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paso constituyó una nueva vida, una nueva forma de existencia. (Continuará más adelante.)

      Al cabo de un año atendía como capellán a las Misioneras de la Caridad, la orden religiosa fundada por la Madre Teresa de Calcuta. Y estas, a cambio, le animaron a pasar las vacaciones de Navidad de 2008 en Etiopía, entre las gentes más pobres. Después, cuando regresó a Pittsburgh, no tardó en aparecer en las noticias al ser uno de los primeros clérigos en presentarse en la escena de un asesinato en masa que había ocurrido en un club deportivo de las afueras.

      Son muchos los llamados al sacerdocio. No todos los hombres que responden a la llamada terminan con una historia como la de Joe, aunque todos ellos tengan su propia historia. En cambio, todos reciben lo mismo que Father Joe. Reciben el sacerdocio de Cristo y el poder divino de ofrecer los sacramentos a un mundo que los necesita.

      Cada sacerdote recibe lo mismo que Father Joe. En última instancia, obtienen el cumplimiento sobrenatural de algo que Dios les dio por naturaleza: madurez, masculinidad. De ahí que consideremos al sacerdote como un «Padre».

      Madurez, paternidad… no existe nada mejor.

      Sin embargo, los anuncios de televisión cuentan una historia diferente, ¿verdad? Todos los medios de comunicación populares se basan en ciertos estereotipos para transmitir una imagen de masculinidad. En lugar de su esencia, nos ofrecen machismo, que es la mera caricatura de la masculinidad.

      Nos muestran a hombres sexualmente promiscuos, físicamente agresivos y ostentosamente ricos. Quieren que creamos que la medida de la masculinidad se encuentra en el dormitorio de un tipo y en sus proezas en el asiento trasero de un coche, en sus peleas (sublimadas, tal vez, hasta convertirlas en deportes competitivos) o en sus gastos pródigos.

      Los estereotipos quieren hacernos creer que el cromosoma Y (el del varón) no se verá completo si le falta alguna de estas capacidades. Así lo creíamos mis amigos y yo cuando éramos adolescentes, aunque no creo que llegásemos a expresarlo nunca. Nuestros modelos masculinos eran atletas profesionales, estrellas del rock y jóvenes emprendedores y con éxito que vivían a lo grande. La decisión vocacional del quarterback Joe Freedy nos habría dejado perplejos, al igual que el sentido de plenitud de Father Joe Freedy.

      No se equivoquen, no tengo nada en contra del deporte profesional, la música rock o el libre mercado. De hecho, soy ávido fan de los tres. Pero no creo que los medios de comunicación nos ofrezcan las mejores imágenes del hombre en estos ámbitos. El reportero se apresura hacia el boxeador con el fin de lograr las afirmaciones más atroces. Los paparazzi persiguen a un cantante por media California para conseguir una foto furtiva de éste con su amante. ¿Y por qué? Porque cualquier elemento provocativo contribuye a la «buena» televisión. Y un escándalo aporta «buenas» ventas a los periódicos.

      Y repito, mi intención no es dejar el deporte o la música por los suelos. Por cada prima donna empachada de esteroides o cocaína hay también un Lou Gehrig, el jugador de primera base de los Yankees, que sin llamar la atención y armado de valentía disputó miles de juegos, incluso estando lesionado; alguien que siempre da propina, pero nunca para presumir; alguien que se preocupa por su madre. Hay también un Roberto Clemente, outfielder de los Pirates, que arriesgó su vida en lo más álgido de su carrera, y la perdió al acudir en ayuda de las víctimas de un desastre natural en tierras lejanas.

      Sin embargo, hemos de admitir que los estereotipos dominan los medios de comunicación, al igual que dominan la conciencia de tantos chicos jóvenes (y de otros muchos no tan jóvenes). Cuando el joven Joe Freedy aseguró que su vida giraba en torno «al fútbol y a su propia imagen», la imagen que tenía en mente era sin duda la de ese «gran tipo» que mostraban los anuncios publicitarios de cerveza en el descanso del partido. En cierto momento aprendió que el machismo no satisface, no completa al hombre, y descubrió algo que sí lo consigue.

      ¿Por qué tantos hombres buscan satisfacción donde no la hay? ¿Por qué nos aferramos a ciertas caricaturas en lugar de a lo verdadero? ¿Por qué creemos en la masculinidad distorsionada que nos ofrecen los medios de comunicación?

      Creemos en todo ello precisamente porque son caricaturas, falsificaciones, estereotipos. Todas estas falsedades están basadas en una verdad de la que dependen, aunque la simplifican, distorsionan o exageran en exceso.

      Cuando los medios de comunicación reflejan al hombre como libidinoso, agresivo y avaro, están distorsionando en extremo los auténticos roles del varón (roles paternales), es decir, de dador de vida, protector y abastecedor. En el curso habitual de la vida familiar, un padre es progenitor; da vida a través de la expresión sexual del amor hacia su esposa. En el curso habitual de la vida familiar, un padre es quien defiende a la familia de amenazas externas; y en casos extremos esto puede conllevar una intervención violenta. En el curso habitual de la vida familiar, un padre abastece a su mujer y a sus hijos, no solo como la persona que trae el pan y el sueldo a casa, sino también como sabio consejero, paciente maestro y estable apoyo emocional.

      ¿Qué ocurre cuando estos roles se ven seccionados entre sí, escindidos de la paternidad, privados de su significado religioso y profundamente teológico?

      Cuando esto ocurre, nos encontramos en la sociedad con hombres como los que aparecen en los medios de comunicación.

      Y cuando esto nos ocurre a nosotros personalmente, nos hundimos en una profunda frustración, confusión e insatisfacción.

      Lo que espero lograr en el trascurso de este libro es recuperar la verdad bíblica y teológica sobre el sacerdocio y la paternidad. He aquí el porqué: ambas realidades están profundamente relacionadas entre sí. Es más, describen los roles para los que los hombres (varones) fueron creados. Dios creó a los hombres para ser padres. Los llamó hombres para que fuesen padres. Y nuestros corazones seguirán inquietos hasta que descansemos dentro del rol para que el que fuimos creados, cuerpo y alma, y para el que fuimos llamados por Dios y por su Iglesia.

      Soy un hombre felizmente casado, un padre orgulloso de sus cinco hijos y una hija, y abuelo de tres criaturas. Doy gracias a Dios por la paternidad que me ha otorgado. Y aun así, creo que ha conferido una paternidad más perfecta, y en última instancia más satisfactoria, a Joe Freedy y a quienes Él ha llamado al sacerdocio.

      Me estoy adelantando. Esta es la verdad que deseo esclarecer en el resto del libro. Una verdad que Dios ha revelado desde el inicio de la creación, en la naturaleza y en las Escrituras. En los próximos capítulos, rastrearemos la argumentación que nos proporciona la «historia de la salvación», destacando el desarrollo de la paternidad y el sacerdocio de los hombres de Dios, cuando se empeñan en llevar a cabo su misión, entre éxitos y fracasos.

      Si entendemos el punto de vista de Dios acerca de la paternidad y el sacerdocio, estaremos mejor preparados para ayudar a los hombres a discernir su vocación y vivirla con fidelidad, pues muchos son los llamados. De hecho, todos los hombres sienten la vocación de la paternidad de una u otra forma. Pero muchos son llamados a la paternidad del sacerdocio.

      ¿Qué es un sacerdote? La respuesta a esta pregunta se extiende a lo largo de la Biblia, pero se desprende de las enseñanzas de la Iglesia. Revisaremos las enseñanzas católicas básicas antes de explorar su poderosa fundamentación en las Escrituras.

      ¿Recuerda el lector el libro que cambió la perspectiva de Joe Freedy respecto al culto y que dio un giro al curso de su vida? Bien, mi oración se dirige a que este pequeño libro pueda hacer por el sacerdocio lo que aquel libro hizo por la misa, al menos en el caso de un quarterback en Buffalo, Nueva York. No es la vanidad lo que alienta mis esperanzas. Hablo desde el punto de vista de la experiencia. He escrito varios libros, y sé que escribir conlleva una ardua tarea para el autor.

      Sin embargo, cuando se hace correctamente, leer puede convertirse en una colaboración entre el lector y el Espíritu Santo; y es en ese momento cuando la lectura de un libro es mucho más grandiosa que su escritura. Si logro que al menos un puñado de lectores acuda al Espíritu cuando lea estas páginas,

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