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Nuevos enigmas de la Biblia 3. Ariel Álvarez Valdés
Читать онлайн.Название Nuevos enigmas de la Biblia 3
Год выпуска 0
isbn 9788428836951
Автор произведения Ariel Álvarez Valdés
Жанр Документальная литература
Серия Nuevos enigmas de la Biblia
Издательство Bookwire
Ante esta segunda aparición del ángel, ella corre a informar a su marido. Entonces «Manoaj se levantó y, siguiendo a su mujer, llegó donde el hombre» (Jue 13,10-11). Que la mujer estuviera trabajando en el campo mientras su marido estaba en la casa ya era una inversión de roles. Pero que ahora Manoaj siga a su mujer y camine detrás de ella, para una sociedad machista, resultaba por demás agraviante. Mostraba, además, la ineptitud de Manoaj y sugería que este nunca habría visto al ángel de no haber sido porque ella le condujo hasta él.
¡La comida, ni probarla!
Cuando Manoaj llega donde estaba el ángel, le somete a un largo interrogatorio. Lo primero que quiere saber es: «¿Eres tú el que habló con esta mujer?». Llama la atención que no diga «mi esposa». Además, con su pregunta pone en duda la historia que ella le ha contado. Pero el ángel confirma: «Yo soy» (Jue 13,11). Manoaj sigue desconfiando del mensaje que su mujer le ha transmitido sobre el niño, e insiste: «¿Qué forma de vida y qué conducta tendrá que llevar el niño?». El ángel le contesta: «Deberá abstenerse de todo lo que indiqué a esta mujer» (Jue 13,12-14).
La respuesta del ángel es dura. Parece decirle: «Vete y pregúntale a tu esposa, que ya hablé con ella y le conté todo». Un reproche a Manoaj por no haber confiado en su mujer y una indicación de que la palabra de ella vale tanto como la de un hombre, afirmación sin duda revolucionaria del autor.
A estas alturas, Manoaj ya debería darse cuenta de que está hablando con un ángel de Dios. Pero en la Biblia los ángeles tienen la apariencia de una persona (Gn 19,1-2); no llevan vestiduras blancas, ni tienen alas, ni vuelan, como a menudo se los representa en el arte; y Manoaj no parece muy lúcido como para captar su presencia. Por eso, a continuación le ofrece algo de comer: «Permítenos prepararte un cabrito» (Jue 13,15). Pero los ángeles no comen alimentos humanos. Una nueva ironía del autor para mostrar el desconcierto de Manoaj, que no tiene ni idea de lo que está sucediendo. Y el ángel le responde: «Aunque me obligaras a quedarme, no probaría tu comida» (Jue 13,16).
Ver a Dios y seguir con vida
Perplejo, Manoaj quiere saber más sobre el visitante y le pregunta: «¿Cuál es tu nombre, para que, cuando se cumpla lo que has dicho, podamos honrarte?». Pero los ángeles, en esta época antigua, no tenían nombre. Solo son llamados «mensajeros». Querer averiguar su identidad es como invadir un misterio. Manoaj sigue siendo objeto de las chanzas del redactor, que pone de nuevo en evidencia su confusión. Y el ángel, que a estas alturas del relato ya tiene poca paciencia con Manoaj, le responde: «¿Por qué me preguntas el nombre? Es misterioso» (Jue 13,17-18).
Manoaj ya está totalmente perdido, y prefiere ofrecer a Dios una ofrenda vegetal junto con un cabrito, que sacrifica sobre un altar. Y en el momento en que la llama del altar sube al cielo, el hombre con el que hablaba también sube al cielo, en medio del fuego, sin quemarse. Solo entonces «Manoaj se dio cuenta de que era el ángel de Yahvé» (Jue 13,19-22). Lo que la mujer había comprendido en un instante, al comienzo del relato (Jue 13,6), su marido lo entiende ahora. No es de extrañar que el ángel haya querido, desde el principio, hablar con ella.
Pero las torpezas de Manoaj no terminan aquí. Cuando el ángel desapareció, dijo a su esposa: «Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios». En efecto, según una antigua creencia, nadie podía ver a Dios y seguir viviendo; quien lo veía tenía que morir (Ex 33,20). Manoaj, atemorizado, le recuerda esto a su mujer. Pero ella, con más sentido común, le dice: «Si Yahvé hubiera querido matarnos [...] no nos habría comunicado una cosa así» (Jue 13,22-23). ¡Elemental! Si ellos iban a morir, ¿cómo nacería Sansón y cómo se cumpliría el anuncio del ángel? De nuevo se han invertido los roles, y es la mujer la que tranquiliza a su marido.
Finalmente, nace el niño, y es su madre quien «lo llamó Sansón» (Jue 13,24), en contra de la costumbre israelita de que fuera el padre quien pusiera el nombre. De nuevo Manoaj es dejado de lado en favor de la madre.
Anónima con renombre
Un viejo mito contaba que, en la antigüedad, los ángeles se habían unido a algunas mujeres y habían engendrado gigantes en la tierra. Basándose en él, la tradición oral fue formando la leyenda de Sansón, un héroe cuya fuerza colosal le venía de ser descendiente de un ángel.
En el siglo VII a. C., un autor la puso por escrito y la incluyó en el libro de los Jueces. Y para dejar en claro la paternidad angelical, describió a Manoaj de manera peyorativa, como un hombre lerdo y torpe, incapaz de engendrar a semejante héroe. En cambio, presentó a su madre como una mujer superior. Tan bella que un ángel la deseó. Tan independiente que podía estar sola en campo abierto. Tan lúcida que pudo reconocer a un enviado divino. Incluso el hecho de no tener nombre, en vez de rebajarla la exalta, ya que el mensajero divino tampoco tiene nombre, de modo que ambos aparecen estrechamente relacionados en el mismo nivel.
Por si esto fuera poco, la mujer es descrita con la habilidad de predecir el futuro. Porque, cuando transmite a su marido el mensaje divino de que tendrá un niño y que será nazir (consagrado) «desde su nacimiento», añade por su cuenta que será nazir «hasta el día de su muerte» (Jue 13,7). Esto no se lo había dicho el ángel. Y resulta extraño, porque los nazires solían serlo solo por un tiempo. Pero la mujer profetizó que el niño lo sería durante toda la vida. Y su profecía se cumplió, porque Sansón morirá cuando rompa su voto de nazir.
Todo esto convierte a la madre de Sansón en una de las mujeres más extraordinarias de la Biblia.
Ver o no ver
Según la Biblia, Sansón pudo nacer gracias a una mujer extraordinaria. El marido de esta, en cambio, nunca supo distinguir al enviado de Dios. Lo descubrió después de que el ángel se apareciera por segunda vez, repitiera el mensaje, se negara a comer, rechazara revelar su nombre, se introdujera en las llamas y se esfumara en medio del fuego. Únicamente entonces comprendió lo que su esposa había entendido desde un principio. Hay gente que es capaz de ver lo que otros no ven. De entender por dónde pasa lo importante, lo trascendente, lo central de la existencia, mientras otros parecen turistas de la vida, que transitan de manera superficial por el mundo.
Cierta vez, un ladrón caminaba por un bazar y llegó a un puesto donde vendían joyas de gran valor. Sus ojos se centraron en un diamante, y quedó deslumbrado por su belleza. Aprovechando un descuido del vendedor, pegó un manotazo a la joya y huyó. Todos alcanzaron a verlo, de modo que entre varios le sujetaron, inmovilizaron y detuvieron hasta que llegó la policía. Ya en la comisaría, el oficial le preguntó: «¿Cómo se te ocurrió robar delante de tanta gente?». El ladrón respondió: «Es que cuando vi la joya ya no vi a la gente».
Muchos caminan como ciegos por la vida, encandilados por baratijas, por lo material, por tonterías, sin percibir a quienes les rodean. Viven en un mundo de fantasías sin distinguir lo que de verdad es valioso. No descubren lo importante, que es valorar su familia, cuidar a los amigos, atender la salud, cuidar el tiempo, no discutir por tonterías, buscar la felicidad. Y aunque la vida de vez en cuando nos coloca a alguien al frente para llamarnos la atención y señalarnos lo que es importante, nos cuesta verlo. Solo los que abren los ojos a lo trascendente, como la madre de Sansón, pueden engendrar héroes en sus vidas. Porque como dijo el sabio: «Quien mira con frecuencia al cielo acaba por tener alas».
PARA CONTINUAR LA LECTURA
SICRE, J. L., Jueces. Estella, Verbo Divino, 2018.
2
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