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es tu realidad, ahora estás esperando un destino similar al de más de cuarenta mil asesinados en todo el país. Viene a ti la imagen de ese video que viste en la casa del Ebrick mientras tomaban unas chelas, un video que bajaron del Blog del Narco, en el que a un tipo le cortaban la cabeza con un cuchillo, recuerdas cómo borbotaba sangre del esófago recién cercenado, cómo el verdugo, encapuchado y todo, se vio en la necesidad de golpear con el cuchillo para romper las vértebras cervicales del cuello y por fin arrancarle por completo la cabeza, para después hacerla bailar frente a la cámara y terminar haciendo dominadas con ella como si se tratara de un balón de futbol. El Ebrick y tú se arrepintieron durante semanas de haber visto ese video y, ahora, nadie te asegura que no sea ese tu destino, tu propio final. Algo vibra sobre la mesa de centro, es el celular de Gisel. En la pantalla aparece el nombre de Luis y una silueta blanca e impersonal. Piensas en contestar pero te detienes al recordar que es el mismo que estuvo llamando ayer por la noche. Recuerdas la mirada que ella te echó cuando habló con él en el coche, una mirada que ahora te resulta significativa, como una suerte de clave que pudiese resolver todo esto. No contestas. Quizás este Luis tenga algo que ver con tu nueva situación. Dejas que el teléfono vibre. Cuando se detiene piensas en llamar al Calacas, necesitas decirle dónde estás y qué está pasando, que le avise a tu mamá, que le diga que lo sientes, que no has sido el mejor de los hijos pero que la quieres mucho. Los gritos de la habitación se detienen. Te paralizas con el teléfono en la mano. Lo pones en la mesa en el momento en que se abre la puerta. El Roger sale con el torso desnudo abotonándose el pantalón. Al llegar a la sala se pone la camisa, se dirige hacia el refrigerador, saca una cerveza, la bebe de un trago, coge su pistola y se la faja en el pantalón. ¡Pus vámonos, primo! Te quedas como hipnotizado viéndolo. Te observa y te dice. ¡Ándale mi cabrón! Antes de salir, ves a Gisel envuelta en la sábana, te hace una leve señal de adiós con la mano. Su rostro te parece triste.

      Apenas cruzaron la puerta del departamento 6, Gisel se le fue encima. ¿Qué onda tipo duro? Lo arrinconó contra la pared y le ofreció una lengua que parecía tener vida propia. Alfredo abrió la boca y dejó que la lengua lo penetrara. Al principio la sintió desagradable, invasiva, pero poco a poco fue pareciéndole más y más placentera. Gisel se restregaba sobre su cuerpo, los senos firmes en su pecho, en su rostro, los muslos serpenteando a lo largo de sus piernas y acariciando intermitente su erección. En un momento ella se deshizo de las zapatillas y él intentó quitarse la camisa, pero ella lo arrastró pasillo adentro. Se fueron dando tumbos en un abrazo voraz y giratorio hasta que dieron con la puerta de la habitación. Adentro ella lo arrojó contra la cama y se abalanzó sobre él. Pasó el rostro por su entrepierna y mordió ligeramente su verga por encima del pantalón. Subió hasta su boca y lo besó frenéticamente. Alfredo no podía creer todo lo que estaba pasando, no se consideraba feo, pero esto era una exageración. No obstante, no lo pensó más y decidió aprovechar el momento y dejarse ir. ¡De esto no hay todos los días! Pensó y agarró las nalgas de esa mujer que prácticamente lo estaba devorando. Ella se incorporó y se sacó la blusa por la cabeza mientras con la pelvis trazaba círculos violentos sobre su verga. Después se deshizo de la camisa de él, le sacó los pantalones y cuando vio las trusas blancas dejó escapar una risa enternecida y al momento en que se los quitaba le dijo: ¡mi tipo duro! Ella se puso de pie, deslizó la falda hacia abajo, se desabrochó el brasier y se quitó la tanga. En la semioscuridad, Alfredo quedó asombrado con la figura casi incandescente de Gisel. Le pareció que ese cuerpo era una suerte de metáfora de la luna que asomaba sus dedos de plata entre las cortinas. Se lo quiso decir pero no le dio tiempo, ella buscó en un cajón, sacó una bolsita con cocaína y esnifó usando sus uñas coloridas. Le dijo a él que se pusiera de pie y le dio una dosis similar. Después se puso a gatas sobre el borde de la cama y pidió que la penetrara. Alfredo quedó petrificado hasta que ella gritó ¡métemela! Él reaccionó y se acercó al culo redondo y reluciente que se abría generoso. No era su primera vez pero, siendo honestos, las otras ocasiones no habían pasado de encuentros a la misionero con adolescentes bobas, habría que reconocerlo, no tenía mucha experiencia en el tema. Sin embargo, se dejó llevar por el instinto y estiró la mano con la palma hacia arriba hasta tocar con la punta de los dedos la calidez y la humedad de la vulva. Ella se sobresaltó. ¡Sí, sí! Empezó con un trazo leve y fue aumentando la intensidad en armonía con las peticiones de ella. ¡Más, más! Usaba los cuatro dedos para lograr acariciar toda esa boca secreta que se le ofrecía espléndida. Sintió algo duro entre los pliegues tersos y húmedos, algo como una almendra y la tomó entre su índice, pulgar y anular e inició unos trazos muy suaves que fueron progresando en afinación con los movimientos circulares de la cadera de ella. Llegó un momento en que Gisel exhaló con fuerza y dejó caer la cabeza sobre la cama lo que provocó que se potenciaran las dimensiones de sus nalgas. Él dejó de acariciarla y tomando su verga con la mano llevó el glande a la entrada de la gruta y jugó un rato ahí, la acarició como si estuviera haciendo una suerte reconocimiento. Ella hizo un brusco movimiento hacia atrás y se penetró. Alfredo pensó que no resistiría, que en cualquier momento iba a eyacular, incluso lo sentía desde que estaba bailando, así que empezó a penetrarla despacio, con cautela. Pero se dio cuenta de que no era así, quizás por la mota, la coca o el whiski, o todo junto, parecía tener una resistencia poco ordinaria. Entonces la tomó de las caderas y reforzó sus embates. De repente se descubrió viéndose en un espejo que estaba a un lado de la cama y se sintió todo un poeta maldito, mejor dicho, todo un superhombre. El teléfono de Gisel se iluminó desde el suelo y empezó a vibrar. ¡No le hagas caso! Dijo ella. Alfredo continuó en lo suyo pero alcanzó a leer en la pantalla el nombre de Luis debajo de una silueta blanca e impersonal. ¿Quién será ese Luis?

      Ahora vas en el asiento trasero de una camioneta roja. A tu lado va el Roger. En los asientos delanteros van el supuesto Muerto y otro, pero no sabes quién es quién. Todos llevan sombrero. ¡Dale a la higuera mi Muerto! El chofer, que ahora sabes que es el Muerto, dice, viendo por el retrovisor central. Simón. Tú vas detrás del copiloto y alcanzas a ver el perfil del Muerto y te das cuenta del porqué de su apodo: la piel grisácea, el rostro huesudo y unos ojos sumidos y rodeados por aureolas oscuras. Hay algo macabro en él que no alcanzas a definir. Al otro no logras verlo. Toman avenida Rey Nayar, después Revolución Social y enfilan rumbo al Libramiento. ¿A qué te dedicas primo? Te pregunta el Roger dándote una palmada en la pierna. Te sobresaltas. ¡Epa cabrón, no se me asuste! Tratas de sonreír de forma natural pero lo que te sale debe ser una mueca patética. El Muerto te ve con el rabillo del ojo y se ríe diciendo algo entre dientes. ¿Y? Vuelve a decir el Roger. Pues… a nada, digo, terminé la prepa y… no estoy haciendo nada. Piensas que es un buen momento para confrontar una profesión que si no ejerces del todo, por lo menos te gustaría ejercer. Soy escritor, soy poeta. Dices con un poco de aplomo. ¡Ah chingá! ¿Poeta? Responde el Roger y dirigiéndose a los dos de adelante. ¿Cómo ven? ¿Poeta? Todos se ríen, incluso tú y no sabes por qué. Ves por la ventana, van ya por el Libramiento, ves llanteras, depósitos, refaccionarias, lugares que has visto muchísimas veces, pero ahora es diferente, todo parece nuevo, como si lo vieras por primera vez y te recriminas en silencio haber pasado por ahí en tantas ocasiones y no haber puesto más atención en los detalles. Hay una muchacha parada al borde del asfalto, quizás espera a alguien o sólo quiere cruzar, no podrías estar seguro. Aunque la ves de manera vertiginosa, es casi un borrón en el paisaje, te das cuenta de que lleva un vestidito floreado y va peinada con media cola. No sabes por qué pero de repente se convierte en una suerte de símbolo de promesas, en un presagio de todo aquello que ya no verás. Te dan ganas de llorar pero las lágrimas no te salen y no sabes por qué. El Muerto gira el volante y la camioneta entra por un camino angosto bordeado de cañaverales. Has perdido la noción del espacio, no sabes dónde estás, difícilmente recuerdas tu nombre. La realidad, de golpe, parece estar hecha de agua, un líquido espeso que no te permite tener certeza de nada. Llegan a un pequeño llano en donde se levanta una higuera como único testigo. Apagan la camioneta. ¡Bájate poeta! Te ordena el Roger. Tu respiración se acelera, escuchas los latidos de tu corazón con una nitidez desconocida. Abres la puerta y te bajas, el Roger te espera en la parte trasera. ¿Qué pasó poeta? Te ves pálido. Te dice mientras te agarra del brazo cuando estás a punto de caer. El Muerto y el otro se alejan unos pasos en dirección de la higuera. ¡Agarre aire! Te dice el Roger, saca una bolsita con cocaína y aspira con fuerza usando una llave. ¿Quieres aire? Tú no puedes hablar, así que haces un esfuerzo por mover la cabeza para decir

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