidad; el de la higuera, la fecundidad. Pero como la zarza que arde, habitada por él, hace fecunda la vida de Moisés, del mismo modo el Viñador cava alrededor de la higuera estéril y le echa estiércol para que sea fecunda y dé fruto... ¡con mucha paciencia!

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      11 de marzo

      ¿Quién merece mi confianza? ¿El que se va o el que se queda? ¿De quién tengo que oír: «Este hermano tuyo...»? ¿Por qué me resisto tanto a entrar en el convite fraterno? ¿Escucho en el corazón: «Tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo»? ¿Hasta dónde tengo que perder para entrar en mi profundidad y volver, volver, volver...?

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      13 de marzo

      Elección del papa Francisco: Servus servorum Dei. ¡Amén, que así sea!

      Algo sobre el corazón y la fuerza de Dios para convertirlo. Nos disponemos a un corazón «contrito», es decir: estremecido, si nos dejamos afectar por el sufrimiento de los demás, sean semejantes o diferentes, todos próximos. Igual que el corazón se ensancha con la alabanza, se estremece con la compasión. Así se convierte en lugar de culto interior, eucaristía de entrega y proximidad de Dios y de los hermanos. Verdaderamente, «el altar está en todas partes...» en donde ponemos el corazón de carne, regalo del Señor, al arrancarnos el de piedra y darnos su Espíritu.

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      20 de marzo

      Aprender a penetrar en el misterio personal del otro, pero sin querer agotarlo, acercarnos a las aguas mansas de su intimidad sin enturbiarlas, dejarnos sorprender por su misterio... Estos son los requisitos de la felicidad. Se trata de posibilitarle siempre esa comunión esencial con su propio misterio

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