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había traído dos grandes folios que contenían cuatro óperas, dos sonatas, una sinfonía y varias piezas para piano. El 5 de mayo de 1914, Prokofiev interpretó brillantemente su Primer Concierto para Piano en el examen final; esta vez egresaba del Conservatorio como pianista. Como recompensa por la eficaz finalización del Conservatorio, María Grigórievna le propuso a su hijo un viaje al extranjero. Sergei había elegido Londres, donde la Compañía de Ballet de Diaghilev se encontraba triunfando y parecía que el joven empresario ruso Sergei Diaghilev tenía la llave del éxito musical en Europa. El joven compositor había escrito tres ballets para Diaghilev.

      Hasta el día de hoy se discute la cuestión: ¿por qué Prokofiev decidió volver a su tierra natal después de haber estado dieciocho años en el extranjero? La mayoría de los biógrafos del compositor describen este retorno como el resultado de la competencia con Stravinski. También por la repentina muerte de Diaghilev, o por la fría recepción de sus obras. Del mismo modo, existe la opinión de que Prokofiev fue «engañado» por sus colegas-músicos, que le habían comentado muchas cosas interesantes de la vida cultural en la Unión Soviética, pero que no le dijeron nada sobre la alarmante situación política. Pero qué puede ser más claro sobre el asunto sino las propias palabras de Prokofiev expresadas al crítico Serge Moreux: «El aire extranjero no conviene para mi inspiración, porque soy ruso. Tengo que permanecer en mí mismo, en un clima psicológico especial que no es sólo mi carrera».

      Prokofiev y Shostakovich, dos gigantes de la música del siglo XX, nunca se entendían entre sí. Donde Shostakovish era reservado, Prokofiev era franco. Sin embargo, después de los acontecimientos de 1948 sus relaciones se convirtieron en mucho más cercanas. En octubre de 1952, tras el estreno de la Séptima Sinfonía de Prokofiev, Shostakovich le envió una emocionante carta de felicitaciones: «Le deseo al menos otros cien años de vida y de creación. Escuchar obras como su Séptima Sinfonia hace que vivir resulte mucho más fácil y dichoso».

      Por una terrible ironía, Sergei Prokofiev murió el mismo día en que la muerte de Stalin fue anunciada. Su muerte casi no fue notada por los medios de comunicación de ese momento. En 1957, el Gobierno soviético le había otorgado póstumamente el Premio Lenin. Lamentablemente, es poco creíble que alguien de las autoridades hubiese podido sentir una terrible culpa por esclavizar el creativo genio del artista.

      Revista QUID Nº 16, abril 2008

      GIACCOMO PUCCINI. El grande

      Giaccomo Puccini (1858—1924)

      La popularidad de un compositor se confirma de un modo muy sencillo: es suficiente con saber que la multitud canta sus melodías. Las canturrean o las cargan en sus celulares, a veces sin conocer el nombre del autor: el Menuet de Boccherini, la Pequeña Serenata nocturna de Mozart, la Obertura 1812 de Tchaikovski, O Fortuna de Orff, Va, pensiero de Verdi o Nessun dorma de Puccini. Los dos últimos temas son tan queridos por el público que las personas, conmovidas por el deseo de escucharlos en sus casas, compran las óperas enteras, sin preocuparse demasiado por los altos precios de las grabaciones. La famosa aria Nessun dorma con toda razón se puede considerar la obra más difundida. La interpretan todos: los cantantes líricos (L. Pavarotti, P. Domingo, J. Carreras) y los populares (A. Bocelli, S. Brightman, A. Franklin, K..Jenkins, P. Potts). Al interpretarla, los solistas de ópera reafirman su capacidad y maestría vocal y los cantantes populares, en varios casos, conquistan el derecho de permanecer en el escenario. La ópera Turandot, a la cual pertenece Nessun dorma, fue iniciada por Puccini en el verano del 1920 y quedó incompleta en el invierno del 1924 por la prematura muerte del compositor. Es una ópera que gozó de una gran aceptación desde su peculiar estreno en 1926, dos años después de la muerte del compositor en Bruselas. Está basada en la homónima obra de Carlo Gozzi y el libreto fue escrito por Giuseppe Adami y Renato Simoni. El último dueto y el final de la ópera fueron completados por Franco Alfano a partir de los esbozos dejados por el maestro.

      Giacomo Puccini, heredero de la gran tradición lírica italiana, nació en Lucca el 22 de diciembre de 1858. No fue un compositor fructífero, sin contar algunas escasas piezas instrumentales y algunas obras religiosas que compuso al principio de su carrera. Únicamente doce óperas conforman su producción musical. El número parece insignificante en comparación con el de sus antecesores como, por ejemplo, Donizetti, Rossini o Verdi. Pero gracias a la belleza particular y el memorable melodismo de sus obras, se convirtió en el compositor clave del repertorio operístico y en uno de los más apreciados y aplaudidos por el público.

      Su familia estaba formada por músicos y durante generaciones algunos de sus miembros fueron maestros de capilla de la Catedral de Lucca. Cuando en 1863 muere su padre Michele, el pequeño Giacomo, a pesar de que no demostraba un talento musical especial, siguió la tradición familiar y empezó a estudiar con su tío Fortunato Magi, que lo consideraba un alumno no particularmente dotado y sobre todo indisciplinado. Los biógrafos del compositor indican que a la edad de quince años, el director del Instituto de Música Pacini de Lucca, Carlo Angeloni, logró despertar en el joven un gran interés por el mundo de los sonidos. Puccini se reveló entonces como un buen pianista y organista cuya presencia se disputaban los principales salones e iglesias de la ciudad. En 1876, la audición en Pisa de la Aida de Verdi fue una auténtica revelación para Puccini. Bajo su influencia, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la composición operística, aunque ello implicara abandonar la tradición familiar. Sus años de estudio en el Conservatorio de Milán le confirmaron esta decisión. Amilcare Ponchielli, su maestro, lo animó a componer su primera obra para la escena: Le villi, ópera de un acto estrenada en 1884 con un éxito más que apreciable. El verdadero éxito se lo trajo la inauguración de su tercera ópera, Manon Lescaut (1893). Cuentan que en el día del estreno el entusiasmado público aplaudía y gritaba tanto que el telón se levantó 50 veces. Puccini iba encontrando su propia voz y su trabajo posterior, La bohème (1896), confirmó su creciente triunfo. Durante la composición de La bohème se formó un cierto círculo de amigos alrededor del compositor que se llamaba «El Club de la Bohème». Puccini se reunía con sus compañeros por las tardes en una cabaña en el bosque y bajo la luz de la lámpara de kerosén, jugaban a las cartas o contaban historias cómicas. Allí había un piano y el dueño a menudo interpretaba algunas partes de su nueva obra y escuchaba los consejos de sus invitados. Todo iba muy bien hasta que un día empezó la temporada de caza. Siendo un cazador apasionado, Puccini desaparecía desde la mañana de la casa para ir a cazar a un lago cercano. Su esposa y el editor de la futura obra estaban preocupados porque el trabajo quedaba sin avance. Para protegerse de los reproches de estos dos, un día invitó a un joven pianista que en sus horas de ausencia tocaba en su cuarto los fragmentos de La bohème para demostrar a todos que el trabajo seguía adelante.

      En 1900 vio la luz la ópera más dramática de su catálogo, Tosca, y cuatro años más tarde la exótica Madama Butterfly. En estas obras la tradición vocal italiana se integraba en un discurso musical fluido y continuo en el que se diluían las diferencias entre los distintos números de la partitura, al mismo tiempo que se hacía uso discreto de algunos temas repetidos a la manera wagneriana. Sin embargo, a pesar de su éxito tras Madama Butterfly, Puccini se vio impulsado a renovar su lenguaje musical. Con La fanciulla del West inició esta nueva etapa, caracterizada por asignar mayor importancia a la orquesta y por abrirse a armonías nuevas que revelaban el interés del compositor por la música de Debussy y Schönberg.

      Puccini fue un hombre de una notable presencia. Sus galantes modales, su orgullosamente levantada cabeza, sus lindos ojos, su ondulado pelo y sus elegantes bigotes no dejaban indiferente a ninguna mujer. En el año 2008 Paolo Benvenuti realizó la película Puccini e la fanciulla, que cuenta las aventuras amorosas del compositor. Sin embargo, la nieta de Puccini, Simonetta, estaba muy indignada por el hecho de que dudosas historias como esta salían a las pantallas del cine. Ella preferiría recordar otras cosas sobre su abuelo; por ejemplo, algunas anécdotas que comprueban su buen sentido del humor:

      Una vez, sentado en la butaca del teatro, dijo al oído de su amigo:

      – El

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