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El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi
Читать онлайн.Название El Criterio De Leibniz
Год выпуска 0
isbn 9788873044451
Автор произведения Maurizio Dagradi
Издательство Tektime S.r.l.s.
Se relajó, dejándose condicionar por la respiración rítmica de Cynthia, y en pocos minutos se durmió.
Las luces de los coches en Park Road se hicieron cada vez menos numerosas hasta que desaparecieron, dejando la carretera desierta, iluminada solo por las filas de farolas a los lados. En la bahía no se movía nada, y las luces de posición de las naves estaban inmóviles, dando la sensación de que los propios barcos dormían, tendidos en el agua oscura.
En el apartamento el silencio era total, interrumpido solo por la respiración de Cynthia, que seguía profundamente dormida.
Sobre las tres de la noche, en la oscuridad, una voz suave se superpuso a esa respiración.
—Los llevaremos, sí, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas... —McKintock hablaba dormido—, ... y los paquetes, y los contenedores, llevaremos todo... sí, con la Máquina... de acá para allá, aprietas un botón y ya has llegado... ni te das cuenta de que ya has llegado... —farfullaba, pero se le podía entender—: con tu Máquina, Drew, pero ¿cómo has podido inventarla?... has cambiado la historia, Drew...
A unos cien metros del edificio, un furgón con una insignia de instalador de antenas estaba aparcado cerca de otro edificio, como si el técnico hubiera ido a casa a dormir después de un duro día de trabajo. Las dos antenas sobre el techo del furgón eran pintorescas; dos parábolas blancas que miraban una a la derecha y la otra a la izquierda, orientadas ligeramente hacia arriba. Hacían buena publicidad de la actividad declarada por la insignia pegada a la chapa marrón del vehículo, aunque de la antena derecha salía un cable escondido que, a través de un agujero estanco en el techo del furgón entraba en la zona de carga. Allí, las paredes internas estaban cubiertas por instrumentos electrónicos. Diversos receptores de radio de categoría militar estaban empilados, unos sobre los otros, en un módulo rack26. Cada receptor podía captar un cierto número de bandas de frecuencia, distintas para cada uno y en orden creciente, de modo que aquel bastidor podía recibir cualquier señal de radio que un transmisor pudiera generar. Al lado del módulo de los receptores estaba el de los analizadores de espectro. Estos visualizaban la forma de la onda radio recibida y la mostraban en una pantalla. Después de los analizadores estaban los decodificadores, en otro módulo con aparatos capaces de descodificar27 mensajes en código, hasta los más complejos. Seguía otro módulo rack con las grabadoras, en las que los mensajes recibidos eran memorizados de manera estable para un análisis posterior. El último contenía la sección audio del sistema, capaz de procesar el sonido recibido y eliminar el ruido de fondo, potenciando las voces y los sonidos particulares para extraer la información de interés. Un ordenador estaba conectado al conjunto de módulos, y servía para configurar el funcionamiento de los distintos componentes.
En aquel momento solo había un receptor encendido, sintonizado alrededor de 7 GHz, y el analizador de espectro al que estaba conectado mostraba una banda horizontal verde en cuyo interior se movían barras verticales naranjas y rojas. El parpadeo de una luz verde del aparato de decodificación indicaba que este estaba operando regularmente y sin errores. Dos grabadoras en paralelo guardaban silenciosamente la información recibida en sus discos duros, para proporcionar dos copias distintas del material.
La voz de McKintock se oía indistintamente de los auriculares de los cascos que llevaba un hombre, vestido con estilo informal, sentado delante del ordenador. Al lado del gran monitor, una taza de té medio vacía, la segunda de la serie de aquella noche. El hombre estaba relajado contra el respaldo, con las manos sobre su regazo, la cabeza inclinada y los ojos cerrados, escuchando.
«Los llevaremos, sí, los llevaremos por todas partes... a ellos y a sus cosas... ». La voz de McKintock era visualizada en la pantalla del ordenador como una línea horizontal ondulada que variaba continuamente de amplitud, «... y los paquetes, y los contenedores, llevaremos todo... sí, con la Máquina... de acá para allá, aprietas un botón y ya has llegado... ni te das cuenta de que ya has llegado...». El hombre que escuchaba abrió los ojos de golpe y levantó la cabeza «con tu Máquina, Drew, pero cómo has podido inventarla... has cambiado la historia, Drew...». Se levantó y se acercó al ordenador. Modificó algunos controles con el ratón para mejorar la amplificación de la voz de McKintock. Previamente había filtrado la respiración de Cynthia y no se oía prácticamente nada por los auriculares. Arrugó la frente, observando los componentes de la voz de McKintock en el monitor que iluminaba su rostro con su luz tenue
«... el universo a nuestra disposición, increíble, el universo entero... con la Máquina...».
El hombre desplazó uno de los auriculares de los cascos para liberar una oreja. Cogió un teléfono militar cifrado y compuso un número de cinco cifras.
Un segundo después alguien levantó el auricular del teléfono llamado, pero no dijo nada.
—Pásame a Spencer —dijo el hombre.
Final de la primera parte
Segunda parte
Cuando bajó el último obrero, parecía que solo quedara el conductor, sentado en su puesto.
Sin embargo, tras unos segundos apareció otra figura en la escalera del autobús.
Bajó los escalones despacio, con calma, revelándose poco a poco.
Capítulo XVIII
La aurora coloreaba con sus matices el cielo de Manchester. Las nubes habituales ocupaban esta vez solo una parte del firmamento, escondiendo al oeste las últimas estrellas que, de todas formas, se desvanecían en el incipiente amanecer, y exponiendo al este una bóveda en la que el espectro de color rojo estaba aumentando, inexorablemente, de intensidad. Las bandas con mayor longitud de onda, de color rojo oscuro, empujaban hacia arriba aquellas con longitud de onda menor, violetas, naranjas, amarillas, hasta llegar al límite del espectro y desaparecer en el blanco definitivo de la temperatura nominal del sol. Cada día, en todo el planeta, este espectáculo se repetía con precisión matemática, pero Inglaterra lo disfrutaba un poco menos a causa de la capa de nubes que ya formaba parte de su cultura y de la imagen que los demás tenían de ese país. A pesar de ello, el amanecer era el desencadenante, el inicio de un nuevo día para la mayor parte de la gente. El sol que surge es la metáfora del despertar de la naturaleza y de los seres vivos que la pueblan. Pero muchos de ellos trabajan también por la noche, o exclusivamente de noche, mientras los demás duermen, para obtener así resultados que serían inalcanzables de otra manera. Algunos