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      Una hora más tarde, la fiesta prosiguió y el desmadre se apoderó del local. La gente bebía, bailaba y se volvía loca con los espectáculos de esa noche. Los gogós, chicos y chicas, movían sus caderas con sensualidad encima de las tarimas, ganándose unos extensos fajos de billetes que se esparcían sobre el suelo de cristal, bajo la lujuriosa mirada de su público. Pude ver a diversos personajes públicos, artistas, jueces, políticos y jugadores de fútbol de renombre dándolo todo con el alcohol, y con lo que no era líquido precisamente. Eli había llamado al camello que se dedicaba a servir las drogas en los reservados, quedando con él en hacerlo discretamente fuera del local, aunque luego entrasen en el interior con ella en los bolsillos. Lo importante era que dentro no se hiciera ningún tipo de negocio. Las chicas de compañía de mi club estaban estrictamente avisadas para los servicios que tuvieran que dar esa noche. La discreción era lo primero, y cuanto menos llamasen la atención, mejor.

      Apoyé mis manos en la barandilla de la segunda planta, a la espera de ver a un hombre que no llegaba. Contemplé el reloj que tenía delante. Sus grandes agujas marcaban las cuatro de la mañana. Estaba empezando a convencerme de que no vendría. Cuando divisé a Eli en la pista vigilándolo todo, me miró y negué con la cabeza, a lo que ella me pidió tranquilidad con sus ojos.

      En ese instante, levanté mi rostro hacia la puerta de entrada, impulsada por una especie de corriente que no supe explicar, y allí estaba. Con las manos metidas en los bolsillos, contempló toda la sala, y pude ver en su rostro la sorpresa al encontrarse con compañeros suyos de la misma comisaría dejándose el dinero y la dignidad con mis chicas.

      Su mirada se topó con la mía en el preciso momento en el que bajaba las escaleras en su busca. No apartó sus feroces ojos de mí hasta que, paso a paso, llegué a su altura, quedando a escasos milímetros uno del otro. Me inspeccionó con detenimiento, lo que calentó mi bajo vientre de buena manera. Era atractivo, y la simple camisa celeste que tapaba un torso, seguramente machacado por el gimnasio, junto con los pantalones de color azul marino lo hacían rematadamente sexy.

      —Buenas noches, Aarón.

      Elevó sus cejas en un gesto de sorpresa.

      —¿Ahora soy Aarón? ¿Qué ha pasado con el inspector, el soplapollas, el gilipollas…? —Dejó los demás calificativos en el aire.

      —Esta noche eres un invitado, no un policía.

      Asintió con una sonrisa que iluminó sus ojos y remarcó sus hoyuelos.

      —No vas a comprarme, Micaela.

      La que rio en ese momento fui yo.

      —Me gusta que me tutees. Y no, no quiero comprarte. Vamos, tengo una sorpresa para ti.

      Andamos entre la multitud hasta llegar al reservado número uno, donde tenía a dos chicas esperándolo. Al abrir las cortinas, ambas estaban unidas, devorando sus sexos. Una estaba completamente expuesta, tumbada sobre la mesa. No vi ningún gesto de emoción en su rostro, pero sí la desconfianza en estado puro.

      —No necesito a nadie para satisfacer mis necesidades —anunció sin entrar.

      Sonreí lasciva mientras ponía un pie en el interior del reservado. Paseé un dedo por la abertura de la chica que estaba tumbada y después me lo llevé a la boca bajo su mirada de expectación. En ese momento, pude contemplar cómo el bulto de sus pantalones crecía, lo que me hizo sonreír interiormente. Punto a mi favor.

      —Creo que Aarón necesita un empujón para entrar. ¿Lo ayudáis?

      —No es necesario —espetó molesto.

      Alcé una ceja sugerente y les insté a las chicas a que salieran. Se colocaron una a cada lado, junto a sus fuertes brazos, y lo metieron. Agarré las cortinas y, antes de marcharme, le dije:

      —Tienes barra libre hasta que salga el sol. Olvídate de tu trabajo y disfruta. Me encargaré de que no te moleste nadie.

      Las cerré con fuerza, no sin contemplar antes su mirada recelosa. Pero eso solo sería hasta que se tomase la primera copa bien cargada de droga que ni notaría, para que después me dieran paso a mí. Le alcé el dedo pulgar a Ryan, que me miraba con los brazos cruzados al lado de la segunda barra. Él le hizo un gesto a la camarera, quien no tardó en llegar al reservado para tomar nota de su bebida. Mis chicas estaban instruidas. Beberían de su misma copa y, después, en un descuido, tirarían el líquido. Solo eran necesarios un par de tragos y lo tendría en mi poder.

      Media hora después, la camarera del reservado se presentó ante mí.

      —Listo, señorita.

      Asentí sin mirarla y me dirigí hacia allí. Antes de llegar, Eli se interpuso en mi camino con cierta agitación en su rostro.

      —Eli, ahora no puedo hablar, está todo listo.

      Intenté esquivarla, pero me sujetó del brazo.

      —No des un paso más —me advirtió. La miré sin saber qué ocurría. Continuó—: ¿Cómo se llamaba…? —pensó.

      —¿Quién?

      —El tipo con el que estabas el otro día.

      Abrí mis ojos de par en par.

      —¡¿Jack?!

      —El mismo —me confirmó—. Está en la tercera barra. —Al tener la intención de mirarlo, la corriente eléctrica que me inundó cuando vi a Aarón recorrió mi cuerpo otra vez, dándome a entender que esa sensación no la provocaba el inspector, sino Jack. Pero Eli me lo impidió—: ¡No! Está observando todo el local.

      —¿Crees que es policía?

      —No lo sé, pero lleva un rato inspeccionándolo todo. Entra en el reservado y no salgas hasta que no te dé la señal.

      —Intenta deshacerte de él. Busca cualquier excusa para sacarlo de la fiesta.

      —Entendido.

      Desapareció de mi vista. Cuando llegué a una esquina donde no podía verme, lo observé apoyado en una de las columnas. Las mujeres se arremolinaban alrededor de él. Con desinterés, se dedicaba a negarse a bailar con alguna, incluso a aceptar una copa de las camareras que rondaban por la sala con bandejas llenas de chupitos. Abrí las cortinas del reservado y entré con rapidez. Les eché una mirada rápida a las chicas y estas salieron de allí sin rechistar. Aarón tenía la camisa completamente abierta, las mangas a la altura de los codos y el cinturón de su pantalón desabrochado, con la bragueta abierta hasta abajo.

      —Veo que estás pasándotelo bien.

      —Estoy… Estoy… —Se tocó la cabeza—. ¿Qué… me has echado… en la copa? —balbuceó.

      —Has bebido demasiado. Tranquilo, mañana solo tendrás una gran resaca.

      Caminé en su dirección como una tigresa a punto de cazar a su presa mientras él se tambaleaba un poco hacia delante, aunque sin que llegase a notarse en exceso. Sin pensármelo, remangué mi vestido con lentitud hasta la mitad de mis muslos, provocándolo, y me coloqué encima de su entrepierna. Él abrió los ojos de par en par, sin creerse lo que estaba haciendo pero sin hacer esfuerzos por quitarme de mi posición.

      —¿Qué…?

      —Shhh… —Bajé mi lengua por su clavícula hasta llegar a su cuello y después a su oído—. Vamos a divertimos, Aarón.

      Cogí un preservativo que había sobre la mesa, lo abrí y, sin más dilación, saqué su grueso miembro de los calzoncillos al mismo tiempo que con mi mano libre apartaba mi ropa interior hacia un lado. Posicioné mi sexo a la altura precisa y, con lentitud, fui introduciéndolo en mi interior, amoldándome a su grosor. En cuanto un jadeo ahogado salió de su garganta, agarró mis caderas con fuerza. Sus ojos se fijaron en mí, y antes de que pudiera decir nada, comencé un baile desenfrenado, llevándolo hasta la línea que rozaba la locura.

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