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Católico de la Persona (MMCCP).

      Las siguientes once premisas psicológicas representan una comprensión psicológica de la persona, coherente con las premisas teológicas y filosóficas del MMCCP y con las ciencias psicológicas. Sirven como un esquema, que se complementa con subpremisas que aclaran de forma más precisa las implicaciones oréticas y clínicas del Meta-Modelo para la psicología y counseling. Junto con las premisas teológicas y filosóficas contenidas en el MMCCP, profundizan y ayudan a completar nuestra comprensión de la persona para su uso en la práctica de la salud mental. (El nombre de la premisa teológica y filosófica correspondiente aparece entre paréntesis).

      I. La persona dispone de un núcleo esencial de bondad, dignidad y valor, y busca la realización de sí misma y de los demás. Esta dignidad y valor es independiente de la edad o cualquier otra habilidad. Tal núcleo de bondad es fundamental para que una persona valore su vida, se desarrolle moralmente y se realice. (Creada).

      II. La persona suele experimentar diferentes tipos de dolor, sufrimiento, ansiedad, depresión u otros trastornos en sus capacidades humanas y en sus relaciones interpersonales. La persona también puede estar angustiada o herida por causas naturales y por el comportamiento dañino de otros. Las personas disponen de diversos niveles de experiencias distorsionadas, conscientes e inconscientes, que hacen que no se respeten ni amen a sí mismas, ni a los demás, como deberían. Y, a menudo, no viven de acuerdo con muchos de sus valores básicos. (Caída).

      III. La persona, gracias a la ayuda de otros, puede encontrar apoyo y curación, corregir sus comportamientos dañinos y encontrar un significado a través de la razón y la trascendencia, todo lo cual produce la realización personal e interpersonal. En resumen, existe siempre una base para esperar un cambio positivo en la vida de toda persona. (Redimida).

      IV. Todo ser humano es un cuerpo-alma unificado, con una identidad personal única, que se desarrolla a lo largo del tiempo en un contexto sociocultural. Esta unidad se relaciona con toda la experiencia de la persona. Por ejemplo, el abuso físico afecta a la vida corporal, psicológica y espiritual de la persona. (Unidad).

      V. La persona se realiza discerniendo, respondiendo y equilibrando tres llamadas: a) llamada como persona, para vivir una vida guiada por valores, centrada a la vez en el amor y en las metas trascendentes; b) llamadas para cumplir sus compromisos vocacionales con otros, como ser soltera, casada o tener una vocación religiosa distintiva, y c) llamadas para participar en trabajos, servicios y actividades de ocio con sentido social. (Realizada a través de la vocación).

      VI. La persona se realiza y sirve a los demás mediante el desarrollo continuo de sus virtudes, de su carácter moral y madurez espiritual, incluido el crecimiento de sus capacidades cognitivas, volitivas, emocionales y relacionales. A través del esfuerzo y la práctica, la persona alcanza virtudes que permiten el logro de sus metas y su realización. Por ejemplo, los padres o madres que desarrollan la paciencia, la justicia, el perdón y la esperanza son más capaces de realizarse como padres. (Realizada en la virtud).

      VII. La persona es intrínsecamente interpersonal y se forma a lo largo de su vida mediante relaciones, como las que se experimentan entre los miembros de la familia, las parejas románticas, los amigos, los compañeros de trabajo, los colegas de profesión, las comunidades y la sociedad. (Relacionalmente interpersonal).

      VIII. La persona se encuentra en interacción sensorial-perceptiva-cognitiva con la realidad externa y dispone del uso de capacidades relacionadas, como la imaginación y la memoria. Tales capacidades subyacen a muchas de nuestras habilidades, permitiéndonos reconocer a otras personas, comunicarnos con ellas, establecer metas, sanar recuerdos y apreciar la belleza. (Sensorial-perceptiva-cognitiva).

      IX. La persona dispone de capacidades emocionales. Las emociones —que implican sentimientos, respuestas sensoriales y fisiológicas, y tendencias a responder (conscientes o no)— proporcionan a la persona el conocimiento de la realidad externa, de los demás y de sí misma. El exceso o el déficit de ciertas emociones es indicador importante de patologías, mientras que el equilibrio emocional es comúnmente un signo de salud. Por ejemplo, cuando está equilibrada, la capacidad humana de empatía puede producir la curación de uno mismo y de los demás, mientras que un déficit o un exceso produce indiferencia o agotamiento. (Emocional).

      X. La persona dispone de capacidad racional. Esta capacidad involucra a la razón, la autoconciencia, el lenguaje y las capacidades cognitivas sofisticadas, y se expresa en múltiples tipos de inteligencia. Estas capacidades racionales pueden utilizarse para ayudar a la curación y la realización psicológica mediante la búsqueda de la verdad sobre uno mismo, sobre los demás, el mundo exterior y el significado trascendente. (Racional).

      XI. La persona tiene voluntad libre, en aspectos importantes, y es un agente con responsabilidad moral cuando ejerce su libre albedrío. Por ejemplo, el ser humano dispone de la capacidad de dar o negar libremente el perdón y de ser altruista o egoísta. Aumentar las posibilidades de liberarse saliendo de la patología y de perseguir objetivos de vida positivos para honrar los compromisos tiene un efecto significativo en la curación y su realización. (Volitiva y libre).

      3

      Ventajas que aporta la fe

      católica en la construcción

      de un Meta-Modelo integrado

      de la persona para la práctica de

      la psicología y la salud mental1

      PAUL C. VITZ

      Tal vez, la razón principal más generalizada por la que la época actual es favorable a la tarea de integrar una comprensión cristiana de la persona con la psicología moderna es que ha disminuido enormemente la confianza en que el futuro del mundo, y especialmente el de América, será secular; de hecho, en muchos aspectos ha desaparecido. Los psicólogos más jóvenes pueden no ser conscientes de que la época correspondiente a los años cuarenta, cincuenta y sesenta tenía una increíble confianza secular sobre cómo sería el futuro. En ese momento, el escenario humanista secular fue asumido como inevitable y positivo para el mundo, al menos para todo el mundo desarrollado. En el protestantismo liberal, fue representado por escritores como Harvey Cox (1965) y su tesis de que la Iglesia como institución desaparecería y los cristianos se volverían indistinguibles de los agentes de cambio positivo en la evolución de la historia secular. La revista Time (8 de abril de 1966), captando este espíritu, en el año siguiente publicó su famoso número titulado «¿Ha muerto Dios?». El futuro humanista secular se basaba en suposiciones, derivadas de la Ilustración occidental, sobre la naturaleza de la verdad —que debía entenderse como parte de la filosofía occidental «racional»— y por supuesto se basaba en la ciencia. Esta visión también asumió la bondad intrínseca de la visión secular y su desarrollo.

      Desde la década de 1960, una importante crítica del futuro secular occidental ha provenido de los intelectuales seculares, ahora conocidos como posmodernistas (véase Derrida, 1964, 1973, 1976, 1978; Foucault, 1970, 1972; Lyotard, 1984; Rorty, 1979, 1982, 1987). Este movimiento ha deconstruido las afirmaciones de verdad de gran parte del pensamiento secular de la Ilustración occidental, aunque no la ciencia en sí. Los posmodernistas también han reconstruido la legitimidad moral de las filosofías seculares no examinadas anteriormente, especialmente las grandes narrativas referentes a la idea de progreso. Aunque los pensadores posmodernos son en sí mismos seculares, generalmente de tipo nihilista, su crítica ha socavado en gran medida la suposición de que en el futuro dominaría el humanismo secular e, inevitablemente, no habría religión.

      La otra gran crítica y sorpresa para la visión secular ha sido el evidente crecimiento y la energía de la religión en todo el mundo. Tanto para bien como para mal, casi todas las religiones principales parecen estar creciendo en su significado cultural y político. El cristianismo, especialmente en sus expresiones evangélicas y católicas, está vivo y en buen estado y en todo el mundo (Jenkins, 2007). Con la caída del

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