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dijo Brian. “Y a mamá eso le vino a decir que no le importaba un bledo a papá—que no le preocupara que le hubiera engañado. Así que se marchó. Y él no hizo gran cosa por detenerla.”

      “¿Alguna vez intentó vuestro padre ponerse en contacto con vosotros después de que se fuera tu madre?”

      “Oh, claro que sí,” dijo Brian. “Como cada sábado por la tarde, suplicándonos que fuéramos a la iglesia.”

      “Y, además de eso,” añadió Eddie, “estaba demasiado ocupado durante la semana incluso aunque nosotros quisiéramos vernos con él. Siempre estaba en la iglesia o en misiones de caridad o visitando a enfermos en hospitales.”

      “¿Cuándo fue la última vez que alguno de vosotros habló con él en profundidad?” preguntó Mackenzie.

      Los hermanos se miraron el uno al otro un momento, haciendo cálculos. “No estoy seguro,” dijo Brian. “Quizá un mes. Y no fue gran cosa para nada. Estaba haciendo las mismas preguntas de siempre: cómo nos iba en el trabajo, si ya estaba saliendo con alguien, cosas por el estilo.”

      “Entonces, ¿es correcto afirmar que ambos teníais una relación distante con vuestro padre?”

      “Sí,” dijo Eddie.

      Bajó la vista hacia la mesa por un instante cuando la pena empezó a calarle. Mackenzie ya había visto este tipo de reacción antes; si hubiera tenido que apostar, estaba bastante segura de que uno de los dos chicos rompería a llorar en menos de una hora, cayendo en la cuenta de todo lo que se había perdido en relación con un padre al que nunca había llegado a conocer.

      “¿Sabéis quién le podría haber conocido bien?” preguntó Mackenzie. “¿Tenía amigos íntimos?”

      “Solo ese sacerdote o pastor o lo que sea de la iglesia,” dijo Eddie. “El que está al mando del lugar.”

      “¿No era tu padre el reverendo principal?” preguntó Mackenzie.

      “No. Era más bien un asistente del pastor o algo por el estilo,” dijo Brian. “Había otro tipo por encima de él. Jerry Levins, creo que se llama.”

      Mackenzie se percató de la manera en que los dos jóvenes estaban confundiendo los términos. Pastor, reverendo, sacerdote… era todo bastante confuso. De hecho, ni siquiera Mackenzie conocía la diferencia, y asumió que tenía que ver con las diferencias en nomenclatura entre las distintas religiones.

      “¿Y pasaba tu padre mucho tiempo con él?”

      “Oh, sí,” dijo Brian, un tanto enfadado. “Todo su maldito tiempo, creo. Si necesitan saber algo sobre papá, él es la persona indicada para ir a preguntarle.”

      Mackenzie asintió, bien consciente de que no iba a obtener ninguna información útil de estos dos jovencitos. Aun así, hubiera deseado tener más tiempo para hablar con ellos. Claramente, había algunas tensiones y pérdidas por resolver entre ellos. Quizá si atravesaran las paredes emocionales que les mantenían tan tranquilos, tendrían más que ofrecer.

      Al final, se dio la vuelta y les dio las gracias. Ellington y ella salieron sigilosamente del apartamento. Cuando empezaron a bajar las escaleras el uno junto al otro, Ellington tomó su mano.

      “¿Estás bien?” le preguntó.

      “Claro,” dijo ella, confundida. “¿Por qué?

      “Dos chicos… su padre acaba de morir y no están seguros de cómo enfrentarse a ello. Con todas las especulaciones sobre el viejo caso de tu padre últimamente… solo me estaba preguntando.”

      Ella le sonrió, regocijándose en el aliento que le daba a su corazón en esos momentos. Dios, puede ser tan encantador…

      A medida que caminaban hacia la mañana juntos, también se dio cuenta de que tenía razón: la razón por la que ella quería quedarse y seguir charlando era para ayudar a los hermanos Tuttle a resolver los problemas que habían tenido con su padre.

      Por lo visto, el fantasma del caso recientemente reabierto de su padre le acechaba más de lo que quería reconocer.

      ***

      Divisar la iglesia Presbiteriana Cornerstone a la luz de la mañana resultaba surrealista. Mackenzie conducía junto a ella de camino a su reunión con el reverendo Jerry Levins. Levins vivía en una casa que se asentaba a solo media manzana de la iglesia, algo que Mackenzie había visto con frecuencia durante su etapa en Nebraska donde los líderes de las iglesias pequeñas solían vivir muy cerca de sus casas de devoción.

      Cuando llegaron a casa de Levins, había numerosos coches aparcados al lado de la calle y en la entrada a su garaje. Asumió que se trataba de miembros de Cornerstone, que habían venido para buscar consuelo o para ofrecer su apoyo al reverendo Levins.

      Cuando Mackenzie llamó a la puerta principal de la modesta casa de ladrillo, le respondieron de inmediato. Era obvio que la mujer que salió a abrirles la puerta había estado llorando. Miró con desconfianza a Mackenzie y a Ellington hasta que Mackenzie le mostró su placa.

      “Somos los agentes White y Ellington, del FBI,” dijo. “Nos gustaría hablar con el Reverendo Levins, si está en casa.”

      La mujer les abrió la puerta y entraron a una casa que resonaba con lloros y gemidos. En alguna otra parte de la casa, Mackenzie podía oír el murmullo de oraciones.

      “Iré a buscarle,” dijo la mujer. “Hagan el favor de esperar aquí.”

      Mackenzie observó cómo la mujer atravesaba la casa, entrando a una pequeña sala de estar en cuya entrada había unas cuantas personas de pie. Después de algunos susurros, un hombre alto y calvo se acercó caminando hacia ellos. Igual que la mujer que había respondido a la puerta, también era evidente que había estado llorando.

      “Agentes,” dijo Levins. “¿Puedo ayudarles?”

      “En fin, ya sé que son momentos muy tensos y tristes para usted,” dijo Mackenzie, “pero esperamos obtener cualquier información que podamos sobre el reverendo Tuttle. Cuanto antes podamos conseguir pistas, más rápido atraparemos al responsable de esto.”

      “¿Creen que su muerte pueda estar relacionada con la de ese pobre sacerdote esta semana?” preguntó Levins.

      “No podemos saberlo con certeza,” dijo Mackenzie, aunque ya estaba convencida de que era así. “Y por esa razón esperábamos que pudiera hablar con nosotros.”

      “Por supuesto,” dijo Levins. “Mejor afuera en la escalera. No quiero interrumpir las plegarias que se están llevando a cabo aquí.”

      Les llevó de vuelta a la mañana, donde tomó asiento en las escaleras de hormigón. “Debo decirles, que no estoy seguro de lo que van a encontrar sobre Ned,” comentó Levins. “Era un creyente de primera. Además de algunos problemas con su familia, no sé si tenía algo que se pareciera ni de lejos a un enemigo.”

      “¿Tenía amigos dentro de la iglesia sobre los que pueda albergar dudas respecto a su moralidad u honradez?” preguntó Ellington.

      “Todo el mundo era amigo de Ned Tuttle,” dijo Levins, secándose una lágrima de los ojos. “El hombre era lo más parecido a un santo que se pueda encontrar. Devolvía a la iglesia al menos un veinticinco por ciento de su salario habitualmente. Siempre estaba en la ciudad, ayudando a dar de comer y proveer de ropa a los necesitados. Cortaba el césped para algunos ancianos, hacía reparaciones domésticas para viudas, y se iba a Kenia tres veces al año de misionario para ayudar en una obra médica.”

      “¿Sabe alguna cosa sobre su pasado que pudiera resultar sospechosa?” preguntó Mackenzie.

      “No. Y no es poco decir porque sé muchas cosas sobre su pasado. Él y yo compartimos muchas historias sobre nuestros problemas. Y puedo decirles en confianza que, entre las pocas cosas pecaminosas que experimentó en el pasado, no había nada que pudiera sugerir que le trataran como lo hicieron anoche.”

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