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por lograr esos ingresos de los que depende su vida lo es por obligación. Y para aquellos que, a pesar de poder vivir dignamente con lo que tienen, voluntariamente y sin necesitarlo deciden que toda su vida gire en torno a sus ingresos y a lo que ganan intentando que estos se incrementen más y más. Para el resto, la economía no tiene por qué ser lo más importante, pero es un elemento de nuestra existencia que no podemos dejar de tener en cuenta.

      Tomemos el ejemplo de una familia. Su propósito principal no es el económico, ya que busca ser una unidad en la que quienes la forman se vean potenciados como personas gracias a su convivencia. El buen ambiente, el cariño entre sus miembros y el refuerzo mutuo son muestras de que está cumpliendo bien su función de ayuda a todos sus componentes. Ahora bien, para que esto sea así es necesario que esta familia tenga unos ingresos mayores que sus gastos, que gestione bien sus asuntos económicos para que estos ayuden al cumplimiento de la función principal de la familia. El buen funcionamiento económico es preciso para que la familia pueda cumplir sus objetivos, pero no es lo principal, es tan solo una condición necesaria para que el resto funcione bien.

      2. La economía puede organizarse de muchas maneras válidas

      «Lo hemos hecho porque no teníamos otra opción, era lo único que podíamos hacer». Lo dijo así de rotundo, sin dudarlo; era una afirmación que no admitía discusión, y ella se preguntó por qué nunca lo veía todo tan claro, por qué siempre encontraba varias alternativas y tenía que elegir la que creía que era mejor. Pensó que tal vez no tenía la inteligencia suficiente, que era demasiado indecisa y por eso tenía siempre que elegir entre distintas opciones. Se sentía mal porque sabía que todo sería más fácil si pudiese ver el único camino, si tuviese claro que no había otra posibilidad... Así, al menos no tendría que calentarse tanto la cabeza.

      Porque esto nos sucede a menudo, escuchamos que las cosas solamente pueden ser como son y no de ninguna otra manera. Pero ante esta afirmación podemos preguntarnos si esto es realmente así. Volviendo a nuestro ejemplo de la familia, podríamos plantearnos: ¿tiene una familia una única manera de organizar sus asuntos económicos? ¿Pueden diversas familias organizar de diferente manera su día a día económico? Por supuesto que sí. No existe un único modo de organizar la economía. Existen muchos, todos con sus ventajas e inconvenientes (volveremos a esta cuestión en la premisa 3), pero diferentes y posibles. Lo mismo que se puede decir para las familias se puede afirmar para las personas y para las sociedades. Podemos organizar nuestra economía de muy diversas maneras; de hecho, lo venimos haciendo así a lo largo de los siglos. La organización económica actual no es la misma que la que existía hace treinta años, ni hace cien, ni hace mil. La organización económica en España no es igual que la francesa, ni que la argentina, ni que la tailandesa (aunque sean parecidas y similares en algunos aspectos).

      Alguien podría pensar que esta afirmación es de cajón, que está claro que siempre se pueden hacer las cosas de otra manera, que no existe un único modo de estructurar la economía. Sin embargo, esto no parece tan evidente en el campo económico. Fue Francis Fukuyama quien, en su famoso libro de 1992 El fin de la historia y el último hombre 2, apuntaba su tesis de un sistema económico y político que supera a todos los demás y que se plantea como el culmen de la organización económica y política que se había dado a través de la historia. Esta idea de que estamos en el único sistema que se puede considerar correcto y que las cosas solamente se pueden hacer de una manera subyace en aquellos que afirman con asiduidad que «no tenemos otra opción».

      Ante una realidad compleja, afirmar que no se tiene otra opción parece un atentado contra la verdad (por no decir simple y llanamente que es mentira). Siempre hay otras opciones, siempre hay otras maneras de hacer las cosas. Podemos afirmar que creemos que nuestra opción es la mejor e intentar demostrar por qué lo es, pero decir que no tenemos otra es, simplemente, faltar a la verdad. No existe una única posibilidad, podemos hacer las cosas de diferentes maneras, que pueden ser mejores o peores, según dónde queramos llegar o qué valores queramos aplicar, pero existir, existen varias opciones. Se puede sospechar con cierto fundamento que esta afirmación es una estrategia para eludir dar explicaciones acerca de lo que se está haciendo, para bloquear la posibilidad de diálogo o para desacreditar a aquellos que pueden discrepar, pero nunca responde a la verdad.

      Por todo ello, y aunque parezca una perogrullada, es necesario insistir en que no existe una sola manera de organizar la economía; de hecho, existen varias maneras de hacerlo. La economía no puede entenderse solamente de una manera, no es una ciencia sin alternativas, no hay caminos inequívocos para afrontar las situaciones económicas. Como toda realidad humana, puede ser afrontada de diversas maneras y existen diferentes modos de responder a los mismos desafíos. Tendremos que dialogar sobre cuáles son mejores o peores, pero no liquidar la discusión de entrada.

      3. No existen medidas ni sistemas perfectos

      Era una de las personas que más sabía sobre esa materia. Había dedicado largos años de estudio, de análisis y de debate con otras colegas, de sacrificios, escritura y reflexión en pos de saber más sobre ella. Cuando le pidieron que colaborase en buscar una solución para aquella cuestión social, aceptó sin dudarlo. Ella había construido el modelo perfecto al que no había más que ajustarse para mejorar la situación. Pero no lo consiguió, su idea de lo mejor chocó y chocó contra una realidad que se negaba a subordinarse a sus teorías, no supo afrontar con éxito el desafío que le habían planteado, y la invitaron a abandonar. Lo peor para ella fue que su sustituta, intentando ser realista, logró importantes mejoras a pesar de no ser tan brillante ni haber elaborado nunca complejas teorías sobre la materia.

      Al mismo tiempo que existen diferentes maneras de organizar la economía, podemos afirmar que no existen sistemas de organización económica perfectos, y no los hay porque tampoco hay personas perfectas ni organizaciones culturales, sociales, políticas o deportivas perfectas. La perfección como tal es inalcanzable para nosotros. El que la persigamos no es porque aspiremos a conseguirla, sino porque es una manera de avanzar hacia la mejora, de dar pasos que nos lleven a posiciones o actitudes mejores que las que teníamos de partida, pero no porque confiemos en ser perfectos o porque tengamos la más mínima posibilidad de lograrlo.

      Con nuestras maneras de organizar la economía –al igual que cualquier otro campo humano– sucede lo mismo. No hay métodos perfectos, no podemos encontrar algo que sea tan bueno que todo lo demás quede invalidado. De hecho, cuando escuchamos una medida que aparece como la panacea, como la solución a todos los males, debemos desconfiar. La realidad es lo suficientemente compleja como para que no existan estos remedios universales que todo lo pueden. Al igual que no podemos encontrar una pócima que remedie todas las enfermedades, tampoco existe un sistema perfecto para todas las situaciones económicas. Del mismo modo que existen medicamentos adecuados para una u otra dolencia, que suelen tener efectos secundarios, también tenemos medidas y políticas económicas que son apropiadas para una situación, pero que pueden tener efectos negativos sobre otras.

      Aquellos que piensan que existen soluciones perfectas también opinan lo contrario, es decir, que todo aquello que no sea su solución es imperfecto por sí mismo. Absolutizar la benignidad de una medida es tan falaz como hacerlo con su supuesta malignidad. Un ejemplo claro de estas dos posturas lo vemos en una propuesta de la que se habla a menudo en estos últimos tiempos: la renta básica universal. Mientras algunos la ven como una propuesta estrella que va a solucionar los desafíos económicos que tiene planteada la sociedad en la actualidad, en especial en cuanto a la lucha contra la pobreza y los efectos negativos que sobre esta tienen las nuevas tecnologías, otros ven esta medida como algo negativo que solo traería una sociedad de vagos y maleantes.

      Cuando uno se acerca a ella con humildad y sin prejuicios, ve una medida que tiene sus luces y sus sombras, que puede ser buena para unas cosas, pero no tanto para otras. Es decir, una medida de política económica que, como todas, no es ni perfecta ni totalmente imperfecta, sino una propuesta que puede considerarse, discutirse y debatirse para, a la luz de sus ventajas e inconvenientes, decidir si hay o no que instaurarla.

      En economía, como en la vida, los profetas de la perfección y de la imperfección

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