Скачать книгу

¿Eres la primera persona en la escena?”

      “Así es. Me enviaron hace unos quince minutos. Harrison me llamó para que viniera.”

      Mackenzie estuvo a punto de hacer un comentario, pero se calló. Es extraño que no me llamara a mí primero, pensó. Quizá McGrath le esté dejando hacer la parte de Ellington. Tiene sentido, ya que fue la primera en encargarse de la escena del padre Costas.

      “¿Ya has visto el cadáver?” preguntó Mackenzie mientras se dirigían hacia el portón de entrada siguiendo al equipo de CSI.

      “Sí. Desde unos metros de distancia. Es idéntico a los demás.”

      En unos pocos pasos, Mackenzie pudo comprobarlo con sus propios ojos. Se quedó algo rezagada, permitiendo a los chicos del CSI y del equipo forense que realizaran su trabajo. Al percibir que tenían por detrás a dos agentes a la espera, ambos equipos trabajaron con rapidez y eficiencia, asegurándose de que dejaban algo de espacio a las dos agentes para que realizaran sus propias observaciones.

      Yardley estaba en lo cierto. La escena era exactamente la misma, hasta el detalle de la marca alargada sobre el entrecejo. La única diferencia radicaba en que la ropa interior de este hombre parecía haberse caído por sí sola—o quizá se la habían bajado hasta los tobillos a propósito.

      Uno de los chicos del equipo de CSI les miró a las dos. Parecía estar algo malhumorado, hasta algo triste.

      “El fallecido es Robert Woodall. Es el sacerdote principal aquí.”

      “¿Estás seguro?” preguntó Mackenzie.

      “Sin ninguna duda. Mi familia acude a esta iglesia. He escuchado los sermones de este hombre al menos unas cincuenta veces.”

      Mackenzie se acercó más al cadáver. La puerta de Living World no estaba recargada ni decorada como la de Cornerstone o la del Sagrado Corazón. Estas eran más modernas, realizadas con madera resistente que estaba diseñada y envejecida para que pareciera algo similar a la puerta de un cobertizo.

      Como los demás, al pastor Woodall le habían clavado las manos y le habían atado los tobillos con un cable grueso. Mackenzie examinó sus genitales a la vista, preguntándose si la palpable desnudez había sido una decisión del asesino que había expuesto el cuerpo. No pudo ver nada fuera de lo normal y decidió que la ropa interior debía de habérsele caído por sí sola, quizá debido al peso de la sangre que se había acumulado allí. Las heridas que habían derramado esa sangre eran numerosas. Tenía unos cuantos rasguños en el tórax. Y aunque no se podía ver su espalda, los regueros de sangre que se derramaban por su cintura y se adentraban en sus piernas indicaban que habría unos cuantos allí también.

      Entonces Mackenzie percibió otra herida—una herida estrecha que le trajo a la memoria las imágenes de su pesadilla.

      Había un corte en el costado derecho de Woodall. Era superficial pero claramente visible. Había algo preciso al respecto, casi inmaculado. Se inclinó más de cerca y apuntó. “¿A qué se te parece esto?” les preguntó a los chicos de CSI.

      “Yo también lo noté,” dijo el hombre que había reconocido al Pastor Woodall. “Parece algún tipo de incisión. Quizá realizada por algún tipo de cuchilla de artesano—un cuchillo X-Acto o algo parecido.”

      “Pero las demás incisiones y heridas de arma blanca,” dijo Mackenzie, “las han hecho con una cuchilla ordinaria, ¿no es cierto? Los ángulos y los bordes…”

      “Sí, ¿eres una persona religiosa?” le preguntó el hombre.

      “Parece que esa sea la pregunta de las últimas veinticuatro horas,” dijo ella. “A pesar de la respuesta, entiendo la importancia de un corte en el costado. Es el lugar donde atravesaron a Jesucristo con una lanza cuando estaba colgado de la cruz.”

      “Sí,” dijo Yardley por detrás de ella. “Pero no había sangre, ¿no es cierto?”

      “Correcto,” dijo Mackenzie. “Según las escrituras, salió agua de la herida.”

      Entonces, ¿por qué decidió el asesino resaltar esa herida? se preguntó. ¿Y por qué no estaba en las otras víctimas?

      Se echo hacia atrás y observó la escena mientras Yardley charlaba con unos cuantos miembros del CSI y del equipo forense. Este caso ya le estaba inquietando bastante, pero esta herida fortuita en el costado de Woodall hizo que se preocupara de que hubiera algo más oculto en todo el asunto. Había simbolismo, pero también había un simbolismo estructurado.

      Obviamente, el asesino ha pensado las cosas con cuidado, pensó. Tiene un plan y lo está realizando metódicamente. Lo que es más, la adición de este corte preciso en el costado demuestra que no está matando por matar—sino que está transmitiendo un mensaje.

      “¿Pero qué mensaje?” se preguntó a sí misma en silencio.

      En las horas oscuras de la noche, permaneció de pie en la entrada a la Iglesia Comunitaria de Living World y trató de encontrar ese mensaje en el lienzo del cadáver del pastor.

      CAPÍTULO SIETE

      En el tiempo que Mackenzie había empleado en salir de Living World y conducir hasta el edificio J. Edgar Hoover, los periódicos se habían acabado por enterar del asesinato más reciente. Mientras que el asesinato del padre Costas había llegado a los titulares de los periódicos, la muerte de Ned Tuttle todavía no lo había conseguido. Ahora que se trataba del sacerdote principal de una iglesia con la reputación de Living World, el caso iba a conseguir salir en primera página. Eran las 4:10 cuando Mackenzie llegó a las oficinas del FBI, donde se dirigía para ver a McGrath. Suponía que los detalles del pastor Woodall y el caso en su integridad serían el principal punto de interés de los programas de noticias locales de la mañana—y de todo el país para mediodía.

      Mackenzie podía sentir la presión creciente de todo ello mientras entraba al despacho de McGrath. Estaba sentado a su pequeña mesa de conferencias, hablando con alguien por teléfono. El agente Harrison se encontraba allí con él, leyendo algo en su portátil. Yardley también estaba allí, donde acababa de llegar unos meros minutos antes que Mackenzie. Estaba sentada, escuchando cómo McGrath hablaba por teléfono, y parecía aguardar a sus instrucciones.

      Al ver a los dos revoloteando alrededor de McGrath, sintió deseos de que Ellington estuviera aquí. Le recordó que todavía seguía sin saber adónde le había enviado McGrath. Se preguntó si tendría algo que ver con este caso—pero, si era así, ¿por qué no le habían informado de su ubicación?

      Cuando McGrath acabó de hablar por teléfono, miró a los tres agentes reunidos y soltó un suspiro. “Ese era el ayudante del director Kirsch,” dijo. “Está reuniendo a tres agentes más para liderar este caso por su lado. En el momento que los periódicos se enteraron de esto, nos hicieron la pascua. Esto se va a convertir en algo grande y lo va a hacer muy rápidamente.”

      “¿Alguna razón en particular?” preguntó Harrison.

      “Living World es una iglesia enormemente popular. El presidente atiende sus servicios. Hay unos cuantos políticos más que también son regulares. Hay como medio millón de personas que escuchan su podcast cada semana. No es que Woodall fuera una celebridad ni nada por el estilo, pero era muy conocido. Y si es una iglesia a la que acude el presidente…”

      “Entendido,” dijo Harrison.

      McGrath miró a Mackenzie y a Yardley. “¿Algo que sobresalga en la escena?”

      “Bueno, quizás,” dijo Mackenzie. Entonces entró en detalles acerca de la incisión peculiar y precisa en el costado derecho de Woodall. Lo que no hizo, sin embargo, fue adentrarse en qué tipo de gesto simbólico estaba tratando de descifrar a partir de su significado. Por el momento, no tenía ninguna pista sólida y no quería perder su tiempo en especulaciones.

      Sin embargo, McGrath había entrado en pánico. Extendió las manos sobre la mesa

Скачать книгу