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como afectan a los individuos, es diagnosticarlos como frutos del pecado y plantear la promesa de que un día Dios los exterminará y revelará algo mejor.

      Quinto, están relacionados con Cristo de dos maneras. Por un lado, ellos proclaman la importancia de Jesús nuestro mediador, profeta, sacerdote, y rey, en todas las relaciones presentes de Dios con la raza humana y sus planes futuros para ella. Por otro lado, ellos vuelven a formular nuestras dudas abstractas convirtiéndolas en un asunto práctico de seguir fielmente al Salvador que amamos a lo largo del sendero de la abnegación y el sacrificio en la cruz, de acuerdo con su propio llamado explícito (véase Lucas 9.23). Ellos nos muestran cómo caminar pacientemente con Él a través de experiencias que abaten nuestra mente y que nos parecen la muerte, hacia una realidad percibida como resurrección personal interior. Ésta es la forma bíblica de vivir la vida cristiana, y los buenos mapas teológicos nos conducen directamente a ella.

      Sexto, dichos mapas se centran en la iglesia. El Nuevo Testamento presenta a la iglesia como algo esencial en el plan de Dios. Los cristianos no deben marchar por la vida en aislamiento sino en la compañía de otros creyentes, apoyándolos y siendo apoyado por ellos.

      Séptimo, los buenos mapas teológicos se concentran en la libertad. Están sintonizados con los procesos para tomar decisiones de los hombres y mujeres auténticamente cristianos, o sea, las personas que saben que no están sujetas a la ley como sistema de salvación, y sin embargo desean vivir según ella, primero, por amor a su Señor que así lo desea; segundo, por amor a la ley misma, que ahora los deleita con su visión de justicia; y tercero, por amor a sí mismos, ya que saben que no existe verdadera felicidad para ellos aquí o en el más allá sin santidad. La libertad de lo que nos restringe y esclaviza es el aspecto negativo de la libertad para la satisfacción y el contento que constituyen la verdadera felicidad, y es esta realidad positiva de la libertad santa y feliz en Cristo que la teología debe tratar de promover siempre.

      La buena teología convoca constantemente decisiones deliberadas y responsables sobre cómo vamos a vivir, y nunca se olvida de que las decisiones cristianas son compromisos a actuar en base a principios (no acorde a un conformismo ciego), contraídos en libertad (no como resultado de presiones externas o intimidación), y motivados principalmente por nuestro amor a Dios y a la justicia (no por temor). Por ende, la buena teología moldea el carácter cristiano, sin degradarnos ni disminuirnos sino más bien realzando la dignidad que nos ha dado Dios.

      ¿Es la teología peligrosa, como mi título para este capítulo parece indicar? No en sí misma, a menos que se la ejecute basándose en principios falsos—sin embargo, existen ciertamente peligros para aquellos que toman a la teología en serio, aunque los peligros sean mayores para aquellos que no lo hacen. Si descuidamos la teología, tarde o temprano, no importa cuán buen intencionados podamos ser, cometeremos errores garrafales que quizás nunca reconozcamos como errores. El resultado puede ser triste, quizás lo más triste que nos podamos imaginar.

      Sin embargo si le ponemos atención a la teología nos encontraremos atraídos hacia la perdición farisaica del arrogante sabelotodo que les dice a los demás lo que tienen que hacer mientras que él se olvida que tiene que hacer lo mismo. Aquellos que trabajan arduamente teologizando, ya sea como profesionales o a partir de un interés general, tienen que luchar en contra de estas dos tentaciones gemelas. La primera es verse a sí mismos como cristianos superiores porque saben más que los demás, y la segunda es eximirse de las obligaciones que comprometen a los demás, como si su pericia los colocara en una clase exclusiva en la cual no se aplican las reglas generales.

      Cada miembro de nuestra raza caída se ve tentado a satisfacer el orgullo en alguna forma, porque el orgullo es de la esencia de nuestra herencia de pecado original; y ésta es la forma repetida en la que los aspirantes a teólogos, clérigos y laicos, académicos y pastores por igual, tienen que toparse con esa tentación. Sin embargo, el ideal de Dios para nosotros es que siempre pensemos y hablemos y vivamos en la manera expuesta en los párrafos anteriores, y la honestidad humilde con la que tratamos de conformarnos a ese ideal es la única forma piadosa de hacerlo. La discusión teológica de las preguntas involucradas en el conocimiento de los planes de Dios para nosotros debe siempre tratar de llevarnos por ese camino.

      Es innegable que muchos tratamientos teológicos de las áreas de problemas no están a la altura de estos criterios. El autoritarismo dentro de la iglesia, el secularismo de afuera, y una agitada mentalidad ateniense en universidades y seminarios, se han combinado constantemente para contaminar la teología, tanto la pasada como la presente. Pero no es necesario que nos preocupemos ahora de eso. He escrito este capítulo sólo para que ustedes sepan cuáles son los modelos que trato de alcanzar. Puede ser que fracase; ustedes serán los que decidan eso. Pero si lo hago, por favor recuerden que, como el pianista a quien planeaban dispararle los vaqueros del lejano oeste en una famosa historieta, yo trato de hacer lo mejor.

      Los párrafos anteriores fueron escritos en borrador en 1987, y ahora estamos en 2001. Con frecuencia me preguntan si a través de los años he cambiado mi forma de pensar en relación con algunas cosas del cristianismo. La respuesta es no, por lo menos en forma conciente; si hay alguna diferencia, es en la manera que respondo a los enfoques que difieren de los míos. Cuando le preguntaron al pianista chileno Claudio Arrau cómo había afectado el envejecimiento a su interpretación, él respondió: “Los dedos se ponen más sabios”. Yo espero que digan algo semejante acerca de los temas que aparecen en este libro, cuidadosamente revisado y a veces expandido, que hayan aparecido anteriormente.

      Ahora sigamos adelante.

      2

      EL PLAN DE DIOS

       La tendencia cristiana básica

      ¿EXISTE UN PLAN?

      Hoy día, la gente se siente perdida y a la deriva. El arte moderno, la poesía, y las novelas, o una conversación de cinco minutos con cualquier persona sensible nos lo asegurarán. Puede parecernos extraño que así sea en una época en la que tenemos más control sobre las fuerzas de la naturaleza que nunca. Pero en realidad no es así. Es la sentencia de Dios, la cual nos hemos echado encima tratando de sentirnos demasiado en casa en este mundo.

      Porque eso es lo que hemos hecho. Nos negamos a creer que uno debería vivir para algo más que la vida presente. Aun cuando sospechamos que los materialistas están equivocados en negar que Dios y el otro mundo existan, no hemos permitido que nuestras creencias nos impidan vivir basados en principios materialistas. Hemos tratado este mundo como si fuera el único hogar que jamás poseeremos y nos hemos concentrado exclusivamente en arreglarlo para nuestra comodidad. Pensamos que podíamos construir el cielo en la tierra.

      Ahora Dios nos ha juzgado por nuestra impiedad. Durante el siglo pasado tuvimos dos guerras “calientes” y una “fría”, y esta última, en cierto sentido, aún continúa. Hoy día nos encontramos en la era de la guerra nuclear, el racismo, el tribalismo, el crimen organizado global, las torturas, el terrorismo, y toda clase de lavados de cerebro. En semejante mundo es imposible sentirse en casa. Es un mundo que nos ha decepcionado. Esperábamos que la vida fuera amigable. En cambio, se ha burlado de nuestras esperanzas y nos ha dejado desilusionados y frustrados. Pensábamos que comprendíamos la vida. Ahora estamos desconcertados y no sabemos si alguna vez le encontraremos algún sentido a todo esto. Nos creíamos sabios. Ahora nos damos cuenta de que somos como niños ignorantes, perdidos en la oscuridad.

      Tarde o temprano, esto tenía que ocurrir. El mundo de Dios no es nunca amigable con aquellos que olvidan a su Hacedor. Los budistas, quienes vinculan su ateismo con un absoluto pesimismo sobre la vida, están en ese sentido en lo cierto. Sin Dios, el hombre pierde su relevancia en este mundo. Él no la puede hallar nuevamente hasta no haber encontrado a Aquel a quien le pertenece el mundo. Es natural que los no creyentes sientan que su existencia es inútil y miserable. No nos debería sorprender cuando estas almas amargadas y frustradas se vuelcan al alcohol y las drogas o cuando los adolescentes responden al caos traumático que los rodea suicidándose. Dios creó la vida, y Dios solamente puede explicarnos su significado. Si deseamos comprender el sentido

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