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      1 — Hola soy Paolo, tu compañero, estoy aquí fuera pero no sé cómo eres y no me gustaría dar una mala impresión perdiéndote entre la gente.

      1 — No te preocupes, ya te he visto, quédate ahí que ya llego.

      Respiró profundamente. De repente Sara se levantó, con la mirada perdida fuera de la ventanilla poco antes de decidirse a bajar. Una situación irreal, casi como en un sueño, hasta que el aire fresco y penetrante la devolvió a la Tierra, a ella misma, una mujer de cuarenta años que apenas había abandonado a la niña atemorizada sentada en el vagón. Se giró hacia las grandes ventanillas, y casi le pareció verse desde fuera, pequeña y asustada con dos trenzas negras que le caían sobre los hombros. Ahí estaba de nuevo, lista para afrontar nuevos retos y nuevas pruebas ante el mayor desafío de querer volver a vivir. En parte invadida por un extraño sentimiento de timidez que poco a poco iba desapareciendo, empezó a agitar los brazos para que el nuevo compañero misterioso la viera. Estaba de pie junto a una columna. Hay personas que incluso tras haberse conocido a fondo se mantienen distantes mientras que otras ya a primera vista están en sintonía, de forma tan natural e inmediata que abandonan la coraza que a menudo nos protege en sociedad. Nada más estrecharse de manos, Sara se sintió diferente, como si quisiera mantener al margen esta nueva realidad tan alejada de la vida de la gran metrópolis, de su vida en Roma.

      Antes o después todos queremos una vida diferente, al menos jugar a tenerla o soñar en secreto que nos vestimos con ropas muy diferentes a las nuestras. A veces empezamos a fingir casi sin darnos cuenta, tanto es nuestro deseo de rescate o de llenar ese vacío que llevamos dentro desde hace demasiado tiempo. Y así Sara, con ese estrecharse de manos, abandonó su piel de mamá y esposa para ser ella misma, sin vínculos ni lazos, al menos durante esos tres días lejos de casa. No había notado una ligereza como aquella en siglos y probablemente nunca se había sentido tan libre. Tras las presentaciones formales Paolo le cogió la maleta de las manos y le indicó el camino hasta su coche.

      1 — Tendrás hambre, es hora de comer… si te apetece conozco un restaurante muy bueno justo aquí al lado. Solo tenemos una reunión con la empresa a última hora de la tarde y hasta nos da tiempo a pasar por tu hotel si quieres cambiarte de ropa.

      Tras unos pocos segundos de indecisión, aceptó la invitación de buen grado, cosa que hacía aún más irreal todo lo que le estaba sucediendo. Comer fuera, sola, con otro hombre… sin tener que pensar en sus hijos o en tener al lado a su marido. Emocionada como una niña por esa simple comida circunstancial, aceptó al instante la invitación.

      Después de dejar la maleta en el coche se encaminaron hacia el local y terminaron con los pies bajo la mesa uno frente al otro, con las manos a un instante de tocarse en torno al menú que hojeaban. El camarero llegó al cabo de poco, y Paolo pidió enseguida un plato de pasta con boletus, la especialidad de la casa. Ella se pidió lo mismo sin pensárselo demasiado. Ni siquiera había avisado a los de casa de su llegada; en ese momento era en lo último en lo que pensaba… ¿qué le estaba sucediendo? La adrenalina a mil por comer con un desconocido que por otra parte no era más que un nuevo compañero de trabajo. Dejaron los menús a un lado de la mesa. Paolo finalmente empezó a relajarse, apoyando la espalda en la silla y dejando las manos sobre la mesa. Miró un momento por la ventana y la luz que entraba le iluminó los ojos, mostrándolos aún más celestes y cristalinos. Esa fue la primera impresión que tuvo de él, un hombre cristalino, sin máscaras ni capas. Con un pequeño movimiento se recostó en la silla y con los codos sobre el mantel empezó a preguntarle por su vida. Para seguir el juego teatral que la hacía tan ligera le contó solo una parte, omitiendo la existencia de un marido y dos hijos que se encontraban a quilómetros de ellos, aunque muy presentes en su vida.

      Por miedo a contradecirse desveló muy poco sobre ella y enseguida preguntó por él y su historia, pero éste fue interrumpido casi al momento por la llegada de la comida, caliente y perfumada como nunca antes había sentido; tanto, que le invadió impetuosamente las fosas nasales en un baile de sabores y recuerdos ligados a la infancia.

      1 — Se acabó la primera parte, ahora comamos o se enfriará la comida y sería una pena. Luego soltaré eso de que estoy separado, hace ya un par de años. No tengo hijos, no tengo pareja y por ahora estoy muy entusiasmado con este nuevo proyecto que te ha traído hasta aquí.

      Después de comer, Paolo empezó a hablar de varias cosas, tan metido en la conversación que le brillaban los ojos con una bellísima luz. Sara era toda oídos, embelesada por todas esas palabras suyas que se materializaban en su mente. Así siguieron durante el trayecto en coche hacia el hotel, no muy lejos del lugar de trabajo que habrían visitado dentro de pocas horas.

      Paolo dejó el coche en la entrada del hotel para ayudarla a descargar la pequeña maleta, acompañándola después hasta el hall.

      1 — Nos vemos en dos horas, vendré a recogerte, ¿vale?

      1 — ¡Claro!

      Agradeció tanto la propuesta de acompañarla que la respuesta le salió con voz temblorosa, haciendo que la gente a su alrededor se girara. Se puso tan roja que Paolo tuvo que contenerse para no partirse de risa, y, girando sobre sus talones, se despidió mientras se alejaba.

      Ahí estaba, tímida y cohibida como siempre pero lista para volver a ponerse la piel de la nueva Sara, independiente y a años luz de su habitual vida aburrida. Realizó las operaciones rituales en recepción y finalmente subió a la habitación. Sentada sobre la gran cama blanca, recordó que aún tenía puesto el modo silencio del teléfono, que había activado durante el viaje para no molestar a los demás pasajeros. Miró la pantalla. Su marido la había llamado ya cinco veces y tenía tres mensajes.

      CAPÍTULO 2

      LA VIDA NUEVA

      Ver aquellas llamadas perdidas la llenaron de culpa a más no poder. Se imaginó de repente en Roma, en su casa hecha de materiales valiosos y sofisticación, aburrida y cansada de una vida que se repetía siempre de la misma forma hacía demasiados años. Todos sus músculos, en tensión hasta ese momento, empezaron a desfallecer a la vez, aflojándose a los pies de la cama y casi dejando caer el teléfono de entre sus manos. Por un instante su mente quedó vacía, como despertando de un agradable sueño en la propia cama.

      Reactivó el sonido del smartphone y llamó a su marido. Éste respondió al momento, tras dos tonos. Era obvio que se había preocupado seriamente por su desaparición momentánea.

      1 — ¿Diga?

      Al otro lado del teléfono la voz sonó casi rota, mezcla de preocupación y rabia. A duras penas le salieron las palabras intentando justificar esa falta de atención por su parte. Le había dicho que llamaría apenas bajara del tren, y en cambio ahí estaba, horas después de su llegada, con la cabeza aún llena de nuevas emociones y pocas ganas de revivir las pasadas. Tras las disculpas iniciales empezó a soltar a borbotones todo lo que había visto hasta el momento, desde las bellezas de la naturaleza que la rodeaban hasta la descripción con todo detalle de la habitación que la acompañaría tres veces por semana. El hotel disponía de una zona residencial y su empresa le había reservado aquél mini apartamento durante el tiempo que durara el proyecto. De esa forma no tendría que llevar cada vez arriba y abajo todas sus pertenencias, y al menos lo básico podía esperarla allí aunque volviera a Roma durante el largo fin de semana. A medida que sus palabras fluían, sintió cómo su marido se tranquilizaba y se sosegaba, feliz de hablar con ella al fin y sentirla eufórica aunque estuviera lejos de casa. Después empezó él a hablarle de esas pocas horas pasadas separados y de los planes que había hecho con su círculo de amigos. Mientras hablaba, Sara empezó a sentir su voz

      cada vez más lejos, perdiéndose una vez más en las nuevas sensaciones que había experimentado sólo de estar cerca de Paolo. En cuanto se dio cuenta de que su mente había vuelto a los pies debajo de la mesa del restaurante, intentó concentrarse de nuevo en la llamada y alejar esos pensamientos. Al otro lado del teléfono el marido mostraba unas ganas de hablar como no las había tenido en mucho tiempo. Normalmente podían pasar días sin que tuvieran una conversación de verdad.

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