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      Capítulo 1

       1882

      EL TREN se detuvo. Lolita miró por la ventanilla y se dio cuenta de que había llegado a su destino.

      Su baúl se encontraba en el mismo compartimento junto a ella, pues al mencionarle al maletero a dónde se dirigía, éste le había dicho:

      −Ésa es una estación muy pequeña y allí el vagón de carga, no llega hasta la plataforma del andén.

      Ella no lo había entendido bien; pero ahora vio que la estación no era más que un paradero, consistente en un edificio muy pequeño y un andén que apenas alcanzaba el largo de uno de los vagones.

      Mientras descendía y un maletero le bajaba el baúl, dos lacayos de llamativa librea, atravesaron el andén y se dirigieron al compartimento vecino.

      Lolita se dio cuenta de que iban al encuentro de alguien que había viajado en el mismo tren; pero no prestó mucha atención y dijo al maletero que llevaba su baúl:

      −Quisiera un carruaje de alquiler, por favor.

      −Aquí no encontrará ninguno.

      Lolita no lo creyó hasta que estuvieron fuera de la Estación y vio que allí sólo había dos vehículos.

      Uno era un faetón muy elegante, de color amarillo con ruedas negras y tirado por dos caballos negros; el otro, un coche abierto, de los que se utilizaban para llevar a los sirvientes y el equipaje.

      Miró a un lado y otro, sin saber qué hacer y entonces vio que llegaba un caballero, procedente del andén y seguido por un lacayo.

      Era un hombre impresionante: alto, de hombros anchos y muy bien vestido, con el sombrero de copa ladeado ligeramente sobre la cabeza.

      Lolita, viendo que se dirigía al faetón, se atrevió a interpelarlo.

      −Discúlpeme, señor, pero como parece ser que aquí no hay ningún medio de transporte disponible. ¿Sería usted tan amable de llevarme al Castillo de Calver?

      Le pareció que el hombre se sorprendía por su aspecto, y agregó con dignidad:

      −Siento mucho molestarlo, pero es que no veo otra manera de llegar.

      −¿Es usted una invitada?

      −No exactamente... pero tengo que ver al Duque.

      El caballero pareció dudar por un momento, pero al fin dijo:

      −En ese caso, por supuesto, debo llevarla.

      −Se lo agradezco mucho.

      Lolita se apresuró a subir al faetón.

      El caballero ya tenía en sus manos las riendas y casi de inmediato se pusieron en marcha. El lacayo se apresuró a ocupar su asiento en la parte trasera del vehículo.

      Se alejaron de la estación por la fértil campiña; los árboles comenzaban a reverdecer y las flores brotaban en los setos.

      Recorrieron un buen tramo antes de que el caballero hablara:

      −Dice usted que desea hablar con el Duque... Me gustaría saber para qué.

      Lolita respondió sin pensar:

      −Para decirle que es un hombre duro, egoísta, insensible e ingrato.

      Al instante, dándose cuenta de que estaba cometiendo una indiscreción, añadió:

      −Discúlpeme... No debía decirle algo así a un desconocido.

      −Tengo curiosidad por saber qué hizo el Duque para ofenderla.

      −Eso se lo comunicaré directamente a Su Señoría.

      −Parece usted muy joven para viajar sola− observó el hombre y estuvo a punto de añadir:

      "...y muy bonita".

      Se había sorprendido al abordarlo ella, pero más aún al contemplar sus enormes ojos azules, su carita en forma de corazón y sus cabellos dorados como la luz del sol.

      Lolita respondió con cierta sequedad a la pregunta del caballero:

      −Tengo que cuidar de mí misma; eso es también culpa del Duque.

      −Estoy seguro de que se le achacan muchos pecados− dijo él con ironía−, pero no veo cómo hubiese podido ocurrírsele a él , que necesitaba usted una dama de compañía.

      Lolita sospechó que se estaba riendo de ella y levantó el mentón, pues consideraba aquello una impertinencia.

      −¿Conoce usted bien al Duque?− preguntó después.

      −Lo suficiente para saber que no le gustaría la crítica que hace usted de su persona.

      −Pues se merece cuanto he dicho y mucho más.

      −Usted acusa al pobre hombre sin darle oportunidad de defenderse.

      −Algunas cosas no tienen defensa posible.

      Era obvio que ella no deseaba decir más, pero el caballero insistió:

      −Cuando no critica a los Duques por su comportamiento, ¿a qué se dedica usted, señorita?

      −Acabo de regresar del Continente, por cierto, me parece que Inglaterra es muy hermosa.

      −¿Piensa usted permanecer aquí?

      −Creo que tendré que hacerlo, por lo que debo encontrar algún medio de vida.

      −¿Quiere decir que no cuenta con recursos?

      Lolita asintió con la cabeza.

      −He estado pensando en lo que podría hacer− dijo− y me parece que el único camino que me queda , es convertirme en bailarina.

      El hombre la miró sorprendido.

      −Me han dicho que las del Covent Garden son muy admiradas por los caballeros que frecuentan los clubes de St. James− añadió ella.

      −¿Y eso es lo que usted desea?

      No cabía la menor duda acerca de la ironía con que hablaba el hombre.

      −Ése es el único talento que poseo, aparte de una gran facilidad para los idiomas. Pero como soy tan joven, dudo mucho que me den trabajo como institutriz ó como maestra en alguna escuela. Además, los ingleses muy pocas veces , se toman la molestia de aprender otros idiomas.

      −¿Es eso lo que ha podido comprobar durante su larga vida?

      Era obvio que el caballero se burlaba de ella una vez más.

      −Al menos, lo que he podido observar− contestó Lolita con frialdad−. Cuando los ingleses no pueden hacerse entender por los demás, les gritan, ¡pero en inglés, por supuesto!

      El caballero soltó una carcajada .

      −Es usted muy dura, señorita...

      Lolita ignoró la intención de la pausa, por lo que él se vio obligado a ser más directo.

      −Todavía no me ha dicho usted su nombre.

      −No veo por qué he de hacerlo, señor, sobre todo cuando, como usted mismo ha indicado, no hay dama de compañía para que nos presente.

      El volvió a reír.

      −¡Muy bien!, si desea permanecer en el misterio...Pero permítame decirle , que no me parece usted idónea para ser una bailarina de ballet.

      −¿Por qué no?

      −Porque a menos que me equivoque, es usted una Dama.

      −¿Y eso qué tiene que ver, si puedo bailar bien?

      El caballero pensó que podría mencionarle muchas razones, pero escogió sus palabras con cuidado.

      −Tal como usted dice, las bailarinas de ballet son buscadas por los caballeros de St. James, pero ellas deben corresponder a las atenciones que reciben.

      Lolita se volvió a mirarle sorprendida.

      −¿Quiere decir que ellas...

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