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has roto algo?»

      Â«Creo que tengo alguna costilla fracturada pero me las apañaré»

      Â«Â¿Cómo hemos conseguido que nos pillasen por sorpresa?»

      Â«Olvídate, lo que ha sucedido ha sucedido. Intentemos antes de nada liberarnos. Mira a tu izquierda, allí donde se refleja el rayo de sol»

      Â«No veo nada» replicó el gordo.

      Â«Hay algo sepultado. Parece un objeto metálico. Mira a ver si consigues llegar a él con la pierna»

      El sonido repentino de la cremallera de la tienda que se abría interrumpió la operación. El ayudante de guardia miró al interior. El gordito volvió a fingir que estaba desmayado mientras que el otro quedó absolutamente inmóvil. El hombre dio una ojeada a los dos, controló por encima los atrezos esparcidos en el interior y después, con aire satisfecho, se retiró y cerró la entrada.

      Los dos quedaron durante un momento quietos, luego fue el gordo el que comenzó a hablar. «Ha faltado poco»

      Â«Bueno, ¿la has visto? ¿Llegas a ella?»

      Â«Sí, ahora sí. Espera que lo intente»

      El corpulento y falso beduino comenzó a mover el tronco intentando de esta manera aflojar un poco las cuerdas que lo inmovilizaban, después comenzó a extender todo lo que podía la pierna izquierda en dirección al objeto. Llegaba por los pelos. Con el tacón comenzó a excavar en la tierra hasta que consiguió descubrir una parte del objeto.

      Â«Parece una espátula»

      Â«Debe ser una Trowel Marshalltown. Es el instrumento preferido por los arqueólogos para rascar en la tierra cuando buscan viejas vasijas. ¿Consigues cogerla?»

      Â«No llego»

      Â«Si dejases de atiborrarte con todas esas porquerías quizás conseguirías incluso moverte mejor, un gordinflas es lo que eres»

      Â«Â¿Qué tendrá que ver mi poderoso físico?»

      Â«Muévete, poderoso físico, intenta recuperar esa espátula sino ya conseguirá la cárcel hacerte adelgazar»

      Imágenes de comida aplastada, sosa y maloliente aparecieron de repente ante los ojos del gordito. Aquella terrible visión hizo que se manifestase en él una fuerza que no pensaba que tuviese. Enarcó lo más que pudo la espalda. Un dolor lacerante partió desde el hombro dolorido y llegó hasta el cerebro, pero no hizo caso. Con un decidido golpe de riñones consiguió llevar el talón más allá de la espátula y, plegando rápidamente la pierna, la lanzó hacia si.

      Â«Lo conseguí» gritó desde detrás de la mordaza.

      Â«Â¿No puedes estar callado, imbécil? ¿A qué vienen esos gritos? ¿Quieres que vuelvan a entrar esos dos energúmenos y que nos pongan a caldo?»

      Â«Perdona» respondió sumiso el gordo. «Conseguí cogerla»

      Â«Â¿Has visto cómo, si te empeñas, incluso tú puedes hacer las cosas bien? Tendría que estar afilada. A ver si consigues cortar estas malditas cuerdas»

      Con la mano buena el tipo gordo cogió la espátula por el mango y comenzó a frotar la parte más afilada sobre la cuerda que estaba detrás de su espalda.

      Â«Imaginemos que nos liberamos» dijo en voz baja el gordito «¿Cómo conseguiremos escapar sin que nos vean? El campamento está lleno de gente y todavía es de día. Espero que tengas un plan»

      Â«Pues claro que lo tengo. ¿No soy yo el genio de este equipo?» exclamó orgulloso el flaco. «Mientras tú estabas durmiendo cómodamente la siesta yo he analizado la situación y creo que he encontrado la manera de escapar.»

      Â«Soy todo oídos» replicó el otro mientras continuaba a restregar la cuerda con la espátula.

      Â«El tipo que está de guardia se deja ver aproximadamente cada diez minutos y esta tienda es la que está más alejada en la parte este del campamento»

      Â«Â¿Y entonces?»

      Â«Â¿Cómo se me ocurrió cogerte como socio para este trabajo? Tienes la fantasía y la inteligencia de una ameba, y esperemos que las amebas no se ofendan por esta comparación»

      Â«La verdad es que» replicó un poco mosqueado el gordito «he sido yo quien te ha elegido, ya que el trabajo me lo habían encargado a mí»

      Â«Â¿Has conseguido liberarte?» le interrumpió el flaco, ya que la discusión estaba discurriendo por malos derroteros y además, efectivamente, su compañero tenía toda la razón.

      Â«Espera un poco. Creo que comienza a ceder»

      De hecho, poco después, con un seco chasquido, la cuerda que los tenía amarrados al barril se rompió y la panza del gordo, finalmente libre de apreturas, recobró su dimensión normal.

      Â«Â¡Lo conseguí!» exclamó satisfecho el gordito.

      Â«Genial. Ahora mantengámosla abajo hasta que no reaparezca el guardia. Tiene que parecer que todo está en orden.»

      Â«Ok, socio. Vuelvo a simular que duermo.»

      No tuvieron que esperar mucho. Algunos minutos más tarde, de hecho, el ayudante de la doctora volvió a asomar la cabeza por la tienda. Hizo el habitual control de la situación y, no notando nada de extraño, cerró otra vez la cremallera, se colocó bajo la sombra de la entrada y encendió tranquilamente un cigarrillo hecho a mano.

      Â«Ahora» dijo el flaco. «Movámonos»

      La operación, dados los achaques de ambos, resultó más complicada de lo previsto pero, después de emitir algunos gemidos de dolor y haber imprecado durante un rato, acabaron de pie el uno frente al otro.

      Â«Dame la espátula» ordenó el flaco mientras se quitaba la mordaza. Los dolores lacerantes del costado derecho le impedían moverse con agilidad pero consiguió mitigar un poco el dolor al apoyar allí la mano abierta. En unos pocos pasos alcanzó la pared opuesta a la entrada de la tienda, se arrodilló y clavó con lentitud la Trowel Marshalltown. La hoja afilada de la espátula cortó, como si fuera mantequilla, el blando tejido de la pared que daba al este, creando así una pequeña hendidura de unos diez centímetros. El flaco acercó el ojo derecho y echó un vistazo a través de la abertura. Como había pensado no había nadie. ¡Si por lo menos pudiese ver las ruinas de la antigua ciudad, que estaban aproximadamente a un centenar de metros, donde habían escondido el jeep que les serviría para escapar con el botín!

      Â«Vía libre» dijo mientras que con la ayuda del filo de la espátula alargaba hasta el suelo el pequeño corte que había hecho anteriormente. «Vamos» dijo mientras se metía arrastrándose en la rasgadura.

      Â«Podrías haberlo hecho un poco más ancho este agujero, ¿no?» murmuró el gordo entre dos gemidos mientras intentaba con esfuerzo deslizarse hacia el exterior.

      Â«Muévete. Ahora debemos escapar lo más velozmente posible»

      Â«Será una forma de hablar. Lo de caminar, más o menos, no te creas»

      Â«Venga, date prisa y deja de lamentarte. Recuerda que si no conseguimos escapar unos años en la cárcel no nos los quita nadie»

      La palabra cárcel conseguía siempre infundir en el tipo corpulento una fuerza suplementaria. No dijo nada más y, sufriendo en silencio, siguió

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