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        OBREGÓN. ENTRE LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

        Álvaro Obregón CARLOS SILVA

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        Bibliografía consultada

      Álvaro Obregón en Guaymas, Sonora.

      Jesús H. Abitia, ca. 1926.

      Colección particular.

      OBREGÓN. ENTRE LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

      El filósofo y lexicógrafo francés Émile Maximilien Paul Littré, discípulo de Augusto Comte, al señalar las diferencias entre lo público y lo privado se remontó a sus raíces etimológicas de domesticado y familiaridad. Al respecto, señaló que la “vida privada ha de hallarse oculta” y a manera de glosa sentenció: “No está permitido averiguar y dar a conocer lo que sucede en la casa de un particular”. Es decir, lo privado se opone a lo público. Sin embargo, al referirse al concepto de público concluyó que es “todo aquello que le pertenece a un pueblo y lo que de éste emana” y por ello, en torno a las figuras públicas, afirmó: “En la vida de los grandes no hay nada privado, todo pertenece al público”.

      Estas palabras intentan justificar la sustitución —diría George Duby— “de la sociabilidad anónima por una restringida”. Cuando aquello que fue hecho en la familiaridad privada, de pronto pasa a ser público o del “pueblo”. Es en este contexto que se publica, por primera vez, esta imagen en la que el general Obregón aparece desnudo en una playa de Guaymas, Sonora, hacia 1926. Pertenece a una serie de cinco negativos que me fue obsequiada hace más de dos décadas por don Jesús Abitia.

      Como historiador, en más de una ocasión me negué a utilizar dichas imágenes por no encontrar un campo propicio en que se consideraran solamente como un “documento histórico”. Es hasta ahora, que se lleva a cabo esta edición, que he decidido publicar esta fotografía. Más allá del morbo que pudiera suscitar, la expongo como un homenaje al caudillo y su lado humano, donde sin cortapisas aparece sin indumentaria militar, de frac o ranchero, como lo ha definido la historia y como todos lo hemos conocido.

      También aprovecho para rendir homenaje al fotógrafo Jesús H. Abitia, cuyo trabajo singular da cuenta de la vida de este personaje tan significativo de la historia política del México contemporáneo.

      Por último, mi agradecimiento a don Jesús y Violeta Abitia, hijo y nieta del artista de la lente, quienes desde hace mucho tiempo me distinguen con su amistad y generosidad.

      Álvaro Obregón [1]

      CARLOS SILVA

      El 17 de julio de 1928 tuvo lugar el asesinato del general Álvaro Obregón, suceso de profunda significancia para México por la estatura del personaje y el contexto histórico. Aquel suceso trágico, 91 años después, motiva la conjunción de destacados escritores y estudiosos en la edición de este libro, el cual pretende ofrecer a los lectores un mosaico integrado por diferentes facetas del sonorense: no solamente notas de su perfil biográfico, desempeño militar y actuar político, sino también de su relevante papel en los ámbitos social, económico y cultural, así como su impacto en la producción literaria, fotográfica, artística, cinematográfica y teatral. Rica diversidad de reflexiones que culminan en una compilación historiográfica del magnicidio.

      La intención no es presentar una “biografía definitiva”, sino más bien, poner de manifiesto la importancia de Álvaro Obregón en la historia contemporánea de nuestro país, al brindar puntos de referencia y análisis. Sugerimos a los lectores adentrarse en estos enfoques sin ideas preconcebidas sobre el personaje, con la certeza de que podrán mirarlo bajo luces y perspectivas frescas.

      Mi gran amigo, el historiador y director del Sistema Nacional de Fototecas, Juan Carlos Valdez Marín, ha comentado que, gracias a la influencia de las fotografías de la época, en el imaginario de los mexicanos la Revolución Mexicana se preserva “en blanco y negro”. Ello posee un significado de nostalgia y a la vez de tragedia. Primero, porque de la gesta prevalece una imagen un tanto sesgada y maniquea proveniente de la iconografía grandilocuente que mostraban las películas de la época de oro del cine mexicano, donde las “adelitas” cobraban vida en los rostros de María Félix, Dolores del Río y Silvia Pinal, mientras que los “caudillos” —la mayor de las veces Zapata y Villa—, asumían todo el universo revolucionario, personificados en actores como Pedro Armendáriz, Antonio Aguilar y hasta Marlon Brando. En segundo lugar, porque esta consecuencia involuntaria ha provocado que en dicho “imaginario” revolucionario permanezcan fuera de la órbita popular figuras tan significativas como Francisco I. Madero, Venustiano Carranza y el propio Álvaro Obregón.

      Este hecho resulta incluso más sorprendente, porque la gente continúa teniendo como únicas referencias de Obregón —al parecer hoy menos que antes, afortunadamente—, una calle que lleva su nombre, un gigantesco monumento marmóreo y su mano, que por tantos años fue conservada en formol al interior de la edificación que el gobierno de México erigió en su memoria en 1935, justo en el sitio donde fue ultimado. Ni siquiera se conoce una imagen digna del general sonorense.

      El parque de La Bombilla, que heredó el nombre del restaurante donde acaeció el magnicidio, era sitio obligado de paseo para muchas familias. Los niños y jóvenes quedaban impresionados por lo monumental del recinto, guarecido por estatuas creadas por el artista Ignacio Asúnsolo, lo mismo que horrorizados, al ver aquel miembro ya casi en jirones. Es probable que tal magnificencia de inmueble, guardando las debidas proporciones, se halle tan sólo en el mausoleo que resguarda los restos de Napoleón Bonaparte al interior de Los Inválidos, en París.

      Lo cierto es que, por su relevancia para

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