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de la comunicación y trasbordos que demandaba el paso por el Darién, la Corona española usó este como su paso oficial hasta finales del siglo XVIII.

      En este rastreo por la geografía del continente, sin duda el viaje más famoso fue el de Magallanes-Elcano (1519), comandado por el marino portugués Fernando de Magallanes (1480-1521), al servicio de la Corona española. Este viaje, con una escuadra de cinco naves y 239 hombres, zarpó de Sanlúcar de Barrameda (España) para dar con el buscado paso interoceánico (1520) que hasta hoy lleva su nombre. Este fue el primer viaje de circunnavegación completado al mando de Juan Sebastián Elcano (1476-1526). A este le siguieron varias expediciones que zarparon de distintos puertos europeos y americanos, y recorrieron las huellas de este impresionante trayecto. Algunas expediciones lograron bordear Tierra del Fuego y descubrir el cabo de Hornos, el lugar más meridional de la geografía del Nuevo Mundo. En 1525, el marino español Francisco de Hoces navegó al sur de la entrada del estrecho de Magallanes, a 55º de latitud sur. Fue el primero en descubrir un paso hacia el Pacífico, en el lugar nombrado en los mapas como mar de Hoces, más adelante denominado paso Drake, luego del paso del famoso corsario Francis Drake (1579).

      Por supuesto, estas tempranas exploraciones, que buscaban resolver los enigmas de las Américas, tuvieron un importante impacto en los mapas, y los cartógrafos europeos estaban atentos a la información resultante de estos viajes. Reconocidos cartógrafos como Abraham Ortelius (1527-1598) y Gerardus Mercartor (1512-1590) plasmaron en sus mapas de América la información del famoso viaje de Francis Drake (1540-1596), que transformaría la geografía del Nuevo Mundo. En el sur del continente, el viaje de Drake desató especulaciones sobre un posible pasaje alternativo al ya conocido estrecho de Magallanes, al sur de Tierra del Fuego, lugar que por muchos años en los mapas sería denominado el pasaje de Drake, aunque no hay certeza sobre si Drake efectivamente cruzó por este paso.

      Años después, la expedición de Jacob Le Maire y Willem Schouten (1615-1617) fue una de las más importantes en la historia de la navegación, de los descubrimientos y de mayor impacto en la cartografía (Moreno, 2013); a esta expedición le siguieron otras tantas. De hecho, con las noticias de los logros holandeses, zarpó desde Portugal, en 1618, la expedición a cargo de los hermanos Bartolomé y Gonzalo Nodal, con la misión de incursionar por aquellas remotas regiones exploradas previamente por los holandeses y rebautizarlas con nombres castizos. Cuando retornaron a España, con la información recabada se constató que existía un paso al sur del estrecho de Magallanes. No obstante, en la cartografía se impusieron los nombres holandeses para el lugar que hasta ahora lleva el nombre de cabo de Hornos. Varias expediciones buscaron descifrar la geografía de aquella terras incognitaes del sur del continente. Todos aquellos descubrimientos geográficos significaron un cambio de paradigma no solo en la geografía, sino también en la cartografía especulativa de las Américas.

      El segundo artículo aborda la búsqueda del pasaje en el extremo sur del continente. Carla Lois presenta desde una interesantísima mirada cómo el pequeño y sinuoso paso austral del estrecho de Magallanes funcionó como un gigante dispositivo que cambió la manera de pensar la geografía del mundo. Desde esta perspectiva, Lois formula algunas interrogantes muy interesantes: ¿cómo fue y qué significó el descubrimiento del estrecho de Magallanes? ¿Cómo impactó en las formas de pensar la geografía de un mundo todavía ampliamente inexplorado y desconocido en el siglo XVI? La autora examina la travesía por el estrecho, y la coteja con las matrices intelectuales de su tiempo, y el impacto de esta espectacular travesía en las formas de pensar y conceptualizar las geografías de la modernidad.

      Por su parte, Mauricio Onetto discute en su artículo la imagen del estrecho de Magallanes como un elemento clave en la cartografía. Examina el Atlas de Battista Agnese, publicado en Venecia en 1544, y presenta al estrecho como un silencioso protagonista, que, a partir del viaje de Magallanes-Elcano, se dibuja como un lugar de la geografía, convertido en el pasajemundo que permitió la conexión y la comunicación del mundo entero. El análisis cartográfico permite al autor construir su perspectiva sobre el estrecho de Magallanes como un espacio de apertura, una puerta que replanteó la noción del planeta, un pasaje, como la conexión de los diversos “mundos”; es decir, rutas, continentes, nodos comerciales, religiones y ecologías. Define este hallazgo como la noticia que cambió el mundo, y dio paso a otra forma de percibir y habitar el planeta.

      Rodrigo Moreno Jeria da un salto al siglo XVIII, y en su artículo resalta cómo las expediciones científicas se preparaban en los puertos americanos para retornar desde el Pacífico hasta el Atlántico. Para esto, examina la expedición de botánico Hipólito Ruiz (1787-1788), que tuvo que sortear las dificultades del pasaje interoceánico para llegar con sus colecciones botánicas. Este caso ejemplifica el desafío que enfrentaron en el retorno las expediciones científicas que, todavía en el siglo XVIII, anhelaban que se descubriera un paso interoceánico menos peligroso.

      Además, el increíble hallazgo del paso por el sur reavivó la inagotable búsqueda por el pasaje interoceánico de los imperios modernos del extremo norte del continente. El famoso “Northwest Passage”, el Paso Norte, se convirtió en una de las más famosas búsquedas entre los siglos XVI y XIX, y varias expediciones de diversas nacionalidades y procedencias se aventuraron a resolver este enigma de la geografía. Desde muy temprano se había buscado el mítico estrecho de Anían, que equivocadamente se pensaba que se situaba en la misma latitud de San Diego (California) y se especulaba que este sería el ansiado paso. En 1497, Enrique VII había encomendado la búsqueda del estrecho por el norte a Juan de Caboto, y la Corona francesa había hecho lo propio con la exploración de Giovanni Verrazano en 1524.

      Los exploradores europeos recurrieron a los informantes locales. Los rumores y el conocimiento geográfico de los nativos americanos fueron fundamentales para estas incursiones en la geografía americana. Cuando Hernán Cortés (1485-1547), quien en 1519 desembarcó en México, preguntó a los nativos sobre las riquezas, dicen las leyendas que uno respondió: “Ma c´ubah than”. Cortés y sus hombres entendieron “Yucatán” y con este nombre bautizaron la región. Unos 450 años más tarde, expertos en los dialectos mayas han concluido que “Ma c´ubah than” en realidad significaría “No te entiendo”. En esos intentos de comunicación entre los exploradores europeos y los americanos, tal vez la interrogante sería cuántos lugares de la geografía desconocida para los recién llegados serían bautizados con nombres interpretados por los europeos a su antojo, que probablemente serían un simple “no te entiendo” en distintos dialectos. Según Mapp (2011), el conocimiento de los nativos fue mayormente inaccesible para los exploradores, que no siempre pudieron comprender o comunicarse adecuadamente con sus informantes locales. Pese a estas dificultades, consideramos que estos informantes fueron claves para las expediciones y para rastrear el pasaje interoceánico.

      De acuerdo con las referencias de los nativos, Cortés también tuvo como objetivo encontrar la comunicación interoceánica. En México buscó un estrecho que develara la ruta hacia Oriente y, como parte de su campaña de conquista, en 1533 envió una hueste al mando de Diego Becerra, para navegar rumbo norte en busca del paso y así extender la exploración por el Mar del Sur; de estas exploraciones surgieron rumores sobre la existencia de una isla muy rica al norte del continente, que sería bautizada como California (Bancroft, 1886, p. 54).

      Además de los informantes nativos, estas tempranas expediciones usaron la cartografía conjeturada del siglo XVI, que, por ejemplo, reducía Norteamérica en los mapas casi a una franja bastante estrecha. En 1525, el explorador florentino Giovanni Verrazano (1485-1528) especuló que desde la costa del Atlántico se alcanzaba a ver el Pacífico. “Los colonizadores ingleses de Virginia, a principios del siglo XVII, creían que podrían llegar al Mar del Sur marchando por tierra. Los primeros navegantes del Mississippi esperaban que el gran río desembocara en un mar que bañaba China” (Fernández, 2004, p. 20).

      La expedición de Becerra, enviada por Cortés en 1533, que exploró rumbo norte en el Pacífico, llegó hasta una zona que en algunos mapas de la época fue nombrada Mar de Cortés o Mar Bermejo. Estos lugares inexplorados pasaron a formar parte del repertorio de la geografía especulativa del Nuevo Mundo. En 1602, Sebastián Vizcaíno,

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