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cambiaba todo o si siguió considerando que todo seguía igual.

      La quinta premisa tiene que ver con el cambio. Porque la vida es continuo cambio. Las cosas no permanecen quietas, no están estables eternamente. Todo cambia, todo varía, todo evoluciona, a mejor, a peor, a más o menos igual, pero nunca permanece quieto. Cada uno de nosotros es diferente a como era hace diez años. Aun siendo las mismas personas, hemos cambiado, y también lo han hecho nuestros amigos, los lugares en los que vivimos, la sociedad, nuestro entorno...

      Todo lo que tiene vida está en continua evolución. Del mismo modo que constatamos que todo es diferente a como era el año pasado o hace treinta años, también tenemos la seguridad de que todo será distinto en el futuro. Desconocemos si será mejor o peor, pero tenemos la seguridad de que el año próximo, dentro de cinco o dentro de diez, las cosas serán diferentes a como son ahora. La vida es cambio continuo, algunos creen que en forma de ciclos, otros opinan que siempre avanzamos en la misma dirección, progresando sin cesar. Sea de una manera u otra, el hecho es que nos enfrentamos a un cambio continuo, nada permanece igual.

      En economía sucede lo mismo. Al ser una actividad humana está constantemente en evolución. La situación económica no es la misma en la actualidad que la que vivimos hace tres años ni que la que viviremos dentro de tres. La económica cambia por necesidad, porque es parte de la vida, y esta varía sin cesar. Esto es clave cuando nos encontramos con personas y con instituciones que piensan que «nada puede cambiar», que «las cosas siempre están igual», o con otras que se empeñan en mantener las cosas como están, que afirman que lo que está bien no hay que tocarlo, que se instalan en el inmovilismo.

      El dilema no está entre dejar las cosas como están o cambiarlas, sino entre dirigirnos en una u otra dirección. Porque pensar que la economía, al igual que la vida, va a permanecer fija e inamovible es trabajar con una premisa imposible. Aunque todo parezca lo mismo, la realidad es siempre diferente, las personas, el entorno y todo lo que gira alrededor cambia. No darse cuenta de esto es perder el tren de nuestra historia, de nuestro devenir. Debemos percatarnos de que el cambio se está dando irremediablemente y gestionarlo para que se dirija en la dirección que nosotros preferimos.

      Por ello, los esfuerzos deben dirigirse hacia el verdadero dilema que tenemos ante nosotros. ¿Hacia dónde dirigimos el cambio? Porque no hay opción: cambio va a haber; es algo irremediable, es ley de vida. Cuando realizamos propuestas económicas, cuando pensamos sobre el futuro, no decidimos entre mantener las cosas o no mantenerlas, sino en hacia dónde queremos que estas evolucionen.

      Un ejemplo de esto son las empresas centenarias que mantienen su actividad a lo largo de los años. Una de las características que les permite seguir funcionando durante tanto tiempo es que no pretenden mantenerse exactamente igual según pasan los años, sino que saben gestionar bien los cambios externos para evolucionar y encontrar la mejor manera de responder a los desafíos de cada momento y realizar los necesarios cambios internos.

      Pueden mantener su esencia, sus valores o su principal línea de productos, pero intentan adaptarse a los cambios de la sociedad, de los mercados, de las personas... Siempre están atentas a cómo varía su entorno y a la realidad en la que se mueven para lograr sus objetivos ajustándose a lo nuevo. Esta actitud positiva hacia el cambio es una de las causas que les permiten sobrevivir con el paso de las décadas.

      Aceptar que la economía es cambio y establecer el dilema en el punto que es debido nos ayuda a entender correctamente el quehacer económico. Nuestras acciones económicas nos dirigen siempre en una o en otra dirección y son causa y medio del cambio en todo momento. Las personas, las instituciones, las empresas y los Estados tienen necesariamente que reflexionar y pensar hacia dónde quieren dirigirse y posicionarse, para, a través de sus actuaciones o sus omisiones, intentar que ese cambio se oriente en la dirección por ellos preferida.

      Por ello, el planteamiento de las propuestas que van a poblar este libro tiene esta mirada sobre la realidad. Lo que se pretende es aportar cuestiones para el diálogo con el objetivo de que el cambio de la economía vaya en una dirección y no en otra. Desde el convencimiento de que la economía del futuro será necesariamente diferente de la actual, de que no podemos mantenerla momificada tal y como se da en estos momentos, queremos introducir elementos y propuestas para conversar sobre ellas con el objetivo declarado de que este cambio se dirija en una dirección y no en otra.

      6. Necesitamos propuestas y diálogo

      Ella pertenecía a la liga de debates de su universidad. Era una de las mejores y había llegado a la final con su equipo. Cuando le dieron el tema que debían tratar y la posición que debía defender, le entró un sudor frío. Imposible, era tan contrario a sus principios que no iba a poder hacerlo, quería retirarse. Pero se sobrepuso y machacó con brillantez todos sus ideales y todas sus convicciones. Su dialéctica la hizo justa vencedora de la competición. Entonces se dio cuenta: lo importante era competir, era vencer, era lograr que tus argumentos se impusiesen a los de tus contrarios. Había dejado atrás la bisoñez de quien solo defiende lo que cree, ahora sí que estaba preparada para la vida.

      Para gestionar el cambio y dirigirlo en una u otra dirección necesitamos conocer bien qué está sucediendo y saber hacia dónde queremos ir. Para ello debemos educar la mirada para que esté libre de prejuicios. Porque el prejuicio nos determina positiva o negativamente hacia algo o hacia alguien, de modo que todo aquello que proviene de esa persona, institución o sociedad va a ser necesariamente positivo o negativo.

      A los docentes nos sucede con frecuencia. Nuestros alumnos están atentos a si somos o no de los suyos. Una vez que han realizado este prejuicio, según dónde nos hayan situado, considerarán nuestras apreciaciones buenas o malas. No se centrarán en el argumento que hay detrás de ellas, sino en si las dice uno de los míos o no. El prejuicio es, por tanto, una mirada que no observa; solamente acepta o rechaza algo sin necesidad de pensar sobre ello. El prejuicio nos deja instalados en nuestras ideas y nos impide realizar un análisis serio de lo que nos rodea.

      Pero no solo es necesario mirar sin prejuicios, sino hacerlo desde nuestros valores, desde nuestra visión del mundo, desde nuestra manera de entender la vida. Nuestra cosmovisión, nuestras ideas sobre lo que está bien o no, son las que nos van a permitir tener esa mirada crítica sobre la sociedad, sobre lo que sucede a nuestro alrededor, sobre los argumentos de unos y otros. Esto es necesario para que nuestro análisis no sea complaciente, para que no acepte de una manera acrítica lo que otros quieran o consideren correcto. Una mirada desprovista de valores y de ideas sobre nuestra existencia y sobre los fenómenos sociales y económicos que analizamos es una invitación a que sea la cosmovisión de otros la que prime y domine nuestra existencia.

      Existe una tensión entre los prejuicios y los valores en nuestra mirada, porque nuestras ideas sobre la sociedad pueden transformase en prejuicios, y no es eso lo que necesitamos para el diálogo y la conversación. Mientras que una mirada impregnada de valores es positiva y posibilita la mejora de la realidad, el prejuicio es destructivo y ciega a quien lo tiene, impidiéndole hacerse una idea cabal de la realidad que le rodea.

      Hay dos pasos esenciales para evitar esta posible confusión. El primero es comenzar con una mirada que se limite a los hechos, que recoja los distintos argumentos, que acepte lo que tiene delante sin pensar si es bueno o malo. Se trata de observar sin prejuicios, de ver desde fuera. En segundo lugar, es esencial pasar esa realidad por el tamiz de nuestros valores, de nuestras ideas sobre el mundo. Esto nos permite tener una opinión sobre lo que sucede, que ya no es previa, sino fundamentada. La mirada desprejuiciada se complementa con un análisis que nos permite valorar lo que está sucediendo desde nuestros valores y no desde un juicio previo.

      Ahora bien, esta mirada desprejuiciada, fundamentada y crítica de la realidad no tiene sentido si no sirve para realizar propuestas, para ponerse en acción. Ver la realidad y analizarla tan solo para quedarse ahí puede ser un ejercicio estéril si no viene secundado con unas propuestas que generen diálogo sincero entre todos aquellos que quieran mejorar la situación. Estamos sobrados de análisis que nos ofrecen un excelente cuadro de la realidad, pero que no van más allá. Necesitamos propuestas que ofrezcan horizontes hacia los que orientar

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