Скачать книгу

la simple respuesta.

      Maoko levantó los ojos al cielo, suspirando, luego encendió la luz principal, abrió la puerta y dejó entrar a la noruega; volvió a cerrar con llave, anticipando lo que iba a pasar.

      Tenía razón.

      Jasmine Novak llevaba un abrigo marrón claro con detalles de tartán, de una calidad óptima. Zapatos marrones con tacón bajo y el pelo recogido en una coleta. No llevaba bolso.

      Se había parado apenas había entrado. Esperó a que Maoko se pusiera frente a ella, después, con un gesto controlado, se desabrochó el abrigo empezando por arriba, botón a botón, con un ritmo regular. Cuando llegó al final, cogió las aletas del abrigo a la altura del pecho y las abrió lentamente, de manera perfectamente simétrica.

      Estaba completamente desnuda.

      Maoko sabía que las mujeres escandinavas eran desinhibidas, pero no se esperaba un comportamiento así.

      Novak separó las dos partes del abrigo hasta que la prenda comenzó a deslizarse por sus hombros. La dejó resbalar suavemente por sus brazos, detrás de sí, y, cuando iba a caer al suelo, lo sujetó con las manos, lo dobló a media altura y lo colocó ordenadamente en el respaldo de un sillón cercano.

      Después fijó su mirada en los ojos de la japonesa y tendió los brazos hacia delante, cruzando las muñecas.

      Maoko sostuvo la mirada, de manera aséptica, y después observó las muñecas: solo quedaba una leve irritación donde habían estado las cuerdas la noche anterior. Esto supuso una gran satisfacción para ella, porque confirmaba su maestría del Shibari, el arte japonés de la cuerda. Se dedicaba a ello paralelamente a sus estudios universitarios, por el gran contenido estético que contenía ese arte, y quería llegar a Nawashi, o maestra.

      Habría podido realizar una escultura refinada, usando cuerdas artísticamente sobre el cuerpo escultural de Novak, pero no creía que conociese el Shibari y, menos todavía que hubiera ido para ofrecerse como modelo para esa forma de arte.

      No, la mujer noruega quería otra cosa, y lo estaba pidiendo con los ojos encendidos, y con el cuerpo desnudo que se ofrecía sin reservas a la mirada de Maoko.

      Tenía la piel clara, como correspondía a su procedencia, y el pelo rubio le llegaba hasta los hombros con un corte cuadrado sencillo pero preciso.

      El rostro sin maquillaje era delicado, iluminado por ojos de color azul claro correctamente espaciados y decorados por cejas rubias arriba y pecas claras abajo.

      La nariz era pequeña y un poco levantada, la boca sutil con labios de color rosa claro.

      El mentón regular, con una pequeña cavidad que, junto al corte de los labios, daba una impresión de impertinencia.

      Los pómulos se mostraban apenas, y las mejillas eran tersas y suaves. Las orejas eran pequeñas y bien formadas. El cuello largo y sutil estaba en perfecta armonía con la cara.

      Los hombros tenían una anchura comedida y proporcional a la altura de la mujer, de un metro setenta, y los músculos bien definidos mostraban una actividad física regular. Las clavículas emergían ostentosamente, tensando la piel y confirmando la mucha tonicidad de ese cuerpo.

      El esternón y las costillas también dibujaban la imagen de un esqueleto perfecto, con una caja torácica pequeña y extremadamente femenina que llegaba a una cintura estrecha y sensual.

      Los senos eran de dimensión contenida, bien sostenidos por la musculatura de aquella mujer que tendría unos treinta y tres o treinta y cuatro años.

      Vientre plano con abdominales evidentes, fruto de entrenamientos de carreras o de bicicleta.

      Las piernas eran una maravilla. La longitud del fémur y la de la tibia tenían la proporción ideal, y resaltaban la musculatura de los muslos y la pantorrilla. Los tobillos finos completaban ese cuadro envidiable.

      Maoko observó los brazos largos y delgados, tónicos como todo lo demás, y las manos, con dedos finos y elegantes. Con una mano la cogió por las muñecas cruzadas y la condujo lentamente hasta la cama individual.

      —Quítate los zapatos —le ordenó con voz tranquila pero firme.

      Novak hizo lo que se le pedía, y después Maoko se colocó detrás de ella y la hizo ponerse de rodillas sobre la cama, haciéndola avanzar hasta el centro, y girada sobre el lado más largo. Cogió sus manos y se las puso detrás de la espalda, después cruzó sus muñecas de nuevo y los sujetó con una mano.

      —Separa las rodillas —ordenó de nuevo.

      La noruega obedeció.

      —Más —añadió.

      Novak separó un poco más las rodillas, manteniendo los muslos derechos para sujetar el cuerpo.

      —Bien. —Las rodillas estaban a medio metro de distancia una de la otra—. Busto derecho. Cabeza alta. Mira hacia delante.

      La noruega se enderezó, ayudada por la tracción de los brazos estirados hacia atrás y sujetos por Maoko a la altura de las muñecas cruzadas.

      Levantó la cabeza orgullosamente y miró delante de ella.

      —No te muevas —ordenó la japonesa.

      Le soltó las muñecas lentamente y se alejó de la cama.

      Novak no se movió ni un milímetro.

      Maoko fue al armario, situado detrás de Novak, y por lo tanto fuera de su campo visual, y cogió un pañuelo amarillo de seda pura, volvió al lado de la cama y rodeó las muñecas de la noruega, cruzadas, con él. Hizo un nudo simple, apretó moderadamente y cerró el atadijo con otro nudo.

      Novak respiraba con regularidad, en espera, manteniendo con precisión la posición que le había sido impuesta.

      Maoko llevaba un pijama con camisa y pantalón largo, blanco con personajes Kawaii23. Se quitó el pijama y se quedó con la ropa interior de color blanco.

      Volvió al armario y cogió dos guantes de látex de la bolsa del laboratorio. Se los puso haciéndolos estallar ruidosamente cuando acabó.

      Fue a la cama, de rodillas detrás de Novak, con movimientos suaves para no desestabilizarla.

      Apoyó sus tobillos sobre los de la noruega para mantenerla mejor en esa posición, y después apoyó sus manos en su cadera. Novak se estremeció y dejó escapar un suspiro, apenas audible, pero se controló enseguida y volvió a la inmovilidad que debía mantener.

      Con movimientos simétricos, Maoko deslizó sus manos de los muslos a los glúteos adyacentes, acariciándolos. Eran sólidos y bien sostenidos. Siguió lentamente hacia arriba, subiendo por la espalda y apretando con los pulgares en la cavidad de la espina dorsal. Mientras avanzaba seguía con los pulgares el contorno de cada vértebra, y al mismo tiempo marcaba, con los otros dedos, cada costilla. Mantenía una presión constante que estimulaba las terminaciones nerviosas de esas zonas, muy sensibles, y Novak sintió escalofríos. Un sudor frío cubrió su frente y su espalda, pero apretó los dientes para no moverse. Maoko sonrió para sí, apreciando la reacción de la noruega, así como el autocontrol que demostraba tener.

      Las manos llegaron a la base del cuello. Con los pulgares masajeó intensa y repetidamente las vértebras cervicales, después pasó a los omoplatos y, manteniendo continuamente una presión sobre la piel, llevó las manos hacia delante, a la parte inferior de la caja torácica. Las deslizó despacísimo hacia arriba, acogiendo progresivamente los senos. Cuando los índices encontraron el obstáculo de los pezones Maoko prosiguió del mismo modo, manteniendo la misma presión, obligándolos a ceder. Después aumentó el espacio entre el índice y el dedo medio para dejarlos emerger de nuevo. En cuanto recuperaron su volumen, erectos y rígidos, dejó de mover las manos. Permaneció así unos instantes, sujetando los senos con delicadeza. Novak estaba cubierta de sudor y respiraba de manera apenas perceptible,

Скачать книгу