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Alcidamante y Anaxímenes constituyen una espléndida muestra del impresionante desarrollo que vivió la retórica en la Grecia Clásica. En una sociedad abierta, compleja y en constante transformación como era la Grecia del siglo IV a.C., la retórica adquirió una importancia capital por su incidencia en la vida y en las disputas públicas y alcanzó, de la mano de los sofistas, su edad adulta. Uno de los maestros fue Alcidamante de Elea, sofista discípulo de Gorgias y acérrimo rival de Isócrates, frente al que consideraba preferible el arte de la improvisación frente al discurso escrito. Alcidamante fue muy conocido y comentado en la Antigüedad, aunque de él sólo se ha conservado un conjunto de fragmentos. También enseñó retórica Anaxímenes de Lámpsaco, quien escribió, en la segunda mitad del siglo IV a.C., la Retórica a Alejandro, el manual sobre esta disciplina más antiguo que ha llegado hasta nosotros; resulta interesante no sólo por su antigüedad, sino también por el tratamiento novedoso y profundo que hace de esta disciplina, hasta el punto de que influyó en gran medida en la literatura posterior.

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Los estudios de retórica tuvieron una gran importancia en la Grecia clásica y posterior. Este volumen presenta tres manuales de ejercicios de retórica conservados, los cuales muestran en qué consistía esta formación. Se incluyen en este tomo los Progimnásmata o ejercicios de retórica de tres maestros griegos: Teón (siglo I), Hermógenes (siglos II y III) y Aftonio (siglo IV). El estudio de la retórica tuvo una gran importancia en todas las facetas de la vida en la Antigüedad, incluyendo la época imperial de estos autores, pues todo futuro filósofo, científico u orador debía formarse como mínimo con el gramático, que le familiarizaba con los autores clásicos y le preparaba para expresarse con precisión y elegancia, una condición necesaria para el desempeño de cualquier actividad intelectual. La retórica se afianzó con el movimiento llamado Segunda Sofística, del siglo II de nuestra era, y tuvo una repercusión inmediata por su implantación en las escuelas. Los tres ejercicios de retórica de este volumen permiten conocer en qué consistía y qué objetivos perseguía esta formación. De los tres, el más influyente fue el de Aftonio, que incorpora claros ejemplos y trata elementos de la composición retórica o literaria, como son las fábulas, las sentencias, los lugares comunes, el encomio, el vituperio, etc. De Hermógenes se ha conservado también un notable tratado de retórica, Sobre las formas de estilo, que ocupa otro volumen de esta colección.

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Tertuliano (nacido en el norte de África como San Agustín y otros grandes escritores de los primeros tiempos de la Iglesia) defiende en Apologética la fe cristiana frente a las acusaciones de los gentiles. Quinto Septimio Florente Tertuliano (Cartago h. 160-h. 220) fue uno de los grandes escritores de la Iglesia, de portentosa capacidad argumentativa. Entre lo poco que sabemos de su vida hay que destacar que recibió una educación esmerada, que escribió como mínimo tres libros en griego y que fue versado en leyes, llegando a ejercer la abogacía; se desconocen las causas de su conversión al cristianismo, pero fue ordenado presbítero en la Iglesia de Cartago. Su rigorismo extremo y su temperamento vehemente le llevaron a separarse de la Iglesia e ingresar en los montanistas, que tampoco le satisficieron, por lo que pasó a fundar su propio grupo religioso, el de los tertulianistas. Combatió con ahínco el paganismo y las herejías, en especial el gnosticismo, en una intensa labor literaria de la que se conservan treinta y un escritos, no todos completos, clasificados en obras apologéticas, obras doctrinales y polémicas –destinadas a combatir los errores acerca de la doctrina– y obras morales y ascéticas. La Apologética es una de estas obras polémicas: en ella defiende la fe cristiana contra las calumnias de los paganos, que acusaban a los creyentes de la Iglesia Primitiva de ser adoradores de un asno (como sería propio de un culto oriental) y cometer sacrificios espantosos. Argumenta que es injusta la persecución de los cristianos, pues carece de fundamento, repasa qué emperadores favorecieron o persiguieron a los cristianos, denuncia el estado de postración moral de los romanos, sostiene que no se ha demostrado ninguna de las acusaciones formuladas contra los cristianos, las cuales son falsas e increíbles, y que son los gentiles quienes cometen aberraciones como la adoración de falsos dioses (hombres, ídolos y simulacros), recuerda que los cristianos no adoran la cabeza de jumento, ni palos derechos, ni al sol, sino al Dios de la Sagradas Escrituras, frente a la insensata idolatría romana, recuerda que el emperador no es un dios, sino sólo un hombre, y que los cristianos le respetan en esta cualidad o dimensión, a él como a todos los hombres, y por lo tanto no son la causa de las calamidades del mundo, ni son infructuosos, como sostienen algunos gentiles, y que las muertes de los cristianos perjudican al Imperio, para acabar exponiendo los fundamentos de la fe cristiana.

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Estacio fue muy admirado en la Edad Media, y aparece en el Purgatorio, en la Divina Comedia, donde su espíritu, al encontrar al de Virgilio, le relata cómo se convirtió al cristianismo a raíz de la lectura de unos versos del poeta mantuano. El poeta latino Publio Papinio Estacio (Nápoles, h. 45-h. 96 d.C.) se trasladó en su juventud a Roma, donde recitó sus composiciones ante nutridas audiencias y ganó un certamen presidido por el emperador Domiciano, a quien prodigó los encomios, como a otros miembros de la alta sociedad. Era, pues, un poeta profesional, no un rico aficionado. A lo largo de doce años compuso la epopeya Tebaida (sobre el enfrentamiento entre los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices), cuyos doce libros se han conservado, y de las Silvas. Pasó sus últimos años en su Nápoles natal. Las Silvas son la colección de poemas de Estacio, por lo general breves, repartidos en cinco libros, dedicados a sus patrocinadores, entre los cuales figuraba Domiciano; ello le ha costado algunas acusaciones de servilismo, si bien el poeta sostiene que su relación con los destinatarios era de amistad respetuosa. Estacio contaba con estos ciudadanos privilegiados de la sociedad romana para obtener apoyo y ánimos, por lo que no introdujo nada impropio ni vulgar en estas brillantes y adornadas Silvas. Sin duda son una selección de una gran número de piezas ocasionales: los temas surgen de la vida de sus protectores y de la del poeta, y a pesar del carácter obsequioso de muchos de ellos, algunos son sinceros y emocionantes. Fue el enorme talento de Estacio lo que le permitió crear, a partir de materiales discretos, algunas de las grandes piezas de la poesía latina.

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De lingua latina, de Marco Terencio Varrón, es un estudio del latín desde varios puntos de vista: etimológico, morfológico, histórico, etc. A pesar del carácter fragmentario (pues buena parte de la obra se ha perdido), continúa siendo una importantísima fuente de conocimiento de la lengua latina. De lingua latina, obra de Marco Terencio Varrón, es un estudio del latín desde varios puntos de vista: etimológico, morfológico, histórico, de uso contemporáneo, etc. La lamentable pérdida de buena parte de la obra –de sus veinticinco libros originales sólo se han conservado del V al X, más algunos fragmentos– obliga a hacer conjeturas acerca de las partes desaparecidas a partir del esquema de las que sí poseemos, dedicadas a la etimología y la flexión. A pesar de este carácter fragmentario, continúa siendo una útil fuente de conocimiento de la lengua latina, y lo conservado demuestra la originalidad del tratado: se ocupa no sólo de cuestiones gramaticales concretas, sino de lingüística general, como la conclusión del carácter analógico de la lengua (está gobernada por reglas que hay que descubrir y estudiar, al tiempo que se aceptan las anomalías semánticas y gramaticales como parte de un fenómeno vivo). Marco Terencio Varrón (116-27 a.C.) fue un polígrafo, militar y político latino, considerado uno de los hombres más sabios en la Roma de su tiempo. César le encargó la dirección de las bibliotecas públicas, pero tras la muerte del dictador perdió su cargo y se le confiscaron los bienes; finalmente, Octavio le indemnizó y le devolvió a su antigua ocupación. Escribió setenta y cuatro obras, que fueron referente obligado en épocas posteriores para eruditos y padres de la Iglesia (en especial, san Agustín).

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Epopeya mitológica por excelencia, las Metamorfosis es una de las obras magnas de Ovidio. Con ella, recreó un repertorio de mitos que ha sido utilizado incansablemente por la literatura posterior, especialmente la occidental. Son una sucesión de representaciones míticas y relatos etiológicos que abarcan en disposición cronológica, desde los albores del mundo hasta la época contemporánea del poeta. El primer volumen de esta completísima edición crítica recoge los cinco primeros libros de las más de doscientas mutaciones memorables que constituyen un fundamento indeleble para el imaginario occidental. Publicado originalmente en la BCG con el número 365, este volumen presenta la traducción de los libros I-V de las Metamorfosis de Ovidio realizada por José Carlos Fernández Corte y Josefa Cantó Llorca (Universidad de Salamanca), quienes son también autores de la introducción general. Tanto la introducción como la traducción han sido revisadas y actualizadas por sus autores para esta edición.

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En La guerra civil César persigue el mismo objetivo que en La guerra de las Galias: exaltar sus gestas bajo una apariencia de objetividad y reforzar su posición y legitimidad frente a los rivales. La guerra civil entre los adeptos de Julio César y los partidarios senatoriales de la República se extendió a lo largo de cuatro años (49-45 a.C.), en una contienda trascendental tanto para el devenir de Roma como para el futuro de César, puesto que su victoria marcó el punto culminante de su poder al erigirse dictador y sentó los precedentes que precipitaron su rápida caída. Con un estilo sobrio, casi se podría decir marcial, Julio César escribe su Guerra Civil con las mismas intenciones que ya había mostrado en La guerra de las Galias: narrar sus éxitos militares con aparente objetividad, pero con muy clara intención de ensalzar su figura y aducir las razones, en su opinión justificadas, que le llevaron a iniciar el conflicto. Esta crónica, precisa, elegante y bien estructurada, se centra en los primeros dos años de la campaña, desde el famoso paso del Rubicón hasta su estancia en Alejandría y la muerte de Pompeyo. Completan el volumen tres obritas apócrifas que se nos han transmitido con La guerra civil y que pretenden ser su continuación: la Guerra de Alejandría, la Guerra de África y la Guerra de Hispania. Todas ellas narran, en su conjunto, la actividad desarrollada por César a lo largo y ancho del Mediterráneo hasta la última semana de abril del 45 (campaña en Hispania contra los hijos de Pompeyo).

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La paradoxografía, nacida con las conquistas de Alejandro, satisfizo el deseo del público de acceder a seres y lugares maravillosos en una época de fascinación que sólo se repetiría dieciocho siglos después, con el descubrimiento de América. La paradoxografía, el relato de hechos y fenómenos maravillosos, se constituyó como género literario al inicio del período helenístico, con las conquistas de Alejandro, que abrieron a la imaginación griega territorios inmensos e ignotos y produjeron una cantidad de noticias insólitas. El público heleno estaba deseoso de informarse acerca del nuevo mundo natural y de los pueblos que lo habitaban; este afán se satisfizo con relatos de viajeros, a la sombra del mítico conquistador, que a una observación a menudo desconcertada añadieron grandes dosis de fantasía y especulación mitológica. Se formó así el género paradoxográfico, en el que se suceden los prodigios y las extravagancias sin contexto ni explicaciones, relatados del modo más escueto, según el planteamiento misceláneo y el tono anticuario característicos de la época. El interés por lo maravilloso se benefició de una época convulsa en lo espiritual y lo religioso, cuando la religión tradicional cedía su puesto a la superstición y a las corrientes religiosas y mágicas orientales. Este volumen reúne los textos de los más interesantes paradoxófragos –Antígono, Apolonio, Nicolao, Flegón de Trales…– y completa una rica visión del género con una buena introducción general y unos índices de sitios y personas reales y de pueblos y lugares maravillosos.

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Plauto, el más hilarante comediógrafo latino, adaptó con originalidad las obras de la Comedia Nueva griega, y su influencia se extiende hasta El avaro de Molière y la faceta cómica de Shakespeare. Las veinte comedias que se nos han conservado de Plauto (h. 250-184 a.C.), todas ellas adaptaciones de la Comedia Nueva griega, bastan para asegurar al autor su puesto de máximo comediógrafo latino. Con un uso muy libre y animado de los originales, simplificando la trama para agradar a un público romano popular, Plauto cosechó un éxito inmediato. Sus comedias plantean situaciones típicas o descabelladas, personajes prototípicos, chistes groseros, equívocos, enredos y todo un arsenal de recursos escénicos destinados a suscitar risotadas inmediatas, algunos de los cuales las convierten en comedias musicales. Plauto es un maestro en el uso del lenguaje coloquial, y no se abstiene de incurrir en obscenidades y groserías. Es un fino psicólogo que revitaliza los personajes de las comedias griegas: jóvenes calaveras, prostitutas, alcahuetas, traficantes de esclavos, viejos verdes, parásitos, soldados fanfarrones, etc. El genio de Plauto consiste en el juego constante que mantiene con el público acerca de la realidad y la ilusión, en su capacidad de extraer todas las posibilidades de las situaciones y los personajes, en la variedad de registros lingüísticos que usa con absoluto desparpajo y maestría. Este tercer volumen contiene El cartaginés(el anciano Hannon descubre que dos de su esclavas son sus propias hijas, que habían sido víctimas de un rapto, y encuentra a su sobrino, que ama a una de ellas; es una comedia importante también por conservar un pasaje en la desaparecida lengua púnica traducido al latín), Pséudolo (una de las piezas más famosas de Plauto, sobre los intentos de un joven enamorado por obtener a una esclava vendida a un capitán macedonio), La maroma (una de las mejores obras plautinas, ambientada en la costa de Cirene, donde una muchacha caída tiempo atrás en manos de un proxeneta retorna a su anciano padre tras un complejo reconocimiento), Estico (en que dos hermanas llevan tres años sin sus respectivos esposos, partidos al extranjero en una aventura comercial, y su padre las insta a casarse de nuevo…), Tres monedas (acerca de un hijo disoluto que se patea el patrimonio paterno, aunque hay un tesoro escondido con precaución que puede acabar siendo la dote de la hija y hermana), Truculento (sobre una prostituta codiciosa que se aprovecha de sus tres amantes, un joven ateniense disipado, un soldado fanfarrón y un campesino) y Vidularia (de la que nos ha llegado sólo un centenar de versos). Completan el volumen diversos Fragmentos de piezas perdidas.

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Con Tucídides comienza la historia política y crítica, una historia austera y analítica en contraste con la perspectiva más amplia y coloreada de Heródoto. La Historia de la guerra del Peloponeso convierte pronto en el paradigma del relato histórico que pretende narrar con precisión los sucesos de una guerra que sacudió el mundo griego y las conmociones políticas del propio tiempo, y luego inferir sus causas y consecuencias en un plano profundo. La visión histórica de Tucídides, su análisis y su reflexión son un documento inolvidable, «clásico» en el sentido más riguroso del término. Con este cuarto y último volumen culmina la completa edición que Gredos dedica a esta ineludible crónica de una época que puso fin al esplendor de la sociedad ateniense.Publicado originalmente en la BCG con el número 173, este volumen presenta la traducción de los volúmenes VII y VIII de la Historia de la guerra del Peloponeso, realizada por Juan José Torres Esbarranch.