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La guardia blanca. Артур Конан Дойл
Читать онлайн.Название La guardia blanca
Год выпуска 0
isbn
Автор произведения Артур Конан Дойл
Жанр Зарубежная классика
Издательство Public Domain
– No trampa, sino una jugarreta muy conocida de los luchadores franceses y que añadirá un magnífico recluta á las filas de la Guardia Blanca.
– Cuanto á eso, repuso Tristán, no me pesa haber perdido, pues hace una hora resolví irme con vos, que me placen vuestro talante y la vida de soldado, para la que me creo nacido. Sin embargo, hubiera querido daros una costalada y ganarme el cobertor de pluma.
– No lo dudo, mon ami, pero de tí depende buscarte un par de ellos donde abundan y con tus propios puños. ¡Á tu salud! ¿Pero qué le pasa al menguado ese, que tanto berrea?
Referíanse estas últimas palabras al dolorido pintor, que seguía sentado en su rincón y poniendo el grito en el cielo. De repente se levantó y mirando al corro con ojos espantados exclamó:
– ¡Dios me valga! ¡No bebáis! La cerveza, el vino… ¡envenenados! y llevándose ambas manos al vientre echó á correr, traspuso la puerta y desapareció en la obscuridad, dejando á Simón, Tristán y demás bebedores desternillándose de risa.
Poco después se retiraron á sus casas algunos de éstos y á sus no muy blandos lechos los huéspedes de la tía Rojana. Roger, cansado de cuerpo y espíritu, cayó pronto en profundo mas no sosegado sueño y se imaginó presenciar ruidoso aquelarre en el que figuraban, á vueltas con sendas brujas y trasgos, juglares, pordioseros, monjes, soldados y los muchos y muy curiosos tipos congregados aquella noche en la posada del Pájaro Verde.
CAPÍTULO VII
DE CÓMO LOS CAMINANTES ATRAVESARON EL BOSQUE
AL romper el alba estaba ya la buena ventera atizando el fuego en la cocina, malhumorada con la pérdida de los doce sueldos que le debía el estudiante de Exeter, quien aprovechando las últimas sombras de la noche había tomado su hatillo y salido calladamente de la hospitalaria casa. Los lamentos de la tía Rojana y el cacareo de las gallinas que tranquilamente invadieron la sala común apenas abrió aquella la puerta de la venta, no tardaron en despertar á los huéspedes. Terminado el frugal desayuno, púsose en camino el físico, caballero en su pacífica mula y seguido á corta distancia por el sacamuelas y el músico, amodorrado éste todavía á consecuencia de los jarros de cerveza de la víspera. Pero el arquero Simón, que había bebido tanto ó más que los otros, dejó el duro lecho más alegre que unas castañuelas, cantando á voz en cuello Los Amores de Albuino, trova muy popular á la sazón; y después de besar á la patrona y de perseguir á la criada hasta el desván, se fué al arroyo cercano, en cuyas cristalinas aguas sumergió repetidas veces la cabeza, "como en campaña," según decía.
– ¿Á dónde os encamináis esta mañana, moro de paz? preguntó á Roger apenas le vió.
– Á Munster, á casa de mi hermano, donde permaneceré probablemente algún tiempo, contestó Roger. Decidme lo que os debo, buena mujer.
– ¿Lo que vos me debéis? exclamó la ventera, que contemplaba admirada la muestra pintada por el joven la noche anterior. Decid más bien cuánto os debo yo, señor pintor. ¡Este sí que es un pájaro y no un muñeco; venid aquí, vosotros, y contemplad esta bella enseña!
– ¡Calla, y tiene los ojos de color de fuego! exclamó la criada.
– Y unas garras y un pico que dan miedo, dijo Tristán.
– Miren el niño, y qué callado lo tenía, comentó el arquero. Es ese un gran pájaro y una bonita enseña para vos, patrona.
Complacido quedó el modesto artista al oir aquellos espontáneos elogios, y no menos al pensar que en la vida no todo eran rencores, luchas, crímenes y engaño, sino que podía ofrecer también momentos de legítima satisfacción. La ventera se negó redondamente á recibir un solo sueldo de Roger por su hospedaje, y el arquero y Tristán lo sentaron á la mesa entre ambos, invitándole á compartir su abundante almuerzo.
– No me sorprendería saber, dijo Simón, que también sabes leer pergaminos, cuando tan listo eres con pinceles y colores.
– Gran vergüenza sería para mí y para los buenos religiosos de Belmonte, que yo no supiera leer, contestó Roger. Como que he sido amanuense del convento por cinco años, y á los monjes debo todo lo que sé.
– ¡Este mozalbete es un prodigio! exclamó el arquero mirándole con admiración. ¡Y sin pelo de barba y con esa cara de niña! Cuidado que yo le pego un flechazo al blanco, por pequeño que sea y á trescientos cincuenta pasos, cosa que no pueden hacer muchos y muy buenos arqueros de ambos reinos; pero que me ahorquen si puedo leer mi nombre trazado con esos garabatos que vosotros usáis. En toda la Guardia Blanca un solo soldado sabía leer y recuerdo que se cayó en una cisterna durante el asalto de Ventadour; lo que prueba que el leer y escribir no es para hombres de guerra, por mucho que le pueda servir á un amanuense.
– También yo entiendo algo de letra, dijo Tristán con la boca llena; por más que no estuve bastante tiempo con los monjes para aprenderlo bien, que ello es cosa de mucho intríngulis.
– ¿Sí? Pues aquí tengo yo algo que te permitirá lucirte, repuso el arquero, sacando del pecho un pergamino que entregó á Tristán. Era un delgado rollo, firmemente sujeto con una cinta de seda roja y cerrado por ambos extremos con grandes sellos de igual color. El exnovicio miró y remiró largo tiempo la inscripción exterior, contraídas las cejas y medio cerrados los ojos.
– Como no he leído mucho estos días, acabó por decir, no estoy del todo seguro de lo que aquí reza. Yo puedo creer que dice una cosa y otro puede leer otra muy diferente. Pero á juzgar por lo largo de las líneas, paréceme que se trata de unos versículos de la Biblia.
– No estás tu mal versículo, camarada, dijo Simón moviendo la cabeza negativamente. Lo que es á mí no me haces creer que el señor Claudio Latour, valiente capitán si los hay, me ha hecho cruzar el canal sin más embajada que una salmodia. Pasa el rollo al mocito y apuesto un escudo á que nos lo lee de golpe.
– Pues por lo pronto, esto no es inglés, dijo Roger apenas leyó algunas palabras. Está escrito en francés, con muy primorosa letra por cierto, y traducido dice así: "Al muy alto y muy poderoso Barón León de Morel, de su fiel amigo Claudio Latour, Capitán de la Guardia Blanca, castellano de Biscar, señor de Altamonte y vasallo del invicto Gastón, Conde de Foix, señor de alta y baja justicia."
– ¿Qué tal? dijo el arquero recobrando el precioso documento. Vales mucho, chiquillo.
– Ya me figuraba yo que decía algo por el estilo, comentó Tristán, pero me callé porque no entendí eso de alta y baja justicia.
– ¡Vive Dios y qué bien lo entenderías si fueras francés! Lo de baja justicia quiere decir que tu señor tiene el derecho de esquilmarte, y la alta justicia lo autoriza para colgarte de una almena, sin más requilorios. Pero aquí está la misiva que debo llevar al barón de Morel, limpios quedan los platos y seco el jarro; hora es ya de ponernos en camino. Tú te vienes conmigo, Tristán, y cuanto al barbilindo ¿á dónde dijiste que ibas?
– Á Munster.
– ¡Ah, sí! Conozco bien este condado, aunque nací en el de Austin, en la aldehuela de Cando, y nada tengo que decir contra vosotros los de Hanson, pues no hay en la Guardia Blanca arqueros ni camaradas mejores que los que aprendieron á tirar el arco por estos contornos. Iremos contigo hasta Munster, muchacho, ya que eso poco nos apartará de nuestro camino.
– ¡Andando! exclamó alegremente Roger, que se felicitaba de continuar su viaje en tan buena compañía.
– Pero antes importa poner mi botín en seguridad y creo que lo estará por completo en esta venta, de cuya dueña tengo los mejores informes. Oid, bella patrona. ¿Véis esos fardos? Pues quisiera dejarlos aquí, á vuestro cuidado, con todas las buenas cosas que contienen, á excepción de esta cajita de plata labrada, cristal y piedras preciosas, regalo de mi capitán á la baronesa de Morel. ¿Queréis guardarme mi tesoro?
– Descuidad, arquero, que conmigo estará tan seguro como en las arcas del rey. Volved cuando queráis, que aquí habréis de hallarlo todo intacto.
– Sois