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chupete? No sabes lo que haces, ¡te costará quitárselo!», «¡Hay que evitar que se chupe el pulgar, o tendrá dientes de conejo!»… El chupete y el pulgar tienen sus partidarios y sus detractores, tanto desde el punto de vista de los bebés como del de los especialistas en desarrollo infantil.

      ♦ ¿Por qué son útiles?

      El reflejo instintivo de succión ya existe antes del nacimiento. Son numerosas las ecografías que demuestran que en el vientre de la madre el bebé ya se chupa el pulgar. Así, este reflejo puede desarrollarse desde el quinto mes de gestación, con motivo del roce de los labios con el dedo. Tras el nacimiento, este reflejo le resulta muy útil al recién nacido, pues le permite alimentarse… y sentir placer, fuera incluso de las tomas. Sin embargo, no todos los niños se chupan el pulgar. ¿Es necesario, entonces, darles este medio artificial para calmarse, que es el chupete? La respuesta es: ¿por qué no? Para un bebé inquieto o angustiado, el chupete puede tener un efecto relajante. Además, su forma anatómica parece tener poca (o ninguna) repercusión en la formación de la mandíbula, cosa que no ocurre con el pulgar. Sin embargo, ¡no se trata de que el chupete sea el sustituto de otros gestos maternales y calmantes como las caricias, y sirva de tapón al menor lloro!

      El chupete, al igual que el objeto de transición, puede resultar muy útil durante los difíciles momentos de las primeras separaciones. Algunos estudios han demostrado que la succión de un chupete o del pulgar permite, gracias a la secreción de endorfinas – las famosas hormonas del placer—, disminuir el dolor causado por el pinchazo de una vacuna (aunque hoy en día hay parches antidolor que permiten mitigar el dolor de estos pinchazos, lo cual es todavía mejor).

      Por otra parte, algunos niños evidencian más que otros esta necesidad de chupar. Se trata de niños que parecen tener siempre hambre. El chupete permite aquí responder a sus necesidades, sin tener que recurrir a una sobredosis de biberón, lo que podría, a largo plazo, conllevar trastornos alimentarios.

      ♦ ¿Demasiado apegado?

      ¿Considera que su bebé está demasiado apegado al chupete? No se lo quite bruscamente, sobre todo a ciertas edades (seis-ocho meses y trece-quince meses) y en momentos difíciles (comienzo en la guardería, nacimiento de un hermanito, destete…). Sin embargo, evite darle su chupete cuando acaba de comer y cuando está entretenido, y limite su uso a los momentos un poco difíciles: separación, cansancio, hora de dormir o durante la noche, por ejemplo. ¿Hay que recordarlo? Muchos niños consiguen prescindir muy bien de su pulgar y de su chupete, pero, por el contrario, ¡ninguno puede prescindir del cariño!

      ¿Hablarle? Vale, pero ¿qué decirle?

      «Antes de los dos años no sirve de nada hablarles; no entienden nada», afirman algunos padres. «Yo le hablo de todo, como a una persona mayor», dicen otros. ¿Hay que hablar a los bebés? ¿De qué? ¿En qué tono? ¿Nos entienden? He aquí muchas preguntas que se siguen planteando, aunque numerosos estudios se interesan por este tema.

      ♦ Acunado por la voz

      Antes de ser sensible a las palabras, el bebé es sensible a la voz. Desde Terry B. Brazelton, pionero en la investigación sobre la hipersensibilidad de los recién nacidos, los especialistas están de acuerdo por lo menos en un punto: el recién nacido reconoce la voz de su madre entre las de otras mujeres, y reacciona cuando la oye. Identifica también la de su padre, con la condición, sin embargo, de que este le haya hablado lo suficiente cerca del vientre de la madre durante la gestación. Así, en los primeros instantes de su existencia, el bebé es acunado por las palabras de su madre, incluso cuando esta no se dirige a él, y su voz lo calma. Este fenómeno se puede ver muy bien en los servicios de neonatología que acogen a niños prematuros: resulta muy emocionante ver a un pequeño en su incubadora volviendo la cabeza hacia su madre en cuanto la oye hablar.

      ♦ Las palabras sientan bien a los bebés

      Hablar está bien, pero no hay que transformarse en un torbellino de palabras.

      Antes que nada, el lenguaje ha de tener sentido. El bebé no es un lingüista precoz, es cierto, pero algunos estudios han demostrado que un bebé de dos días es completamente capaz de reconocer, en su lengua natal, las siguientes tres emociones en las entonaciones de una voz femenina: la alegría, la cólera y la tristeza. ¿Y qué prefiere? La expresión alegre…

      Así, desde sus primeros instantes de vida, el tono adquiere sentido. Desde los siete u ocho meses de vida, por ejemplo, el bebé no entiende todavía el significado preciso de las palabras o frases, pero las inflexiones de la voz, la mímica y los objetos utilizados para reforzar lo que se pretende decir le dan un significado concreto. Por ejemplo, si le anuncia: «Vamos a prepararnos para dar un paseo por el parque» enseñándole su abriguito, es probable que el bebé mire hacia la puerta. De la misma manera, si le felicita porque se mantiene bien sentado, por el tono de su voz y la expresión de su cara el bebé comprenderá rápidamente que se siente orgullosa de él. ¡No se asuste si no es muy habladora! Lo importante es que hable a su hijo como quiera. ¡El aprendizaje del lenguaje es un hecho natural, y el niño no necesita un profesor de dicción!

      ♦ Palabras para sus emociones

      Lo alimenta con leche y cariño, pero también con palabras, cada vez que se dirige a él dulcemente, describiéndole lo que está haciendo en ese momento. Este baño afectivo de lenguaje introduce al bebé en el universo de la palabra y del entendimiento del mundo. Y no hay ninguna razón para prohibirse hablar de esta manera con un bebé, si lo siente así.

      Es importante, para dar seguridad al pequeño, poner palabras a sus emociones, pero sin tener que transformarse en un traductor permanente. Este acompañamiento le permitirá sentirse aceptado y comprendido por usted, en los momentos difíciles en los que se enfrente al miedo o a la angustia de la separación (véanse los capítulos siguientes). Gracias a las palabras, va a poder tomar conciencia de sus competencias de bebé y pondrá, poco a poco, orden a sus sentimientos y emociones.

      ♦ Emitir hipótesis

      Hablar, sí, pero ¿cómo? No basta con hablar sin cesar para que un bebé se sienta comprendido y se tranquilice. Incluso los adultos saben que algunas palabras pueden inhibirlos o inmovilizarlos en la incapacidad y la angustia. Analicemos el ejemplo de Laura y su hijo de diez meses, Juan, que está llorando: «Tienes hambre, es la hora de tu biberón, yo te lo preparo». Sin embargo, Juan no quiere su biberón, y continúa llorando, cada vez con más enfado: «¿A qué se debe este escándalo? ¡Te hago un biberón porque tienes hambre y no lo quieres! Y, además, estás tan nervioso que no puedes ni bebértelo». Sin duda, esta madre está atenta y busca una solución para calmar a su niño. Sin embargo, a pesar del fracaso de su tentativa para tranquilizar a Juan, no pone en duda lo que ella piensa que es lo mejor para él. Sólo algunas afirmaciones responden a su malestar. ¿Qué madre no se ha encontrado alguna vez en esta situación? Sin duda habría sido mejor que Laura dijese, con sus propias palabras: «¿Qué es lo que no funciona hoy? ¿No quieres comer? ¿Tal vez estás muy cansado? ¿No estarás enfermo? ¿Quizá te va a salir un diente? En todo caso, me siento incapaz de ayudarte…». Evidentemente, esto no es una receta milagrosa y no basta para calmar a un niño, sobre todo si se siente irritada por su llanto. Pero formulando estas hipótesis, abre a su bebé la posibilidad de poner palabras a sus emociones y sentimientos, sin arrojar la culpa sobre él. Así, le habla de lo que siente sin reprimirlo, sino dejándole que sea dueño de lo que pueda sentir.

      ¿No es demasiado pequeño para historias de miedo?

      Los cuentos, sin duda alguna, son buenos para los bebés. Los pequeños se adormecen al ritmo de las palabras, de la melodía de las frases, se familiarizan con el lenguaje y con los comienzos típicos de estas historias: «Érase una vez…». Sin duda, al igual que numerosos padres, puede tener la tentación de evitarle las lecturas escalofriantes, bajo el pretexto de que el mundo ya es lo bastante cruel. Pero no sólo leyendo a su hijo de dieciocho meses historias pobladas únicamente de conejitos rosas le evitará las angustias. Aquellas que hablan de la vida cotidiana, de las etapas un poco difíciles

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