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      (Salen OCTAVIO, ANTONIO y su ejército.)

      CASIO. — ¡Pues bien! ¡Soplen ahora los vientos! ¡Hínchense las olas y flote la nave! ¡La borrasca está encima y todo a merced del azar!

      BRUTO. — ¡Eh! ¡Lucilio, una palabra!

      LUCILIO. — ¡Señor!

      (BRUTO y CASIO conversan aparte.)

      CASIO. — ¡Mesala!

      MESALA. — ¿Qué queréis, mi general?

      CASIO. — Mesala, hoy es mi natalicio, pues en tal día como éste nació Casio. Dame tu diestra,

      MESALA. ¡Sé testigo de que, como Pompeyo, soy compelido contra mi voluntad a aventurar en una batalla todas nuestras libertades! Sabéis que tuve en gran aprecio a Epicuro y su doctrina. ¡Ahora cambio de pensamiento, y me inclino a creer en los presagios! Viniendo de Sardis, sobre la enseña de nuestra vanguardia se cernieron dos águilas magníficas y allí se posaron, aumentándose y cebándose de manos de nuestros soldados, las cuales nos sirvieron de escolta hasta aquí a Filipos. ¡Esta mañana volaron y desaparecieron! Y, en su lugar, cuervos, buitres y milanos revolotean sobre nuestras cabezas, mirando abajo como si fuéramos presa agonizante. ¡Sus sombras semejan al más funesto dosel, bajo el cual se cobijan nuestro ejércitos, prontos a entregar su alma!

      MESALA. — ¡No creáis en eso!

      CASIO. — No lo creo sino en parte, porque soy sereno de espíritu y estoy resuelto a afrontar todos los peligros con entera decisión.

      BRUTO. — ¡Eso es, Lucilio!

      CASIO. — ¡Ahora, noble Bruto, los dioses nos sean hoy propicios, para que, amándonos en paz, puedan conducir nuestros días hasta la vejez! Pero como sea la in certidumbre patrimonio de las cosas humanas, pensemos sobre lo peor que pudiera ocurrimos. Si perdemos la batalla, con seguridad que es ésta la última vez, que conversemos juntos. En tal caso, ¿qué determinación tomaríais?

      BRUTO. — Obraré según la norma de aquella filosofía en nombre de la cual censuré a Catón por haberse dado la muerte. Ignoro el porqué, pero considero cobarde y vil apresurar el curso de la vida por temor a lo que pueda sobrevenir. Me armaré de paciencia para esperar la intervención de los supremos poderes que nos gobiernan aquí abajo.

      CASIO. — Entonces, si perdemos en la batalla, ¿os contentaréis a ser llevado en triunfo a través de las calles de Roma?

      BRUTO. — ¡No, Casio, no; ni creas tú, noble romano que Bruto se dejará llevar cautivo a Roma! ¡Es un alma demasiado grande! Pero este mismo día debe consumar la obra comenzada en los idus de marzo, e ignoro sí hemos de volvernos a ver. Por lo tanto, démonos un eterno adiós. ¡Por siempre y para siempre, adiós Casio!... Si volvemos a vernos, en fin, sonreiremos de gozo. Si no, ha estado bien esta despedida.

      CASIO. — ¡Por siempre y para siempre adiós, Bruto! Si volvemos a vernos, sonreiremos en verdad. Si no, ciertamente, ha sido oportuna esta despedida.

      BRUTO — ¡Pues bien: avancemos entonces! ¡Oh! Si unopudiera saber con anticipación el fin del asunto de este día! ¡Pero basta saber que tendrán término, y entonces conoceremos el resultado! ¡Ea! ¡Veníd! ¡Marchemos!

      (Salen.)

      SCENA SECUNDA

       El mismo lugar. — El campo de batalla

      Fragor de combate. Entran BRUTO y MESALA

      BRUTO. — ¡Galopa, galopa, Mesala; galopa y lleva estas órdenes a las legiones del otro flanco! (Fragor estrepitoso.) ¡Que ataquen inmediatamente, pues percibo tibieza en el ala de Octavio y un empuje repentino los arrollará! ¡A galope, a galope, Mesala! ¡Que avancen todos!

      (Salen.)

      SCENA TERTIA

       El mismo lugar. — Otra parte del campo

      Fragores. Entran CASIO y TITINIO

      CASIO. — ¡Oh, mirad, Titinio! ¡Mirad! ¡Huyen los miserables! ¡Yo mismo me he vuelto adversario de mis propias tropas! ¡Este portaestandarte que aquí ves había vuelto la.espalda! ¡Maté al cobarde y arranqué el águila de sus manos!

      TITINIO. — ¡Oh Casio! ¡Bruto dio la señal demasiado pronto, y alcanzando alguna ventaja sobre Octavio, cargó con excesiva precipitación! ¡Sus soldados se han dado al botín, en tanto nosotros nos hallamos envueltos por Antonio!

      (Entra PÍNDARO.)

      PÍNDARO. — ¡Huid más lejos, señor, huid más lejos! Marco Antonio está en vuestras tiendas, señor! ¡Huid pues, noble Casio, huid más lejos!

      CASIO. — Esta colina está bastante apartada... ¡Mirad, mirad, Titinio! ¿Son mis tiendas aquellas donde percibo un incendio?

      TITINIO. — ¡Lo son, señor!

      CASIO. — ¡Si me estimas, Titinio, monta en mi caballo y hunde las espuelas en él hasta que alcances allá arriba aquellas tropas y estés aquí de nuevo! ¡Que pueda yo asegurarme de una vez si son fuerzas amigas o enemigas!

      TITINIO. — ¡Estaré aquí de vuelta tan rápido como el pensamiento!

      (Sale.)

      CASIO. — ¡Anda, Píndaro, trepa a esa colina! Mi vista fue siempre imperfecta. Observa a Titinio y dime lo que notes en el campo. (PÍNDARO sube al collado.) ¡En este día exhalé el primer aliento! ¡El tiempo ha descrito su círculo, y donde comencé, allí debo acabar! ¡Mi vida ha recorrido su espacio! Bueno. ¿Qué noticias?

      PÍNDARO. — (Desde arriba.) ¡Oh señor!

      CASIO. —.¿Qué noticias?

      PÍNDARO. — (Desde arriba.) Titinio está rodeado de jinetes que avanzan hacia él a galope tendido... Todavía espolea... Ahora están a su alcance... Ahora... ¡Titinio! Ahora se apean algunos... ¡Oh! ¡Él se apea también! ¡Le han cogido! (Gritos.) Pero ¡silencio! ¡Gritan de alegría!

      CASIO. — ¡Baja, no mires más! ¡Oh, cobarde de mí, que vivo después de ver prisionero a mi mejor amigo! (Desciende PÍNDARO.) ¡Ven acá, tú! En Partía te hice prisionero, y entonces, al salvarte la vida, te hice jurar que siempre tratarías de hacer lo que yo te mandase. ¡Cumple ahora tu juramento! ¡Sé ahora libre! {Y con esta magnífica espada que atravesó las entrañas de César, busca mi seno! ¡No te detengas a replicar! ¡Aquí, coge la empuñadura! ¡Y cuando haya cubierto mi rostro, como está ahora, hunde la espada! (PÍNDARO le. hiere,.) ¡César, quedas vengado con la misma espada que te mató!

      (Muere.)

      PÍNDARO. — ¡Libre así soy! Mas no lo hubiera sido de esta manera de haberme atrevido a hacer mi voluntad. ¡Oh Casio! Píndaro huirá lejos de este país, donde ningún romano tenga noticias de él.

      (Sale. Vuelve a entrar TITINIO con MESALA.)

      MESALA. — No es sino un cambio, Titinio, pues Octavio se ve rechazado por las tropas del noble Bruto, como las legiones de Casio por Antonio.

      TITINIO. — Estas nuevas agradarán a Casio.

      MESALA. — ¿Dónde le dejasteis?

      TITINIO. — Todo desconsolado en aquella colina, con su siervo Píndaro.

      MESALA. — ¿No es aquel que yace en tierra?

      TITINIO. — No yace como los vivos. ¡Oh corazón mío!

      MESALA. —. ¿No es él?

      TITINIO. — ¡No; éste era él, Mesala, pues ya no es Casio! ¡Oh Sol poniente! ¡Como envuelto en tus rayos rojos te hundes en la noche, así envuelto en su roja sangre se pone el día de Casio! ¡Se ha puesto el Sol de Roma! ¡Ha terminado nuestro día! ¡Nubes, escarchas y

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