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pudieran acceder a la oculta sabiduría. El doctor William Stukeley, primer secretario de la Sociedad de Anticuarios de Londres, confesó que “la curiosidad le indujo a iniciarse en los misterios de la masonería, pues sospechaba que pudiera tratarse de vestigios de los misterios de la antigüedad”.

      El ya citado Elías Ashmole, que ingresó en la masonería en 1646, fue fundador del Ashmolean Museum de Oxford. También sintió gran interés por la arquitectura medieval y reunió datos para escribir un libro sobre el castillo de Windsor. Por su afición a la cábala y al rosacrucismo se considera que introdujo en la masonería el símbolo rosacruciano y el grado de Caballero Rosacruz. Sin embargo, sabemos que asistió pocas veces a las reuniones de su logia.

      El cambio de orientación de la hermandad fue un hecho aunque muchos arquitectos como el propio Wren ingresaran en ella, sin embargo, se conservó escrupulosamente el espíritu de la antigua cofradía con sus principales usos tradicionales, se abandonó el arte de la construcción a los trabajadores de oficio, si bien se mantuvieron los términos técnicos y los signos usuales que simbolizaban la arquitectura de los templos, aunque a las expresiones se les dio un sentido simbólico.

      Cierto Manual de bolsillo para francmasones determinaba:

      La piedra labrada, o sillar acabado, simbolizaba “al hombre ya anciano que hubiera llevado una vida ordenada y bien empleada con actos de piedad y virtud que no pueden medirse y aprobarse sino por la escuadra de la palabra de Dios y el compás de la propia conciencia”.

      El templo masónico reproduce al Templo de Salomón como representación del hombre perfeccionado. En 1663, los masones de Wakefield, al abrir su asamblea en el templo, invocaban primero al “Soberano Creador, el Shadaï, Arquitecto del Cielo y la Tierra, dador de todos los dones”, etc.

      Representación del Templo De Salomón

      Al doble esoterismo se asimila, por una parte, la tradición bíblica de dos columnas erigidas en el templo: Jaquín y Boaz. Una leyenda recoge la historia del maestro Amón, arquitecto del Templo de Jerusalén, asesinado por dos masones celosos, extrañamente convertida, en la Edad Media, en la historia del caballero Aymon que, al retornar de Tierra Santa se hace albañil para ayudar a construir la catedral de Colonia y es asesinado también por unos compañeros. En una y otra leyenda vemos la idea de compañerismo negativo de dualidad, oponiéndose al mito de maestría (y de unidad positiva).

      Representación de las Columnas Jaquín y Boaz

      El Templo de Salomón se torna como representación del hombre perfeccionado. Sin embargo, los nuevos tiempos estaban en contra del dogmatismo y favorecían la tolerancia de cualquier creencia particular que no excluyera la idea del Ser Supremo, esto era el Deísmo, creencia de un Dios al margen de las doctrinas teológicas, muy en boga entre las clases cultivadas de las que procederán los nuevos miembros de la masonería. A partir de entonces, la masonería se transformó en una institución, cuya característica era la constitución de una finalidad ética, capaz de propagarse por todos los pueblos civilizados.

      En el aspecto jurídico, constituyó la victoria de derecho escrito sobre la costumbre provocando el nacimiento de una nueva idea: la de la obediencia o federación de logias en la que residirá la soberanía. Solo la Gran Logia de Inglaterra tendría autoridad para fundar otras nuevas, dando origen así a la masonería especulativa o regular que según sus miembros “conquistará el mundo”.

      Las logias se nutrieron a partir de entonces de sabios, poetas, gentilhombres y nobles eclesiásticos. Los señores escoceses del séquito del rey Jacobo Estuardo, cuando se refugió en Francia, fueron los iniciadores en aquel país de la primera masonería de “rito escocés”. Durante la última década del siglo XVII al menos existían siete logias en Londres y una en York que se reunían regularmente. La masonería se había transformado en una sociedad de patrones bien definidos.

      El objetivo de otros masones libres consistía en liberar a cada hombre, tomado individualmente, de sus cadenas, más que de crear una república de igualdad, consiguiendo una cierta promoción social. Para ello se utilizaba la labor personal, pero también las celebraciones y el “consejo fraternal”. Hay quien dice que para ello se apelaba a la entonces vigente disciplina jesuítica y a la de los cuáqueros en cuanto al honor.

      Muchos eclesiásticos admitidos en las logias aceptadas no estaban de acuerdo con un esoterismo incomprensible para ellos, y manifestaron: “No es la obra la que puede instalar el Paraíso en la Tierra, sino la bondad, la caridad, la virtud modelo, pues todos los hombres son semejantes y una ley es suficiente para todos”.

      Las Constituciones de Anderson

      Fue entonces cuando la logia de San Pablo de Londres decretó que los privilegios de los masones serían para todas las profesiones, con el fin de aumentar el número de miembros de las logias decadentes. Así nació la masonería moderna.

      Sin embargo, los tiempos revueltos acontecidos durante los últimos años del reinado de la reina Ana (1702-1714) y la subida al trono del rey Jorge I de Hannover, que provocó las revueltas del nombre del pretendiente Estuardo, no permitieron que las reformas de la logia londinense dieran sus frutos, sumidas las demás en una inanición que se agravó con la dimisión de Wren.

      La reducción de las constituciones para la Orden del Gran Arquitecto del Universo, corrió a cargo de dos pastores protestantes, Jean-Théophile Désaguliers y James Anderson. El nombre de este último es el que figura en el frontispicio de las constituciones, por lo que desde entonces serán conocidas como Constituciones de Anderson. La primera edición apareció en 1723.

      James Anderson nació alrededor de 1684 en Aberdeen (Escocia) se hizo pastor

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