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      —No puedo decir nada —repitió Guigo.

      —Conque esas tenemos… —continuó Nolo—. Y entonces, ¿cómo es que se lo has dicho a Bayi?

      —Yo no le he dicho nada a Bayi —aseguró Guigo.

      —Esta vez te tengo pillado, Guigo, así que no vale la pena que intentes mentirme —continuó Nolo.

      Con un par de lágrimas ante la acusación de Nolo, Guigo aseguró casi en voz baja:

      —No estoy mintiendo, no le he dicho nada a nadie.

      —¡Ah, no! ¿Y cómo es que Bayi sabe de quién estás hablando? —insistió Nolo.

      —¡Pues porque Castendolf se lo ha dicho directamente a él! —le gritó Guigo.

      —¿Tú también has visto al tal Castendolf, Bayi? —preguntó Nolo, incrédulo.

      —No exactamente —contestó Bayi.

      —¿Me vas a mentir al igual que Guigo? —preguntó Nolo cada vez más alterado.

      –No te estoy mintiendo, Nolo, yo a Castendolf solo lo he visto en mis sueños —contestó Bayi con calma.

      —¿Cómo que en tus sueños? —siguió preguntando Nolo, sin entender nada.

      —Pues sí, en mis sueños; a veces cuando estoy dormido siento cómo me susurra al oído, contándome que le encantan las trufas y cuánto extraña su casa. Como a mí me interesa mucho lo que tenga que ver con comida, pues sabes que soy un goloso, le hago preguntas a ver si logro averiguar más sobre las misteriosas trufas. Me ha contado muchas cosas, pero también me advirtió que podría traerme muy mala suerte traicionar su confianza —confesó Bayi.

      —Cada vez me tenéis más confuso y ¡no entiendo nada! –aseguró Nolo—. Yo vi algo en la cocina que tenía unas orejas raras y puntiagudas, pero no logré ver qué tipo de animal era, y ahora resulta que vosotros dos decís saber secretos sobre ese bicho, que además habla y tiene nombre. La verdad es que todo esto me huele a que os habéis puesto de acuerdo para jugarme una broma, pero yo no soy tan ingenuo como vosotros pensáis. ¿Sabéis por qué? ¡Porque soy vuestro hermano mayor!

      Bayi y Guigo negaron al mismo tiempo con sus cabecitas, pero no tuvieron tiempo de explicar nada más, porque ya estaban a las puertas del colegio.

      —Esta conversación no ha terminado —les advirtió Nolo muy serio, mientras los besaba con cariño, a pesar de su enfado–. Esta tarde continuaremos, y ¡pasad un buen día! —dijo mientras se alejaba.

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      Capítulo IV

      DIBUJANDO A CASTENDOLF

      Nolo había olvidado que ese día llegaría tarde a casa, pues el colegio había organizado una excursión por la montaña para que los niños aprendieran a respetar y admirar la naturaleza. A pesar de que ese tipo de expediciones le encantaban, fue incapaz de disfrutarla plenamente por la preocupación de no saber qué estaban tramando sus hermanos. Para cuando pudo llegar a casa, Bayi y Guigo ya habían merendado, jugado y estaban en la bañera. Como su madre podía escucharlos, tuvo que esperar para continuar con su interrogatorio.

      Resignado, se fue a su habitación a hacer sus deberes, y al recoger el reguero de papeles y lápices de colores que sus hermanos habían dejado, se encontró con unos curiosos dibujos. Había varios folios llenos de garabatos, pintados por manos infantiles. Todos parecían representar distintas versiones del mismo tipo de criatura, y además el nombre de Castendolf estaba escrito con la letra de Bayi. Tanto en los dibujos con alocados trazos, que parecían ser de Guigo, como en los que eran más precisos, que debían ser de Bayi, aparecían tres rasgos comunes: Unas orejas puntiagudas, unos ojos muy grandes y unas patas enormes.

      Nolo tuvo que contenerse para no correr a sonsacarle a sus hermanos información acerca de los extraños dibujos, pero decidió aguantar su curiosidad hasta la hora de dormir, cuando no podrían escapar de sus preguntas. Una vez en la cama, Nolo comentó despreocupadamente:

      —Encontré unos dibujos muy bonitos encima de nuestra mesa de trabajo, ¿los hicisteis esta tarde?

      —Sí, estuvimos parte de la tarde dibujando —contestó Bayi desprevenidamente.

      —¡Ah!, ¿sí? –continuó Nolo—. ¿Y los hiciste tú solito, Bayi, o también te ayudó Guigo?

      —Unos los hizo Guigo y otros yo, pero yo fui quién les puso el nombre a todos ellos —contestó Bayi, orgulloso de poder escribir.

      —Mmm… —siguió Nolo, intentando disimular su impaciencia—. ¿Y qué es exactamente lo que dibujasteis?

      —Pues a Castendolf —contestó Guigo, para no quedar excluido de la conversación entre sus hermanos mayores.

      —¿Todos esos dibujos son de Castendolf? —continuó Nolo—. ¿Por qué lo dibujáis tantas veces?

      —Porque yo quería explicarle a Guigo cómo es el Castendolf que se aparece en mis sueños, y Guigo quería decirme cómo es el que él ha visto despierto —contestó Bayi.

      —¡Qué interesante! –comentó Nolo—. ¿Y cuál fue el resultado de la comparación?

      —Pues que a pesar de ser el mismo Castendolf, no siempre lo vemos igual. Pero eso es normal por la habilidad que tienen los duendes para camuflarse –aclaró Bayi, e instantáneamente se tapó la boca al darse cuenta de que había dicho más de lo debido, mientras Guigo le lanzó una mirada de reproche y le gritó: «¡Bocazas!».

      —Conque un duende… —dijo Nolo, pensativo—. Entonces, Castendolf es un duende.

      —Sí, pero no se lo digas a nadie, por favor, Nolo —suplicó Bayi, angustiado—. Por la seguridad de Castendolf, prometí no decir nada.

      Entre sorprendido e incrédulo, Nolo trató de imaginarse qué se traerían entre manos sus hermanos pequeños, y luego se atrevió a comentar:

      —Si le hiciste una promesa a la cosa esa es porque has hablado con ella.

      Incapaz de estar más tiempo callado, Guigo comentó:

      —Ambos hemos hablado con él; Bayi en sus sueños sobre las trufas, y yo anoche después de que te quedaras dormido.

      —¿No me digas que te atreviste a volverte a levantar de la cama? ¡Sinvergüenza!—exclamó Nolo.

      —¡Pues sí! –contestó Guigo, desafiante—. Tú roncabas como un oso perezoso, y yo volví a despertarme pensando en el intruso que habíamos pillado. Estaba tan asustado que me dio hambre, y traté de despertarte para que me acompañaras a la cocina, pero no logré que abrieras los ojos, así que me atreví a ir solito. Mientras comía unas galletas de chocolate y un yogurt, sentí a alguien mirándome, y entonces me giré y lo vi en la puerta, quietito con cara de hambre y de estar más asustado que yo, así que me atreví a preguntarle quién era y qué quería. Me contó un montón de cosas, pero no te las puedo decir, pues son muy secretas, y sé que se va a enfadar mucho, muchísimo, cuando se entere de que lo traicionamos.

      Se quedaron callados todos; Guigo, convencido de que lo peor de lo peor llegaría; Bayi, aterrado ante la advertencia de Guigo; y Nolo, dudando si lo que decían sus hermanos era producto de su incontrolable imaginación, si quizás era un plan de los dos para burlarse de su hermano mayor, o si a lo mejor estaban simplemente diciendo la verdad. Si era solo imaginación de sus hermanos, no le molestaba, pues tenía claro que todos los pequeños pasaban más tiempo en el mundo virtual que ellos crean, que en el real que trataba de imponérseles. La segunda posibilidad ya le fastidiaba un poco, pues no le hacía ninguna gracia ser el foco de burlas de sus hermanos. Pero la que más le inquietaba era la tercera, pues se le

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