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también los invitados de la competencia. Ya sabes que esto es un «A ver quién mea más qué yo». Irán bastantes cadenas. Es una oportunidad para que saludes a los directivos.

      El corazón se me paralizó como hacía mucho tiempo que no ocurría. Revisé la lista, desesperada, rezando para mis adentros por no encontrarme el nombre de la persona a la que juré que nunca más volvería a ver, y como si Susan hubiese leído mi pensamiento, dijo:

      —Waris Luk está en la lista.

      Por no decir: «Edgar Warren está en la lista».

      El día llegó, y a las dos de la tarde estaba con el gran maletón turquesa y la bolsa de mano —que más bien era otra maleta pero en pequeño— en el puerto de Barcelona. Dirigí mis pasos hacia los controles que había antes de entrar y llegué al final de la estancia, donde un gran photocall se alzaba para todas las personas del barco. Algunos venían con la familia al completo, y yo, como de costumbre, iba sola.

      Avancé por delante de los fotógrafos y de la gente que esperaba la cola y escuché que uno de ellos me llamaba:

      —Señorita, ¿no quiere un recuerdo?

      Me giré en dirección a la voz y negué con la cabeza, dándole las gracias en silencio. Cuando estuve a punto de continuar con mi paso, una mano firme me sujetó de la cintura, girándome.

      —¡Hola, hola! —me saludó con euforia.

      —¡¡Luke!!

      Nos fundimos en un gran abrazo lleno de risas. Antes de despegarnos, observé que estaba más fuerte de lo que recordaba. Verlo allí fue un soplo de aire fresco que necesitaba para afrontar aquel viaje. El apasionante Luke Evanks, amigo y confidente en algunos casos, había aparecido de la nada provocándome la mayor sorpresa que habría podido imaginar. Analicé su esculpido cuerpo durante unos segundos, dándole un repaso que el agradeció con media sonrisa en sus bonitos y finos labios mientras me atravesaba con aquellos ojos tan oscuros como la noche. Elevé mi rostro para poder mirarlo mejor, pues era bastante más alto que yo.

      —¡Vaya! Estás machacándote bien, ¿eh? —lo halagué, tocando su brazo.

      —En algo tendré que invertir las vacaciones.

      Alcé una ceja de forma interrogante, pero no le pregunté por el motivo en cuestión. Imaginé que ya me lo contaría con más tranquilidad.

      —Vamos, hagámonos una foto de recuerdo. Hace dos años que no te veo. —Me guiñó un ojo, sin borrar esa espectacular sonrisa que siempre poseía.

      Reí. Con su mano en mi cintura, nos dirigimos hacia el dichoso photocall, donde el fotógrafo sonrió por haberlo conseguido de una manera u otra. Segundos después accedimos al puerto, y no pude evitar soltar un murmuro de sorpresa:

      —Madre mía… No sé si habrá alguno que pueda superarlo.

      —Ejem… —carraspeó—, gracias. —Me miró mal.

      —No digo que los tuyos sean malos, pero esto… —musité anonadada.

      —Es una enorme máquina, las cosas como son.

      Luke también tenía una cadena de cruceros, llamada Evanks, que más o menos se creó a la misma vez que las del señor Lincón, el dueño del gran trasatlántico que teníamos delante. A Luke lo conocí cuando trabajaba para Waris Luk, con Edgar, quien en ciertas ocasiones programaba viajes a medias con su empresa.

      Sin palabras, admiré cada detalle del barco. Sus catorce plantas ocasionaron que una especie de vértigo se apoderase de mí, y tuve que bajar la vista para no marearme. Era de color blanco, con algunos adornos en las líneas que separaban las plantas de color naranja, y toda la cubierta era de un azul tan intenso como el mar de noche.

      —No es apto para cardíacos —me aseguró con una sonrisa de oreja a oreja.

      —No, desde luego que no lo es —le respondí de la misma forma.

      —¿Vamos?

      Extendió su mano para que pasase delante de él y así lo hice, mostrándole un gesto de agradecimiento. Él solo llevaba una simple maleta de mano pequeña. Le lancé un vistazo a mi gran equipaje, haciendo una mueca con los labios.

      —Me da la sensación de que he venido para quedarme más de una semana —musité con desgana.

      —No te fijes en mi maleta. Cabe más de lo que te imaginas.

      En la entrada, dos hombres de la tripulación escanearon nuestros equipajes y después pasaron el detector por los papeles con el código de acceso que nos habían facilitado. Un hermoso vestidor con una iluminación bestial se abrió paso ante nuestras miradas sorprendidas. Me dio tiempo a contar siete ascensores que tardaban dos segundos en llenarse hasta las trancas, y frente a ellos, una gran escalera tan ancha que podrían caber quince personas de lado, como mínimo. Los suelos estaban cubiertos de una moqueta de color rojo, con una gran hilera en los filos de un oro intenso. Contemplé el plano en una de las columnas, sorprendiéndome al ver la cantidad de cosas que tenía, muy similares a otros. Pero eso sí, con todo lujo de detalles.

      —Bien, señorita, dejamos las maletas y ¿adónde vamos? ¿Prefieres tomarte una copa en la terraza o quizá bañarte en la piscina olímpica, o tal vez sentarte en los taburetes de la otra piscina? —Hizo un gesto de indiferencia—. No sé, hay tantas cosas que está empezando a dolerme la cabeza.

      Solté una carcajada por su comentario. Luke siempre fue un loco risueño de la vida, y eso no había cambiado en los dos años que no nos veíamos.

      —La verdad es que no lo tengo muy claro, pero primero —volví mis ojos a las maletas— vamos a dejar el equipaje.

      —¡Pues andando!

      Esperamos pacientes el ascensor, sin hacer ningún comentario fuera de lugar. La gente que se subió minutos después con nosotros eran familiares, amigos o conocidos del resto de los dueños de otras cadenas que también estaban en el barco. Llegamos a la cuarta planta y, de casualidad, Luke tenía la habitación de al lado.

      —Cinco minutos. —Me señaló—. Tenemos que hablar de muchas cosas.

      Sonreí.

      —¡Oído cocina!

      Pasé la tarjeta por el lector y la puerta se abrió, mostrándome una habitación gigantesca con una cama de al menos dos metros de ancho, vestida con unas sábanas blanquecinas y una colcha a juego con los cojines de un rojo intenso. Disponía de un cabecero de color negro de la misma medida, y junto a él había unas amplias cortinas de diversos tonos un poco más apagados que dejaban entrever una diminuta terraza con una mesa y dos sillas de diseño.

      Tras inspeccionar la habitación con minuciosidad, dejé la maleta a un lado y me permití tirarme en la cama. Todavía me quedaban dos minutos. Sonreí al comprobar mi reloj. Echaba de menos a Luke, pero jamás fui capaz de ponerme en contacto con él por miedo a que le revelase a Edgar mi paradero. Y ahora solo rezaba para que no hubiese acudido al crucero, o el tiempo y el esfuerzo que había puesto por apartarme de todo lo que se relacionaba con él se irían al traste de un plumazo. Por mucho que intentara convencerme de que mis sentimientos hacia él ya no existían, en el fondo sabía que era mentira.

      Salí de la habitación y Luke lo hizo a la vez. Me observó con cara de interesante, y no pude evitar soltar una carcajada cuando en su boca se mostró una perfecta O, indicándome el lujazo que teníamos alrededor.

      —Voy a tener que empezar a plantearme el diseño de mis barcos de otra manera.

      —¡Oh, vamos! No seas tonto, tus barcos son estupendos. Solo que este es nuevo y tiene más chorradas. Además, no puede competir con tus precios. —Le guiñé un ojo.

      Bajamos las escaleras andando con tal de no esperar a que los ascensores llegasen y nos paramos en la cubierta tres, donde se encontraba el restaurante. Cogimos una mesa para dos y enseguida las cartas tomaron posición en nuestras manos.

      —Me

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