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ayuda de nadie.

      –¿Cómo murió su madre?

      –De parto.

      Danielle se llevó una mano al corazón.

      –¿La madre de Flynn murió dando a luz?

      –Sí, pero eso no va a pasarte a ti. Las cosas han cambiado mucho y las mujeres ahora tienen unos partos facilísimos. Entonces no había tratamientos ni nada.

      ¿Su madre había muerto de parto y Flynn no se lo había contado? Bueno, quizá no quería asustarla.

      –Lo quieres, Danielle –dijo Louise entonces–. Sé que lo quieres. Lo veo en tus ojos.

      –No, yo no… te equivocas.

      –No, no me equivoco –sonrió la mujer.

      Cuando se quedó sola, Danielle empezó a pasear por la habitación. Se sentía atraída por Flynn. Más que eso.

      Sí, mucho más que eso.

      Algo se abrió entonces dentro de ella, algo que completó el círculo que había empezado a dibujarse el día que lo conoció. Louise tenía razón. Estaba enamorada de él.

      Amaba a Flynn Donovan.

      Había estado demasiado ciega como para verlo, pero era cierto. ¿Cambiaba eso algo?, se preguntó entonces. ¿Podría casarse con él sabiendo que Flynn no la amaba?

      ¿Podría casarse con un hombre a quien solo le interesaba en la cama?

      De repente, sintió un estremecimiento. Y cuando miró hacia el patio lo vio allí, de pie, imponente a la luz del atardecer.

      –¡Flynn!

      En un segundo, él estaba a su lado, besándola con una pasión que la hizo suspirar. Danielle se derritió, dejando que tomase sus labios como una ofrenda de amor.

      –Estás contenta de verme –murmuró, con una sonrisa de pura satisfacción en los labios.

      –Estaba aburrida. Tu regreso rompe la monotonía.

      –Ah, me alegro de servir para algo.

      –¿Has solucionado el problema en la oficina de Brisbane?

      –No, tengo que volver mañana.

      –¿Mañana? –repitió ella–. ¿Y qué haces aquí?

      –Quería verte. Dime una cosa: ¿sigues pensando que yo no te dejaría respirar?

      De repente, Danielle se dio cuenta de algo. No estaba preocupado por sofocarla. Estaba preocupado por cuidar de ella. No quería controlar su vida sino protegerla.

      –No, ya no lo pienso.

      –Me alegro –sonrió Flynn–. ¿Te apetece que vayamos a nadar un rato?

      –Acabo de hacerlo y estoy un poco cansada.

      –Ah, muy bien.

      –Pero iré enseguida para hacerte compañía –dijo Danielle entonces.

      Cuando Flynn se alejó, habría podido jurar que sus movimientos eran torpes, como si estuviera tenso o nervioso.

      Pero quizá era cosa de su imaginación.

      Durante las semanas siguientes, mientras el niño seguía creciendo dentro de ella, Danielle se dio cuenta de que su relación con Flynn era diferente. Por alguna razón, había cambiado. No parecía tan duro, ni tan solitario como antes.

      Sabía que ella también había cambiado. ¿Cómo no iba a hacerlo? Amar a Flynn un día le rompería el corazón, pero eso sería en el futuro. Por el momento se sentía más en paz consigo misma que nunca.

      Claro que amándolo era más difícil levantar barreras. Había intentado mantener la distancia, pero era imposible. Cuando Flynn la tomaba entre sus brazos, cuando sabía que la deseaba y que la seguiría deseando… se derretía.

      Y quería olvidar que cuando naciera su hijo tendría que decirle adiós al hombre del que estaba enamorada.

      Danielle estaba soñando con agua. Estaba nadando en el mar y se sentía viva, alegre… Pero, de repente, el sueño cambiaba. El agua se volvía fría y empezaba a dolerle el estómago. Estaba ahogándose. Y cuando alargó la mano para tocar a Flynn, él no estaba allí.

      Despertó, asustada, al darse cuenta de que el dolor de estómago era real. Pero cuando levantó la sábana vio que todo estaba bien. No pasaba nada.

      De repente, volvió a sentir un dolor…

      ¡El niño!

      Asustada, alargó la mano para llamar a Flynn a la oficina, pero él le había dicho que tenía una reunión importante. ¿Debía interrumpirlo?

      Además, después de lo que había sufrido con la muerte de su madre, Danielle no quería que tuviera que pasar por lo mismo otra vez.

      Si ella perdía el niño… no, no podía hacerle eso a Flynn.

      Iría al hospital por su cuenta y lo llamaría desde allí. El dolor era en la parte baja del abdomen, pero aún podía caminar, de modo que se vistió y llamó a Thomas para pedirle que sacara el coche porque «había recordado que tenía una cita con su ginecólogo».

      Louise fue más difícil de convencer.

      –Deberías comer algo.

      –No tengo tiempo, Louise.

      Thomas la ayudó a subir al Mercedes y Danielle hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular el dolor. Afortunadamente, el hospital solo estaba a diez minutos de allí.

      –¡Dios mío! –exclamó Flynn, con el corazón en un puño. No podía creer lo que Louise le estaba diciendo por teléfono.

      Danielle había empezado a tener dolores de parto y se había ido al hospital sin decirle nada.

      –Cuando bajó a la cocina esta mañana estaba muy pálida, pero me dijo que tenía una cita con su ginecólogo…

      –¿Dónde estás ahora?

      –Cuando Thomas la dejó en el hospital le dije que me llevara a mí. No me creí eso de la cita con el ginecólogo. La pobre tenía muy mala cara.

      –No te muevas de su lado, Louise.

      –No, no…

      –Yo llegaré enseguida.

      –Flynn, el médico ha dicho que todo está bien…

      –Da igual. Voy para allá.

      ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Creía que no le importaba lo que fuera de ella y del niño? ¿No sabía que la amaba?

      Flynn se quedó inmóvil. La amaba. Estaba enamorado de ella.

      La amaba.

      Flynn tragó saliva, intentando no pensar que pudiera pasarles algo. A ella y al niño. A los dos.

      «No, por favor, no me los quites», pensó. No podía imaginar la vida sin Danielle.

      Cuando llegó al hospital estaba enfermo de preocupación. Ni siquiera vio a Louise levantarse y salir de la habitación discretamente.

      –Flynn, todo está bien. El médico me ha dicho que las pruebas son normales.

      Él sintió un alivio tan profundo al verla que sus ojos se llenaron de lágrimas.

      –Danielle… ¿por qué no me has llamado? Yo quería estar contigo.

      –Sé que tu madre murió de parto, Flynn. Louise me lo contó.

      –Está despedida.

      Bueno, quizá no la despediría. Louise también quería a Danielle. ¿Cómo no iba a quererla?

      –Te quiero, Danielle. Te quiero con toda mi alma –dijo Flynn entonces, apretando

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