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su crecimiento a finales de la década de 1980. Canadá y Estados Unidos tienen ciudades muy jóvenes (algunos cientos de años), pero también fijaron su incremento un poco antes que nosotros o los europeos.

      Si a la madurez y al crecimiento se le añade la cultura que se cultiva en cada ciudad, se forma un collage urbano que se refleja en las contrastantes actividades que hacen todos los citadinos en cada región. Algunas ciudades comienzan muy temprano con la venta de la pesca nocturna; otras se despiertan más tarde con café y pan recién horneado; algunas más con personas semidormidas en transporte público con la prisa de llegar al trabajo. Esto repercute en los olores, la movilidad, la comida, la arquitectura, el carácter de la ciudad y en la razón de este libro: la forma en la que nos relacionamos los citadinos con la naturaleza urbana.

      Centro Histórico de la Ciudad de México.

      Y sí, los urbanitas vivimos dentro de un ecosistema que tiene procesos naturales constantes, a pesar de que nos pensamos aislados gracias a las capas de concreto que separan nuestros pies de la tierra que alguna vez vio el Sol. Pero incluso con ese aislante, es un hecho que los citadinos interactuamos con el ecosistema urbano que nos rodea.

      La dinámica que el ecosistema ha tenido por milenios en la región donde se establece una ciudad influye en la vida cotidiana de los humanos que viven en ella. Y no sólo me refiero a barrer las hojas del árbol que está frente a nuestra casa o gritar cuando una araña osa traspasar las barreras de concreto y aposentarse en nuestro lavabo en espera de un mosquito; hablo de toda nuestra vida cotidiana.

      Dependemos de la dinámica del ecosistema para tener agua para beber y bañarnos, para que no huelan mal las calles con nuestros deshechos, para respirar aire limpio y alimentarnos, o para caminar en días soleados sin deshidratarnos. Aun cuando no la vemos, la naturaleza está ahí dentro de nuestras casas, trabajos, escuelas, calles, parques y lotes baldíos.

      La naturaleza ha estado presente desde antes de que nuestros antepasados construyeran la primera casa, pero es sólo cuando nos fijamos en las pequeñas cosas que cotidianamente suceden en nuestro hogar, en el parque y hasta en el metro, que podemos ver a la naturaleza desplegada frente a nuestros ojos. Conocerla y entenderla puede ser el último recurso para transitar hacia la sostenibilidad en las próximas décadas, ya que enfrentaremos eventos extremos por el cambio climático, pandemias por la destrucción del hábitat, y disminución de agua y alimento por la reducción de la biodiversidad.

      ¿Por qué todos queremos vivir en la ciudad?

      Antes de pensar en nuestra obsesión por vivir en una ciudad, debemos comenzar por saber a qué nos referimos cuando hablamos del término “ciudad”. ¿Cómo distinguimos una ciudad de un pueblo, una ranchería o un caserío? La respuesta está en el número de personas que viven en ese territorio. En México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía e Informática (Inegi) define a la ciudad como un lugar donde viven más de 2 500 personas. Este dato también es utilizado en Estados Unidos para categorizar a una población como ciudad, pero otros países, por ejemplo Japón, sólo considera calificar un lugar como ciudad cuando alberga a 50 000 personas. Todo lo contrario sucede en los países escandinavos, como Suecia y Dinamarca, que consideran que una ciudad es aquella población que cuenta con un mínimo de 500 habitantes. Las poblaciones que están por debajo del umbral de número de habitantes que considera cada país, se categorizan como rurales.

      México dejó de ser primordialmente rural a mediados del siglo xx (desde 1950 más de la mitad de los mexicanos viven en alguna ciudad). La cifra ha ido en aumento, y el mismo Inegi indica que para el censo de 2010, 78% de los mexicanos viven en una ciudad, y diez años después el porcentaje aumentó a 80; es decir, somos un país que está por encima de la media en esto de vivir en las ciudades.

      La cantidad de mexicanos que viven actualmente en una ciudad es muy similar al promedio de los países de la Unión Europea. Uno pensaría que Japón tendría un porcentaje menor de población viviendo en ciudades, pues el umbral de personas para calificar un espacio como ciudad es mucho más elevado al del resto del mundo, pero la proporción de personas que viven en ciudades en el país del Sol Naciente roza el 90%. Los países con menor proporción de personas que viven en ciudades (sólo 13% de urbanitas) son Burundi en África y Papúa Nueva Guinea en Oceanía.

      Para comprender lo rápido que estamos cambiando en el planeta podemos hacer una comparación en el tiempo. Curiosamente ese mismo dato, 13% de personas, era el promedio mundial de habitantes de ciudades apenas en 1950. Si piensa el lector que es una fecha muy antigua, considere que la Segunda Guerra Mundial tenía apenas cinco años de haber terminado y Elvis Presley estaba por llegar a la fama con Love me tender. Sólo 57 años después, en 2007, los cálculos del Banco Mundial indican que la población urbana total cruzó el 50%, y actualmente ese porcentaje alcanzó el 55%. De modo que en siete décadas pasamos de un planeta tan rural como ahora consideramos a Burundi, a uno netamente urbano. Lo que asombra es la velocidad con la que las ciudades han crecido en número y en habitantes, y estremece pensar cómo es que el planeta soporta tantos lugares con tanta gente junta exigiendo agua, energía y alimento todos los días.

      Número de personas que viven en ciudades, en diferentes continentes, desde 1990 y proyectado al 2050. El crecimiento urbano más reciente ha sido en África y Asia. Datos de la onu.

      La migración del campo a la ciudad en el mundo, desde 1950 y proyectado al 2050. En tan sólo 100 años se invertirá el número de personas que habitaban en el campo y que vivirán en ciudades. Datos obtenidos de la onu.

      Pero, ¿cuál es la razón por la que en menos de un siglo hubo un cambio tan radical en las costumbres de la mayoría de los pobladores de la especie humana?, ¿qué ha hecho que las personas con diferentes pasados, culturas, costumbres y aspiraciones opten por la vida urbana?, ¿será algo inherente a nuestra especie o está relacionado con la historia? Es muy difícil tener una respuesta para estas preguntas, en parte porque son varias las circunstancias que nos llevaron a que los humanos decidamos vivir principalmente en las ciudades. Un análisis de la historia de éstas y de las tendencias actuales urbanas nos ayudaría a sentar las bases para comprender este fenómeno.

      Desde hace unos 5 000 años al ser humano se le ocurrió construir ciudades para vivir en ellas. Mesopotamia fue el sitio donde surgieron las primeras aglomeraciones de pobladores, aproximadamente 2 000 años después de que los humanos dejaran de ser nómadas y comenzaran a practicar la agricultura y ganadería sedentaria. Alrededor de las ciudades se fundaron y desarrollaron las grandes civilizaciones como las asiáticas, las europeas y las precolombinas. Todas ellas tuvieron diferentes tiempos de desarrollo urbano y con distintas etapas de crecimiento, debido a circunstancias particulares como guerras, religiones, arquitectura y el propio ecosistema donde se establecieron; pero todas tienen un patrón similar en su relación con la agricultura y la naturaleza.

      La agricultura y ganadería sedentaria tuvo muchas ventajas. En primer lugar, las familias que la practicaban lograron producir más de lo que necesitaban para vivir. Una familia que tiene asegurado su futuro inmediato de alimentación tiene dos grandes ventajas: la primera, es que pueden sentarse a pensar después de la faena, sabiendo que comerán al día siguiente; de este modo, la mente humana puede meditar sobre cualquier tema. Los tiempos de reflexión cotidiana promovieron la cultura, la posibilidad de razonar (la filosofía) para explicarse cómo funciona el mundo (la ciencia) y mejorar la producción agrícola con menos esfuerzo (la tecnología). En segundo lugar, las familias que producían más alimento de lo que consumían

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