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Lady Felicity y el canalla. Sarah MacLean
Читать онлайн.Название Lady Felicity y el canalla
Год выпуска 0
isbn 9788417451967
Автор произведения Sarah MacLean
Жанр Языкознание
Серия Romantica
Издательство Bookwire
Se volvió para seguir la dirección de aquella mirada, aun sabiendo, de alguna forma y por imposible que fuera, lo que iba a encontrar.
A quién se iba a encontrar.
lady Felicity Faircloth estaba junto a la ventana que había en el otro extremo de la habitación, como si tal cosa.
Capítulo 7
Había una mujer con él.
De todas las cosas que Felicity había esperado que ocurrieran cuando fingió estar indispuesta y se escabulló de su casa al atardecer para llamar a una calesa que la llevara al misterioso lugar garabateado en el reverso de su tarjeta de visita —y había imaginado muchas—, no había esperado a una mujer.
Una mujer alta y llamativa, maquillada a la perfección y con el pelo como una puesta de sol, vestida con unas faldas repletas de hileras de amatistas y un corsé decorado en el tono berenjena más intenso que Felicity hubiera visto jamás. La mujer no era lo que se dice hermosa, pero era orgullosa y elegante e impresionantemente… impresionante.
Era el tipo de mujer de la que los hombres se enamoraban locamente. Sin duda alguna.
Exactamente el tipo de mujer que Felicity soñaba ser muy a menudo.
¿Estaba Diablo loco por ella?
Felicity nunca se había alegrado tanto de estar en una habitación poco iluminada como en ese momento, puesto que la cara le ardía de pánico y cada partícula de su ser deseaba huir. El problema era que el hombre que se hacía llamar Diablo y su compañera bloqueaban la única salida, a menos que considerara la posibilidad de saltar por la ventana.
Se giró para estudiar los oscuros cristales y calcular la distancia hasta el callejón que había debajo.
—Demasiado lejos para saltar —le dijo Diablo, como si estuviera dentro de su cabeza.
Se volvió para enfrentarse a él.
—¿Estás seguro? —repuso con descaro.
La mujer se rio y respondió.
—Bastante. Y lo último que Dev necesita es una pequeña aristócrata aplastada. —Se detuvo, y la familiaridad del apodo con que le había llamado flotó entre ellos—. Eres una aristócrata, ¿no es así?
Felicity parpadeó.
—Mi padre lo es, sí.
La mujer pasó al lado de Diablo como si él no se encontrara allí.
—Fascinante. ¿Y qué título tiene?
—Él es el…
—No responda a eso —interrumpió Diablo, para después entrar en la habitación y dejar su sombrero en una mesa cercana.
Encendió una lámpara de gas y el lugar se llenó de una suntuosa luz dorada. Cuando se volvió hacia ella, tuvo que reprimir el impulso de recorrerla con la mirada.
Y fracasó.
Deslizó los ojos por su cuerpo, contemplando su pesado abrigo —demasiado cálido para la temporada— y las altas botas que llevaba debajo y que estaban cubiertas de barro, como si hubiera estado retozando con cerdos en alguna parte.
Él se quitó el abrigo y lo tiró sin cuidado sobre una silla cercana, mostrando el atuendo más informal que había visto nunca en un miembro del sexo opuesto. Se trataba de un chaleco estampado sobre una camisa de lino, ambos en distintos tonos de gris, pero no llevaba corbata. No había nada en absoluto que cubriera la abertura de la camisa; lo que permitía vislumbrar los músculos de su cuello y un largo y profundo triángulo de piel, salpicado de una pizca de vello oscuro.
Nunca había sido testigo de algo así… Podría contar con los dedos de una mano el número de veces que había pillado a Arthur o a su padre sin corbata.
Tampoco había visto nada tan masculino en su vida.
Sintió que ese triángulo de piel la absorbía.
Después de una pausa demasiado larga, Felicity se dio cuenta de que estaba mirándolo fijamente, y se volvió hacia la mujer, que había arqueado las cejas, como sabiendo justo lo que Felicity estaba pensando. Incapaz de enfrentarse a la curiosidad de la otra mujer, Felicity se giró de nuevo hacia Diablo, aunque esta vez lo miró a la cara. Otro error. Se preguntó si alguna vez se acostumbraría a lo apuesto que era.
Dicho esto, podía pasar sin que él la mirara como si fuera un insecto que se había caído en sus gachas.
Y eso que no parecía el tipo de hombre que comía gachas.
La miró con los ojos entrecerrados, pero ella ya había tenido suficiente.
—¿Qué desayuna?
—Pero ¿qué…? —Él negó con la cabeza, como para aclararla—. ¿Qué?
—No son gachas, ¿verdad?
—Dios mío. No.
—Esto resulta fascinante —confesó la mujer.
—No, para ti no lo es —le respondió él.
Felicity se puso furiosa a causa de aquel tono cortante.
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