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«El planeta de la pintura», y a la afirmación de Cela en la nota preliminar: «Aficionado a toda suerte de artes representativas, amo la pintura con una fuerza quizá justificada por la dedicación que le debía y no le otorgué»19. Reconozcamos que esta temática se diluye casi por completo en Cajón de sastre y La rueda de los ocios.

      El abanico de pintores de los que se ocupa CJC en los artículos tiene, a menudo, un correlato en las tareas de ilustración de algunas de sus obras posteriores. Así, Eduardo Vicente ilustró Cuaderno del Guadarrama (1960) y la edición de La colmena de la colección «Puerto Seguro» de Alfaguara (1966) con treinta y seis litografías. Rafael Zabaleta hizo lo propio con el volumen El solitario (1963) y Juan Esplandíu con Madrid (Alfaguara, 1966). Por otra parte, Luis Mosquera retrató al joven Cela en 1945, y el epistolario cruzado entre Cela y Díaz Pardo revela la mucha atención con la que el pintor seguía los artículos de Cela sobre sus quehaceres. Valga un ejemplo. Al publicar CJC en Arriba (14 de diciembre de 1948) el artículo «Un pintor gallego universal», Díaz Pardo le escribe ese mismo día una breve carta que consigna, entre otras cuestiones, lo siguiente:

      Acabo de leer el artículo que me dedicas en el que analizas con mirada benévola el fundamento de mi obra; y quiero apresurarme en decírtelo de la manera más emocionada, mucho más por ser tuyo, es tanto más para mí positivo.

      La lacónica presencia del cine en esta escritura del día es simplemente un emblema de la amplia relación del primer Cela con dicho arte, como atestiguan los recientes trabajos del profesor Paz Gago20. Además, el curioso lector puede poner en relación este artículo de la tercera parte del libro con los dos en los que CJC glosa su participación como actor en El sótano de Jaime de Mayora, recogidos en la primera parte.

      Se reclama, por último, la atención del lector por el elogio de la fotografía, que no solo gravita sobre Viaje a la Alcarria y las espléndidas fotografías de Karl Wlasak21 sino sobre proyectos celianos de años después, como una edición del Quijote ilustrada por Català Roca o los tomos de los nuevos apuntes carpetovetónicos de la editorial Lumen: Toreo de salón. Farsa con acompañamiento de clamor y murga (1963), con fotografías de Oriol Maspons y Julio Ubiña, e Izas, rabizas y colipoterras. Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón (1964), con fotografías de Juan Colom. Conviene saber, a modo de estrambote, que Cela en su madurez consideró algunos de sus trabajos de los primeros años cincuenta por el Madrid de la época como fotografías al minuto. Así, en 1972 escribe en el «Aviso para descarriados» que precede a Fotografías al minuto: «Los fotógrafos al minuto no hacemos obras de arte; nos conformamos con ganarnos la vida y con comer caliente, al menos un día sí y otro no»22.

      V

      El universo del que proceden los artículos que componen esta selección, La forja de un escritor (1943-1952), alumbra la obra creativa de Cela, a la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó «el otro Cela», es decir, «el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e incansable editor de revistas»23. Los límites que nos hemos impuesto son la condición por la que no aparecen todas las caras del poliedro CJC.

      Valgan unos someros apuntes para certificar el valor de los artículos. Muchos de los agrupados en «Experiencias vitales» guardan estrecha relación con su primer libro de memorias, La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Infancia dorada. Pubertad siniestra. Primera juventud. Libro primero. La rosa (Barcelona, Destino, 1959). Relación que se fortalece a la luz de la datación de la primera serie de entregas que fraguó el volumen: del 1 de junio al 15 de noviembre de 1950 en el Correo Literario. Arte y Letras Hispa­noamericanas, revista que pertenecía a la órbita de Alfredo Sánchez Bella y del Instituto del Mundo Hispánico, y que dirigía el buen amigo de Cela Leo­poldo Panero. Meses después de esta serie de entregas, CJC buscaba que Josep Vergés, copropietario de Destino, acogiese en el semanario la segunda serie de entregas de La rosa. Una carta del escritor del 24 de julio del 52 es bien expresiva:

      Hace un par de años, empecé en Correo Literario la publicación de mis memorias bajo el título de La cucaña. Iban quedando muy bien y divertidas, pero me incomodé con el periódico y les di golletazo. Pienso que ahora pudiera ser un buen momento para abordarlas de nuevo.

      Esa querencia celiana se cumplió meses más tarde. El semanario Destino iniciaba el segundo tramo de la publicación por entregas de La rosa el 4 de abril de 1953.

      En «Experiencias vitales» el lector encontrará el artículo «Redescubrimiento de Barcelona», primera colaboración de Cela en La Vanguardia Española y punto de partida de una relación básica para su obra: la que se inicia en el otoño de 1945 con las editoriales barcelonesas. A su ya consolidada vinculación a Ediciones del Zodiaco, donde publicará Pisando la dudosa luz del día (1945) y la cuarta edición de La familia de Pascual Duarte (1946), con prólogo de Gregorio Marañón, se suman los diálogos editoriales con Josep Janés, Josep Vergés y Pepiño Pardo (de Noguer). Sin Barcelona no hubiese existido esta segura fragua del escritor gallego.

      Capítulo esencial también en este aspecto es «El escritor y la escritura», donde el lector adivinará la sustancia seminal de sus reflexiones de madurez publicadas con firma o sin ella en Papeles de Son Armadans. En el haz de artículos de esta sección, Cela reflexiona sobre su vocación, sobre la función social del escritor y su responsabilidad, sobre el escritor y sus críticos, alrededor de la novela, sobre las herramientas del quehacer novelesco y otras tareas afines. Se trata de una ética-estética de los años en que se anda fraguando su personalidad y su obra.

      Al margen de estas consideraciones genéricas, el joven Cela nos muestra en esta «escritura del día» algunas cartas de su baraja de creador. El artículo «Los libros de viajes» (10 de julio de 1946), publicado unos días después de finalizar su viaje por la Alcarria, es una buena poética de lo que pretendían el Viaje a la Alcarria (1948) y sus libros de viajes sucesivos. El papel esencial de la mirada en La colmena (1951), una de las obras maestras de la historia de la novela española, se justiprecia mejor a la luz de tres artículos magistrales procedentes de La Vanguardia Española: «Con los ojos abiertos» (15 de junio de 1950), «Esa ventana abierta sobre cualquier paisaje» (5 de septiembre de 1950) y el formidable «Elogio del mirón» (15 de octubre de 1952), una poética de la mirada y el signo. Para el recto análisis de una novela moderna, sugestiva, brillante y profunda como es Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) deben tenerse en cuenta las reflexiones de CJC sobre el género epistolar (15 de octubre de 1952), y para la clave temática de la novela, el artículo «Elogio de la samba» (7 de mayo de 1949) es una ayuda segura24.

      Por los artículos de esta segunda sección fluyen las reflexiones acerca de la memoria, el otro gran sumando narrativo, junto a la mirada, de la obra de Cela. Baste anudar los artículos y los cuentos alrededor del reloj; o la mezcolanza que se produce con la memoria como fuente del dolor entre un relato ficcional, que acabará nutriendo Baraja de invenciones (1953) y asimismo La rosa, con mención expresa en el prólogo del libro de memorias del relato «La memoria, esa fuente del dolor» y con su integración en la andadura autobiográfica de la primera edición (1959).

      «La pintura y otras artes» nos acerca a una vocación no cumplida, al talento del joven Cela para definir la naturaleza de la producción de una docena de pintores y para adelantar una de las líneas maestras de Papeles de Son Armadans, su interdisciplinariedad. Papeles dedicó extraordinarios a Picasso, Miró, Tàpies, Solana, el grupo El Paso, etc. En consecuencia, en estos artículos laten algunas querencias de la empresa mallorquina y liberal de años después. Entre las colaboraciones agrupadas en este tercer capítulo quiero llamar la atención sobre «El alma de Madrid en 34 acuarelas» (3 de agosto de 1945), una de las pruebas de la temprana ideación de La colmena: «El Madrid de nuestros días, que busca el novelista que escriba su novela, ha encontrado el pintor que la supo retratar», escribe Cela a propósito de Juan Esplandíu25.

      El ideario ético, estético, artístico y sobre todo literario que se aprende en esta forja del escritor gallego permaneció en muchos aspectos inalterable a lo largo de su trayectoria. Buena prueba de ello es que el último Cela echó mano de algunos de estos artículos para volverlos a publicar, con ligerísimas alteraciones

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