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con un triángulo de diamantes en la tapa que sonó once veces. —Las once —dijo—; hace una hora que aguardo a que despierte porque usted me citó a las diez. Y aquí estoy.

      De una silla al lado de la cama, Stiopa tomó sus pantalones y murmuro:

      —Perdone... —se los puso y con ronca voz preguntó—: Por favor, dígame su apellido.

      Le era difícil hablar. Con cada palabra alguien le clavaba una aguja en la cabeza que le producía un dolor infernal.

      —¿Cómo? ¿Ha olvidado mi apellido? —el desconocido se sonrió. —Perdone... —carraspeó Stiopa, sintiendo que la resaca le provocaba un nuevo síntoma: le pareció que el suelo bajo la cama había desaparecido y enseguida él, cabeza abajo, volaba hacia donde el diablo dio las tres voces en el infierno.

      —Querido Stepán Bogdánovich —dijo el visitante sonriendo con perspicacia— ningún calmante le ayudará. Siga la sabia regla, lo igual cura lo igual. Lo único que le devolverá a la vida son dos copitas de vodka con un bocadillo picante y caliente.

      Stiopa era un hombre astuto y aunque estuviera muy enfermo comprendió que si ya lo habían encontrado en tal estado era necesario reconocerlo todo.

      —Hablando francamente, —comenzó a decir con lengua estropajosa—, yo ayer un poco...

      —Ni una palabra más —respondió el visitante y se echó a un lado. Con ojos desorbitados, Stiopa vio sobre la pequeña mesita una bandeja con pan blanco cortado en rebanadas, caviar prensado, setas blancas marinadas, una cazuela tapada y, finalmente, vodka en una voluminosa garrafa de orfebrería. Stiopa quedó especialmente sorprendido por el hecho de que la garrafa estaba empañada por el frío. A propósito, eso era comprensible porque se hallaba en una vasija llena de hielo. En una palabra, la mesa estaba servida.

      El desconocido sin darle tiempo a Stiopa de asombrarse hasta la locura le sirvió con destreza media copita de vodka.

      —¿Y usted? —pió Stiopa.

      —Con mucho gusto.

      Con mano temblorosa se llevó Stiopa la copa a la boca y el desconocido se bebió el contenido de la suya de un golpe. Stiopa masticó un poco de caviar.

      —¿Usted no va a comer nada? —preguntó.

      —Se lo agradezco, pero yo jamás pico nada—respondió el desconocido y volvió a servir vodka. Destaparon la cazuela y resultó que en ella había salchichas entomatadas.

      Entonces la maldita mancha verde que tenía ante los ojos desapareció, fluyeron las palabras y, lo más importante, Stiopa recordó algo. Recordó lo sucedido la tarde anterior en la dacha del escritor de guiones Xustov quien le había llevado allí en un taxi. Recordó incluso cómo alquilaron el taxi junto al hotel Metropol y con ellos estaba un actor, no, no un actor, con un fonógrafo en la maletica. Sí sí había sido en la dacha. También recordaba que los perros ladraron cuando sonó el fonógrafo. Sólo la dama a la que Sriopa quiso besar quedaba sin explicación... El diablo sabría quién era... AI parecer trabajaba en la radio, quizá no.

      Poco a poco fue aclarándosele lo sucedido el día anterior, pero en ese instante Stiopa estaba más interesado en el presente día, en particular la aparición en la habitación de un desconocido, con bocadillos y vodka. No estaría mal aclarar eso.

      —Bueno, confío en que ahora haya recordado mi apellido.

      Stiopa sonrió avergonzado y movió las manos.

      —Sin embargo, siento que después del vodka, ustedes tomaron vino de Oporto. Por favor, ¿cómo es posible hacer tal cosa? —Le quiero pedir que eso quede entre nosotros —dijo Stiopa con tono adulador.

      —Por supuesto, por supuesto. Pero por Xustov se sobreentiende que no me comprometo.

      —¿Pero es posible que usted conozca a Xustov?

      —Ayer en el despacho de usted.vi de pasada a ese individuo, pero basta una sola mirada a su cara para comprender que es un canalla cizañero y adulador.

      Totalmente cierto", se dijo Stiopa, asombrado de una definición tan verdadera, certera y breve de Xustov.

      Sí, comenzaban a unirse los pedazos de la tarde anterior, pero, no obstante, la alarma no abandonaba al director del Variedades. El asunto era que en la tarde anterior había un enorme hueco negro en el cual no se encontraba el desconocido de la boina negra a quien Stiopa no había visto de ninguna manera en su despacho. —Voland, profesor de magia negra —dijo el visitante al ver las dificultades de Stiopa y contó todo detalladamente.

      El día anterior él había viajado a Moscú desde el extranjero e inmediatamente se presentó a Stiopa a quien le propuso una gira suya con el Variedades. Stiopa había telefoneado al Comité Regional de Espectáculos de Moscú, el asunto quedó arreglado (al llegar aquí Stiopa palideció y parpadeó) y firmó con el profesor Voland un contrato para siete presentaciones (Stiopa abrió la boca) y acordaron que Voland fuera a verle a las diez de la mañana del siguiente día para arreglar los detalles... He aquí que Voland había venido. Lo recibió la sirvienta Grunia quien le explicó que ella misma acababa de llegar, pues no vivía allí, que Berlioz no se encontraba y si el visitante deseaba ver a Stepán Bogdánovich que pasara él mismo al dormitorio. Stepán Bogdánovich, dormía tan profundamente que eUa no se atrevía a despertarle. Después de haber visto en qué estado se hallaba Stepán Bogdánovich el artista envió a Grunia a la rienda más cercana para comprar vodka y bocadillos y a la farmacia por hielo y... —Permítame pagarle —gimoteó el moribundo Stiopa y comenzó a buscar su billetera.

      —Qué tontería —exclamó el visitante y no quiso escuchar más. Bueno, lo del vodka y los bocadillos era explicable, pero de todas maneras daba pena mirar a Stiiopa que no recordaba nada en absoluto sobre el contrato y estaba convencido de no haber visto al tal Voland. Sí, Xustov estuvo allí, pero Voland no.

      —Permítame ver el contrato —pidió Stiopa en voz baja.

      —Por favor, por favor.

      Stiopa miró el papel y quedó aturdido. Todo estaba en su lugar. En primer lugar, la gallarda firma de Stiopa y a un lado la autorización escrita a mano del director de finanzas Rimski para entregarle al artista diez mil rublos a cuenta de los treinta y cinco mil que recibiría por siete presentaciones. Además, el recibo de Voland, confirmando que ya había recibido los diez mil rublos.

      "¿Qué es esto?", pensó el infeliz Stiopa y la cabeza le dio vueltas.

      ¿Le comenzaría a fallar la memoria? Sin embargo, después que el contrato fue mostrado cualquier manifestación de asombro hubiese sido poco educada. Pidió permiso para ausentarse por unos minutos y así mismo, como estaba, en calcetines, corrió al teléfono en el vestíbulo. Mientras iba gritó hacia la cocina:

      —Grunia.

      Nadie respondió. Entonces miró a la puerta de la habitación de Berlioz, junto al vestíbulo, y palideció. Sobre la manecilla de la cerradura había un sello lacrado amarrado con una soga.

      "Diablos", algo explotó en la cabeza de Stiopa,"sólo esto faltaba".

      Sus pensamientos corrieron por un camino de doble dirección, pero, como siempre ocurre en las catástrofes, en una sola dirección y el diablo sabe a dónde. Seria difícil describir el lío que tenía en su cabeza. Por una parte, la brujería de la boina negra, el vodka frío y el increíble contrato, y arriba de todo la puerta sellada. Es decir, si le dijeran que Berlioz había hecho algo incorrecto no lo creería y, sin embargo, la puerta se hallaba sellada, allí estaba.

      Entonces, al cerebro de Stiopa llegó un pensamiento desagradable sobre el artículo que, recientemente, y con el fin de llevarle la contraria, le obligó a recibir a Berlioz para su publicación en la revista. Entre nosotros, el artículo era tonto, sin ningún valor. Además, mal pagado.

      Inmediatamente después del recuerdo sobre el artículo llegó el de cierta sospechosa conversación en el comedor, durante la noche del 24 de abril, mientras cenaba con Berlioz. Como es natural, no se podía decir

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