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su nombre.

      *

      Riley estaba durmiendo profundamente cuando algo la despertó.

      «¿Qué pasa?», se preguntó.

      Al principio pensó que tal vez alguien le había sacudido el hombro.

      Pero no, no era eso.

      Mientras miraba la oscuridad de su dormitorio, volvió a oír el sonido.

      Un chillido.

      Una voz aterrorizada.

      Riley sabía que algo terrible había sucedido.

      CAPÍTULO DOS

      Riley se puso de pie inmediatamente, antes de estar completamente despierta. Ese sonido había sido horrible. ¿Qué había sido?

      Cuando encendió la luz junto a la cama, una voz familiar se quejó: —Riley, ¿qué pasa?

      Trudy estaba acostada en su cama totalmente vestida, tapándose los ojos por la luz. Era evidente que había colapsado en la cama bastante ebria.

      Riley ni siquiera la había sentido llegar.

      Pero ahora estaba bien despierta, al igual que otras personas en el dormitorio.

      Oía voces alarmadas llamando desde habitaciones cercanas.

      Riley se activó y se puso unas zapatillas, una bata y abrió la puerta de su habitación. Dio un paso hacia el pasillo.

      Otras puertas se estaban abriendo. Otras chicas estaban asomando sus cabezas, preguntando qué pasaba.

      Riley vio algo fuera de lugar. En medio del pasillo, una chica estaba sollozando de rodillas. Riley corrió hacia ella.

      «Heather Glover», se dio cuenta.

      Heather había estado con ellas en La Guarida del Centauro. Y se había quedado con las demás chicas luego de la partida de Riley. Ahora Riley sabía que era Heather la que había oído gritar.

      También recordó que Heather era la compañera de cuarto de Rhea.

      Riley alcanzó a la chica y se agachó junto a ella.

      —¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Heather, qué pasa?

      Sollozando y atragantándose, Heather señaló la puerta abierta a su lado. Se las arregló para jadear: —Es Rhea. Ella está…

      Heather vomitó de repente.

      Esquivando el chorro de vómito, Riley se levantó y se asomó en la puerta de la habitación. Por la luz del pasillo, veía un líquido oscuro en el piso. Al principio pensó que era un refresco que se había derramado. Luego se estremeció al darse cuenta de que era sangre.

      Había visto sangre acumulada antes. Eso era lo que era, no cabía duda.

      Entró en la puerta y vio rápidamente a Rhea tendida sobre su cama, completamente vestida y con los ojos bien abiertos.

      —¿Rhea? —dijo Riley.

      Miró más de cerca. Luego arqueó.

      Rhea estaba degollada.

      Estaba muerta, Riley sabía eso con certeza.

      No era la primera mujer asesinada que había visto en su vida.

      Entonces Riley oyó otro grito. Por un momento se preguntó si el grito podría ser suyo.

      Pero no, venía justo de detrás de ella.

      Riley se dio la vuelta y vio a Gina Formaro en la puerta. También había estado de fiesta en La Guardia del Centauro esa noche. Ahora tenía los ojos saltones y estaba temblando toda, pálida por la impresión.

      Riley se dio cuenta de que se sentía muy tranquila, y que no estaba asustada en absoluto. También sabía que probablemente era la única estudiante en todo el piso que no estaba en estado de pánico.

      Le correspondía a ella asegurarse de que las cosas no empeoraran.

      Riley tomó suavemente a Gina por el brazo y la sacó de la habitación. Heather aún estaba en el piso donde había vomitado, sollozando. Y otros estudiantes curiosos estaban haciendo su camino hacia la habitación.

      Riley cerró la puerta de la habitación y se paró delante de ella.

      —¡No se acerquen! —les gritó a las chicas—. ¡Manténganse alejadas!

      A Riley le sorprendió la fuerza y ​​la autoridad en su propia voz.

      Las chicas obedecieron, formando un semicírculo alrededor de la habitación.

      Riley volvió a gritar: —¡Alguien llame al 911!

      —¿Por qué? —preguntó una de las chicas.

      Aún agachada en el piso con el charco de vómito en frente de ella, Heather Glover logró decir: —Es Rhea. Fue asesinada.

      De repente se oyó una mezcla salvaje de voces en el pasillo, algunas gritando, algunas jadeando, algunas sollozando. Algunas de las chicas trataron de acercarse a la habitación de nuevo.

      —¡No se acerquen! —repitió Riley, aun bloqueando la puerta—. ¡Llamen al 911!

      Una de las chicas tenía un pequeño teléfono celular en su mano e hizo la llamada.

      Riley estaba preguntándose: «¿Qué hago ahora?»

      Solo sabía una cosa con certeza, que no podía permitir que ninguna de las chicas entrara en la habitación. Ya había suficiente pánico. Si más personas veían lo que había en esa habitación, todo empeoraría.

      También se sentía segura de que nadie debía estar caminando por…

      Por ¿qué?

      Por una escena del crimen. Esa habitación era una escena del crimen.

      Recordó, estaba segura que de películas o programas de televisión, que la policía desearía que nadie tocara la escena del crimen.

      Lo único que podía hacer era esperar, y mantener a todo el mundo afuera.

      Y hasta el momento estaba teniendo éxito. El semicírculo de estudiantes comenzó a desintegrarse, y las chicas comenzaron a formar grupos más pequeños, desapareciendo en habitaciones o formando pequeños grupos en el pasillo para hablar de lo sucedido. Todo el mundo estaba llorando. Estaban apareciendo otros teléfonos celulares, sus dueñas llamando a padres o amigos para contarles lo sucedido.

      Riley supuso que probablemente no era una buena idea, pero no tenía forma de detenerlas. Al menos se estaban manteniendo alejadas de la puerta.

      Y ahora ella estaba empezando a sentirse aterrorizada.

      Imágenes de su infancia inundaron su mente…

      Riley y mamá estaban en una tienda de dulces, ¡y mamá estaba mimando mucho a Riley!

      Estaba comprándole muchos dulces.

      Las dos estaban riendo hasta que…

      Un hombre se acercó a ellas. Tenía un rostro extraño, chato y sin rasgos distintivos, como algo salido de una de las pesadillas de Riley. Le tomó a Riley un segundo darse cuenta de que llevaba una media de nailon sobre su cabeza, las mismas que mamá llevaba en sus piernas.

      Y él tenía una pistola.

      Empezó a gritarle a mamá: —¡Tu cartera! ¡Dame tu cartera!

      Su voz sonaba tan asustada como Riley se sentía.

      Riley miró a mamá, esperando que ella hiciera lo que el hombre había dicho.

      Pero mamá se había puesto pálida y estaba temblando toda. No parecía entender lo que estaba pasando.

      —¡Dame tu cartera! —volvió a gritar el hombre.

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