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toda la infernal negra cuadrilla,

      salgan con la doliente ánima fuera,

      mezclados en un son, de tal manera

      que se confundan los sentidos todos,

      pues la pena cruel que en mí se halla

      para contalla pide nuevos modos.

      De tanta confusión no las arenas

      del padre Tajo oirán los tristes ecos,

      ni del famoso Betis las olivas:

      que allí se esparcirán mis duras penas

      en altos riscos y en profundos huecos,

      con muerta lengua y con palabras vivas;

      o ya en escuros valles, o en esquivas

      playas, desnudas de contrato humano,

      o adonde el sol jamás mostró su lumbre,

      o entre la venenosa muchedumbre

      de fieras que alimenta el libio llano;

      que, puesto que en los páramos desiertos

      los ecos roncos de mi mal, inciertos,

      suenen con tu rigor tan sin segundo,

      por privilegio de mis cortos hados,

      serán llevados por el ancho mundo.

      Mata un desdén, atierra la paciencia,

      o verdadera o falsa, una sospecha;

      matan los celos con rigor más fuerte;

      desconcierta la vida larga ausencia;

      contra un temor de olvido no aprovecha

      firme esperanza de dichosa suerte.

      En todo hay cierta, inevitable muerte;

      mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo

      celoso, ausente, desdeñado y cierto

      de las sospechas que me tienen muerto;

      y en el olvido en quien mi fuego avivo,

      y, entre tantos tormentos, nunca alcanza

      mi vista a ver en sombra a la esperanza,

      ni yo, desesperado, la procuro;

      antes, por estremarme en mi querella,

      estar sin ella eternamente juro.

      ¿Puédese, por ventura, en un instante

      esperar y temer, o es bien hacello,

      siendo las causas del temor más ciertas?

      ¿Tengo, si el duro celo está delante,

      de cerrar estos ojos, si he de vello

      por mil heridas en el alma abiertas?

      ¿Quién no abrirá de par en par las puertas

      a la desconfianza, cuando mira

      descubierto el desdén, y las sospechas,

      ¡oh amarga conversión!, verdades hechas,

      y la limpia verdad vuelta en mentira?

      ¡Oh, en el reino de amor fieros tiranos

      celos, ponedme un hierro en estas manos!

      Dame, desdén, una torcida soga.

      Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel victoria,

      vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

      Yo muero, en fin; y, porque nunca espere

      buen suceso en la muerte ni en la vida,

      pertinaz estaré en mi fantasía.

      Diré que va acertado el que bien quiere,

      y que es más libre el alma más rendida

      a la de amor antigua tiranía.

      Diré que la enemiga siempre mía

      hermosa el alma como el cuerpo tiene,

      y que su olvido de mi culpa nace,

      y que, en fe de los males que nos hace,

      amor su imperio en justa paz mantiene.

      Y, con esta opinión y un duro lazo,

      acelerando el miserable plazo

      a que me han conducido sus desdenes,

      ofreceré a los vientos cuerpo y alma,

      sin lauro o palma de futuros bienes.

      Tú, que con tantas sinrazones muestras

      la razón que me fuerza a que la haga

      a la cansada vida que aborrezco,

      pues ya ves que te da notorias muestras

      esta del corazón profunda llaga,

      de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco,

      si, por dicha, conoces que merezco

      que el cielo claro de tus bellos ojos

      en mi muerte se turbe, no lo hagas;

      que no quiero que en nada satisfagas,

      al darte de mi alma los despojos.

      Antes, con risa en la ocasión funesta,

      descubre que el fin mío fue tu fiesta;

      mas gran simpleza es avisarte desto,

      pues sé que está tu gloria conocida

      en que mi vida llegue al fin tan presto.

      Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo

      Tántalo con su sed; Sísifo venga

      con el peso terrible de su canto;

      Ticio traya su buitre, y asimismo

      con su rueda Egión no se detenga,

       ni las hermanas que trabajan tanto ;

      y todos juntos su mortal quebranto

      trasladen en mi pecho, y en voz baja

      —si ya a un desesperado son debidas—

       canten obsequias tristes, doloridas,

      al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.

       Y el portero infernal de los tres rostros,

      con otras mil quimeras y mil monstros,

      lleven el doloroso contrapunto;

      que otra pompa mejor no me parece

      que la merece un amador difunto.

      Canción desesperada, no te quejes

      cuando mi triste compañía dejes;

      antes, pues que la causa do naciste

      con mi desdicha aumenta su ventura,

       aun en la sepultura no estés triste.

      

      Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:

      —Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado

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