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de la ambulancia y un montón de gente. Él se quedó detrás, viendo cómo a su madre se le iba la vida…

      Pero no quería pensar en ello. Era demasiado doloroso.

      Tenía que concentrarse en el presente y eso ya no incluía a Danielle Ford. Podía olvidarse del dinero que le debía. Olvidarse e ir a buscar a otro pobre tonto que la mantuviese. En cuanto a él, Danielle había dejado de existir.

      Una pena que pasar el próximo fin de semana en su apartamento de Sídney, desde el que podía disfrutar de una hermosa panorámica del puerto y de la Ópera, no le apeteciera nada. Le faltaba algo.

      O alguien.

      Él nunca había dejado que una mujer lo afectase de esa manera. Tenía muchas amigas que lo habían intentado todo para casarse con él, pero Danielle Ford había elegido una manera diferente de llamar su atención.

      Desgraciadamente para ella había ejercido el efecto contrario al que esperaba. Porque lo único que él no haría nunca sería mantener relaciones con una mujer embarazada.

      No porque las mujeres embarazadas no fueran bonitas. Había visto a algunas de quitar el hipo y, afortunadamente, ninguno de esos niños era responsabilidad suya. Pero había decidido años atrás que jamás arriesgaría la vida de una mujer por culpa de un embarazo.

      Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en ella? Una mujer con la que ni siquiera se había acostado…

      Quizá era por eso.

      Pero Danielle solo era una mujer. Habría muchas más, se dijo. Aunque no serían más que las pobres sustitutas de una fascinante hechicera… una bruja, una tramposa, se recordó a sí mismo.

      Definitivamente, tenía que dejar de pensar en una rubia de largas piernas y ojos azules desnuda sobre su cama…

      La semana siguiente, después de una comida con el alcalde, su ayudante personal entró en el despacho con expresión furiosa. Y Connie no solía perder la calma. Era una de las cosas que más apreciaba de ella.

      –Han traído esto –dijo, con los labios apretados, dejando un sobre encima de su mesa–. Es para ti.

      –¿Y?

      Connie lanzó sobre él una mirada de desaprobación.

      –Es de la señora Ford.

      –¿De Danielle?

      –Sí.

      –¿No te cae bien? –preguntó Flynn.

      –¿Por qué no iba a caerme bien? Es agradable, educada. Pero lo mejor será que leas la carta.

      –Gracias, Connie. Déjala ahí, luego la leeré.

      Su ayudante pareció a punto de decir algo más, pero después lo pensó mejor y salió del despacho.

      Por un momento Flynn se quedó inmóvil, observando aquella letra tan femenina. Las iniciales de su nombre tenían una especie de ricitos… era como el eco de su voz, llamándolo.

      Y cómo le gustaría oír esa voz ronca suya…

      ¿Aquella mujer no sabía cuándo debía rendirse?

      Flynn, que nunca dejaba las tareas desagradables para otro día, sacó la nota que había dentro del sobre y empezó a leer:

      Querido señor Donovan,

      Adjunto le remito un cheque por cien dólares como primer pago de la deuda de doscientos mil que mi difunto marido contrajo con su empresa. Le pido disculpas si esta forma de pago le parece inaceptable, pero debido a mi embarazo no puedo buscar otro trabajo además del que ya tengo. Por favor, tome esto como una confirmación oficial de que estoy dispuesta a pagar la totalidad del préstamo en el menor plazo posible.

      Cordialmente,

      Danielle Ford

      Flynn tiró la carta sobre la mesa. Ahora entendía que Connie estuviese enfadada con él. Las palabras de Danielle lo hacían parecer un ogro.

      Evidentemente, esa era su forma de manipular. Y ahora el embarazo la hacía parecer una pobre víctima.

      En cuanto a su supuesto trabajo, seguramente sería un puesto de voluntaria; algo que hacía una vez al mes para quedar bien. Algo que le daría una pátina de respetabilidad sin tener que ensuciarse las manos, decidió, rasgando el cheque y tirándolo a la papelera.

      No pensaba contestar y, con toda seguridad, ella se olvidaría del asunto. Lo haría en cuanto se diera cuenta de que no iba a ir a buscarla con una varita mágica en una mano y un talonario en la otra.

      Pero a la semana siguiente recibió otro cheque, esta vez sin carta.

      –Otro cheque –le dijo Connie, tirando el sobre encima de su mesa con muy mal humor, como si todo aquello fuera culpa suya–. Y aquí está mi renuncia.

      –¿Qué? –exclamó Flynn–. ¿Qué… pero qué?

      –Me temo que no puedo seguir trabajando para ti, Flynn.

      –¿Pero… por qué? ¿Vas a tirar por la ventana cinco años de trabajo conmigo por una… una mujer que me debe dinero?

      –Sí.

      Flynn sabía que las mujeres eran impredecibles, pero nunca habría pensado que Connie…

      –Ella no lo merece.

      –Yo creo que sí. Es una señora, Flynn. Se merece algo mejor que esto.

      No, Danielle Ford era una experta en engañar a los demás. Aunque debía admitir que no mucha gente engañaba a Connie. Y eso demostraba que su ayudante no era infalible.

      –Me debe mucho dinero.

      –Supongo que tendrá sus razones.

      –¿Razones? Sí, que se gasta más del que tiene.

      –Me da igual. Una mujer embarazada no debería pasar por esto. Y no debería tener que buscar un segundo trabajo.

      –Entonces quizá no debería haber pedido dinero prestado.

      –Puede ser, pero está intentando devolvértelo, ¿no? Mira, su marido ha muerto, está embarazada y tiene una deuda que, por el momento, no puede pagar. Eso podría afectar a su salud, Flynn.

      –No es culpa mía –murmuró él. No pensaba cargar con ese peso sobre sus hombros.

      –Mira, nunca te he contado esto, pero yo estuve embarazada una vez.

      Flynn arrugó el ceño. Nunca habían hablado de su vida privada. Connie trabajaba tantas horas en la oficina que siempre había pensado que vivía sola.

      –No sabía que estuvieras casada.

      –Nunca he estado casada –contestó ella–. Espero que eso no cambie tu opinión sobre mí.

      –¿Cómo puedes decir eso, Connie? Pues claro que no voy a cambiar de opinión sobre ti.

      –Pues deja que te hable de mi hijo. Lo perdí antes de que naciera. Fue un embarazo muy difícil, no tenía familia y el hombre del que estaba enamorada se marchó para no volver jamás antes de saber que iba a tener un hijo. Yo era demasiado orgullosa para aceptar caridad, pero cuando pierdes un hijo… –la voz de Connie empezó a temblar– cuando ya no tienes ese niño dentro de ti y sabes que nunca podrás abrazarlo… si no tienes más remedio, aceptas lo que te ofrezcan.

      Flynn recordó a su madre. Y pensar que Connie había pasado por lo mismo…

      –Guárdate esa renuncia, anda. Voy a ir a verla.

      No podía dejarlo todo inmediatamente, claro, pero unas horas después por fin fue a ver a Danielle Ford, con los documentos del préstamo en el bolsillo. Sabía que estaba cayendo en su trampa, pero lo haría por Connie.

      Aunque estaba claro que Danielle quería llamar su atención desesperadamente,

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