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hacer.

      –¿Me vas a decir que ese paseo tenía algo que ver con el trabajo?

      –Mucho –se apoyó en el respaldo del asiento y cerró los ojos–. ¿Me has seguido?

      –No, Julia. No te he seguido. Fui a ver a mis caballos.

      Ella abrió los ojos y se volvió hacia él.

      –¿Tienes caballos aquí?

      Él asintió.

      –Sí. Duke y Honey Girl. Vengo a verlos siempre que puedo. Monto a caballo cuando tengo tiempo.

      –¿Entonces qué era tan urgente como para interrumpir mi conversación con Pete?

      Trent no tenía respuesta. Iba hacia las oficinas cuando les había visto frente a los establos, alegres y sonrientes.

      –Si vas a consultarme algo, tiene que ser esta noche. Me voy mañana por la mañana. Tengo unas reuniones que no puedo posponer más.

      –¿Cuánto tiempo estarás fuera? –le preguntó ella.

      –Unos días.

      –De acuerdo.

      Trent fue a su casa y aparcó el coche en el garaje, que también albergaba un Chevy Silverado y un BMW plateado.

      –¿Dónde estamos? –preguntó Julia, sorprendida.

      –En mi casa –le dijo él encogiéndose de hombros.

      Julia abrió los ojos.

      –Pensaba que vivías en el hotel.

      –Y así es, la mayor parte del tiempo. Pero me hice esta casa para cuando necesito estar solo. Es pequeña y sencilla, pero con una vista gloriosa del cañón.

      –¿Por qué me has traído aquí?

      –Necesitas los nombres y los números de teléfono de la familia Tyler, ¿no? Aquí tengo mis archivos personales. Vamos, Julia, no soy el lobo feroz. Busca lo que necesitas, tómate algo y te llevo de vuelta al hotel.

      Salió del todoterreno y esperó por ella. Julia vaciló un momento y bajó del vehículo. Él la agarró del brazo y la condujo al interior de la casa.

      Trent se había hecho construir la casa a su gusto. El dormitorio principal era enorme y, la cocina, espaciosa. En el salón había un amplio sofá de piel de ante enfrente de la chimenea.

      –Esto es todo –le dijo Trent, pensando que debía pasar más tiempo allí.

      Julia suavizó su expresión de enojo y miró a su alrededor.

      –Es bonito, Trent. No me extraña que vengas aquí con tus conquistas.

      En realidad él nunca había llevado a una mujer a su casa. Esa era la primera vez, y lo había hecho sin pensar.

      Por suerte, salía de viaje al día siguiente.

      –Siéntate –le dijo, señalando el sofá con forma de L–. ¿Qué quieres de beber? ¿Vino, champán, un cóctel? –le preguntó, yendo hacia el minibar, que estaba al lado de la chimenea.

      –Agua con hielo, por favor.

      Trent la miró y se rio a carcajadas.

      –En serio crees que soy el lobo feroz, ¿no es así?

      –Digamos que te has quitado el disfraz. Ya sé con quién estoy tratando.

      –Eso me ha dolido –dijo él, mirándola de arriba abajo.

      Julia estaba en tensión, con las piernas cruzadas. Sin embargo, estaba igual de preciosa con unos vaqueros azules y unas botas de piel. Se había despeinado un poco durante el viaje y algunos mechones de pelo le caían por las mejillas. Trent le sirvió un vaso de agua con hielo y se puso una copa de whisky.

      –Pete es un mujeriego –le dijo, sentándose a su lado.

      –¿Y tú quieres prevenirme? –miró el vaso de agua que Trent le había dado–. Qué ironía, viniendo de ti.

      Él se inclinó hacia ella y apoyó los codos en los muslos.

      –No vas en serio, ¿verdad?

      Ella sacudió la cabeza.

      –No, claro que no. No estoy interesada en Pete. Mi único interés en el Tempest West es hacer lo que he venido a hacer y seguir adelante –dijo, y bebió un sorbo de agua.

      Trent reparó en su boca. Una gota de agua le humedeció los labios y ella se los lamió sin darse cuenta.

      La miró a los ojos y ella titubeó un instante. Aún había una reacción química entre ellos, y ambos se consumían en la combustión.

      –¿Cuándo podríamos hacer la fiesta de Laney? –le preguntó ella, cambiando de tema.

      –Cuando quieras. Yo pondré a tu disposición el jet de la compañía para recoger a los invitados. Pueden quedarse un par de noches y tendrán acceso a todas las instalaciones.

      –Me gustaría hacerlo dentro de un par de semanas, antes de que Laney empiece a sospechar. Tendré que decírselo a Evan para que la traiga. Se me ocurrió usar la excusa de una jornada de puertas abiertas para toda la familia, ya que es verdad en parte.

      Trent asintió.

      –Me parece bien. Yo te seguiré la corriente. ¿Algo más?

      –Los números de teléfono y los nombres. Tengo que regresar.

      Terminaron de concretar los planes, y Trent la llevó de vuelta al hotel. Aparcó el coche y se volvió hacia ella.

      –Volveré el viernes. Kimberly sabe cómo ponerse en contacto conmigo, si necesitas algo.

      –No será necesario.

      –Ya me lo has dejado muy claro. Pero estaba hablando de negocios, Julia.

      –Bien –ella tragó en seco y asintió con la cabeza–. Cuando regreses habré terminado mi nueva estrategia de marketing.

      –Estoy deseando verla.

      Se bajó del coche y le abrió la puerta. Ella salió con facilidad y él la acompañó hasta el ascensor de la recepción del hotel.

      –Te veo el vier…

      Trent dio un paso adelante y la besó antes de que ella pudiera terminar la frase. Apretó su cuerpo contra el de ella y la agarró de la cintura con firmeza.

      –Lo necesitaba –le dijo, besándola de nuevo y acariciándole las caderas.

      –No lo hagas –dijo Julia en un intento por negar lo que ambos sentían–. Trent, nunca te perdonaré.

      –Lo sé, pero no eres tonta. Tú y yo… Nos compenetramos muy bien.

      El estremecimiento que recorrió sus suaves curvas fue lo que Trent necesitaba para sobrevivir aquellos días.

      –Y estarías mintiéndote a ti misma si pensaras que no necesitabas ese beso tanto como yo.

      Dos días más tarde Julia no podía pensar en otra cosa que no fuera Trent. Cuando no estaba ocupada en el trabajo, pensaba en su último encuentro con Trent, en aquel beso de lujuria, en la mirada de sus ojos. Cuando la tocaba, despertaba todos los sentidos de su cuerpo, pero ella deseaba que no fuera así. Ningún hombre la había hecho reaccionar como Trent.

      Él lo tenía todo. Era apuesto, encantador y tenía mucho sex appeal, además de ser inteligente; y sus andares de vaquero la hacían derretirse cada vez que se le acercaba. Algunas veces, cuando obraba su magia y la besaba inesperadamente, ella podía llegar a olvidar que era tan cruel como encantador. Era un alivio saber que se había marchado durante unos días, pero también tenía que reconocer que estaba deseando volver a verlo.

      Era una locura.

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