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También había médicos, ingenieros y arquitectos. Una gran variedad de perfiles, pero todos, parte de una clase media con valores y sueños comunes. Villa Portales fue diseñada de una manera única, con calles elevadas, circulaciones verticales, recorridos en altura conectados por medio de rampas, grandes espacios verdes y plazas. Sus departamentos y casas son de gran amplitud, por lo que posee grandes comodidades para la vida diaria.

      Villa Portales aún conserva un entorno privilegiado en la ciudad. Inserta en el área continua del triángulo central de Santiago, cuenta con la mayor concentración de servicios y equipamientos, con acceso a redes de infraestructura vial importantes –transporte urbano y metro. Asi mismo, está rodeada por grandes construcciones que le dan un carácter de aislamiento: la Universidad de Santiago de Chile, la Quinta Normal y la Autopista Alberto Hurtado (ex avenida General Velásquez), que de alguna manera contienen al conjunto de la Villa.

      Este conjunto habitacional se construyó en un territorio muy extenso de 31 hectáreas, de las cuales el uso del suelo para edificación corresponde solo a 20% del total. Existen en la actualidad 1.860 viviendas, de las cuales 1.500 son departamentos (block como unidades habitacionales) y 360 son casas (plazuelas como unidades habitacionales), que en un comienzo albergaron a 11.000 habitantes. En la actualidad vive casi la mitad, lo que da cuenta de un éxodo importante de población.

      Los edificios de la Villa tienen una altura entre cinco y siete pisos. Los blocks 1 y 2 se construyeron con una altura que superó la permitida de ese tiempo, situación que obligó a que se implemente una vía de circulación elevada sobre dos pisos inferiores, es decir, sobre el tercer piso, lo que permitió cumplir con la normativa de acceso a los departamentos de pisos superiores sin tener ascensor. Estos cuentan con una disposición hacia el extremo poniente del conjunto, con una vista hacia la cordillera de Los Andes por el oriente y de la cordillera de La Costa por el poniente. Los edificios más pequeños, de cinco pisos, están en directa relación con la vegetación y los árboles que rodean a todo el conjunto. Las viviendas se encuentran rodeadas de vegetación y árboles frutales que les dan nombre a las quince plazoletas.

      Si bien algunos aspectos aparecen como muy favorables, la Villa presenta en la actualidad un importante deterioro. La inadaptación social del proyecto a las condiciones actuales de sus habitantes, el empobrecimiento y el envejecimiento de su población, la influencia de la dictadura militar son algunos de los elementos que han contribuido a mermar la vida de este conjunto habitacional. Su gran dimensión y los problemas con la administración que se producen a partir de los años setenta provocaron un difícil control de la Villa por parte de sus habitantes (Forray et al., 2011). A ello, se le suman en la actualidad problemas como el del uso del suelo, la problemática de la basura, el desgaste de los espacios públicos y la llegada de nuevos residentes.

      El Castillo: la vivienda social en dictadura

      El barrio El Castillo ésta ubicado en la comuna de La Pintana. Se trata de un territorio emblemático que refleja un momento en que el papel del Estado chileno disminuye en pos de un mercado que controla los precios del suelo. Todo ello tuvo sin duda repercusiones en la vivienda, su localización y las formas de habitar. Es en 1979 cuando se decreta que el suelo urbano en Chile no es un bien escaso. Su precio sería fijado por el mercado. Esta política afecta el valor del suelo y fragmenta el espacio social de la ciudad. El valor aumenta en los lugares más centrales y los valores más bajos se desplazan hacia la periferia. Se comienzan así a construir conjuntos de viviendas sociales en las comunas con un menor valor de suelo, lo que provoca una homogeneización de la pobreza en ciertas áreas de la ciudad, sobre todo en la periferia (Hidalgo, 2007).

      Lo que ocurrió en la época de la dictadura militar con la comuna de La Pintana es un buen ejemplo de lo anterior. En este período se produce un importante déficit de vivienda, hecho que es subsanado por medio de las llamadas “políticas de erradicación de campamentos”. En el período entre 1979 a 1984 se trasladaron grandes contingentes de población de escasos recursos, ubicadas en áreas de alta plusvalía, hacia barrios periféricos de la ciudad donde se les entregaron viviendas.

      La historia de la comuna de La Pintana, contexto territorial de El Castillo, se entiende en el marco de los procesos de reformas estructurales que afectaron la liberalización del uso del suelo en la década del setenta en Chile; periodo en el que también el país vivió reformas políticas administrativas orientadas hacia la descentralización y desconcentración del Estado4. En este contexto, El Castillo fue un proyecto de vivienda social destinado a habitantes de campamentos pobres, con una arquitectura muy precaria y con un mínimo de equipamiento. Fue en la Pintada donde se llevó a cabo una de las acciones más emblemáticas en la historia de la vivienda social del país, implicando el traslado de cerca de 30.225 familias habitantes de campamentos hacia nuevas localizaciones periféricas, cambio que provocó una suerte de polarización de secciones homogéneas, cuyos resultados se aproximan a las definiciones conceptuales de segregación y expoliación urbana (Gurovich, 1989). Del total de campamentos erradicados, el 72% fueron ubicados en las comunas de La Granja (parte de la actual comuna de La Pintana), Pudahuel, Puente Alto y San Bernardo.

      La historia de La Pintana se remonta al año 1942, cuando la entonces Caja de la Habitación Popular adquiere los títulos de dominio del fundo La Pintana, que había pertenecido al expresidente Aníbal Pinto. En ese lugar se instalaron los primeros Huertos Obreros y Familiares del país. Ahí, la Caja edificó en un principio una población modelo destinada a la Sociedad Cooperativa José Maza, con viviendas de tres dormitorios sobre 500 lotes de media hectárea, además de algunos servicios de equipamiento comunitario y reservas de espacio, cuya primera etapa se inauguró en 1946, y las siguientes en 1950 y 1957. Este proyecto ha permaneciendo hasta hoy con pocas variaciones y se mantiene como un símbolo del cooperativismo progresista. Entre 1960 y comienzos de la década siguiente, se produjo un poblamiento importante en las cercanías, como consecuencia de programas de Operación Sitio y tomas de territorios que conformaron el sector urbano delimitado por Lo Martínez, Santa Rosa, Lo Blanco y San Francisco5. Bajo esta conformación, la población de La Pintana comenzó a crecer rápidamente, y en tan solo diez años se sextuplica el número de habitantes, pasando de 5.718 habitantes en 1960 a 36.502 en 1970.

      En mayo de 1981 se divide La Granja (comuna de nivel socioeconómico relativamente pobre), creándose la nueva comuna de La Pintana, con 3.324,34 hectáreas de superficie, en el borde de contacto de la ciudad y su entorno rural inmediato. Desde 1979, e independiente de las cuestiones de administración local, La Pintana se transforma en sujeto controlado de laboratorio para la tesis de homogenización social de las comunas. Esta había comenzado a recibir conjuntos de familias y poblaciones completas erradicadas, incrementando a un ritmo increíble su contenido demográfico. Entre 1979 y 1989 se construyeron cinco soluciones habitacionales por día (específicamente casetas sanitarias), con urbanización mínima. Como resultado, en diez años se instalaron 80 mil nuevos habitantes en cerca de 30 conjuntos habitacionales. Si bien este proceso de traslado y de radicación de pobladores logra superar en parte las penurias habitacionales y sanitarias de cientos de miles de personas, los niveles de integración espacial con la ciudad disminuyen dramáticamente junto a la cada vez más lejana inclusión. (Gurovich, 1989). Los nuevos pobladores llegaron a lugares que muchas veces no tenian los servicios básicos (agua, transporte, etc.), además de experimentar el quiebre de lazos sociales y familiares producto del traslado. Lo anterior, concentra aún más la pobreza, con su consiguiente homogenización espacial, produciendo una segregación a gran escala.

      La gran mayoría de los habitantes de El Castillo son pobladores muy pobres, erradicados de diferentes áreas de la ciudad de Santiago. Nunca tuvieron la posibilidad de elegir dónde trasladarse, más bien fueron expulsados de las áreas que eran valiosas para el mercado, ofreciéndoles la posibilidad de ser propietarios de una vivienda de carácter social. Los asentamientos que ocupaban estos grupos antes de ser trasladados, eran territorios ubicados en municipios con un alto valor de la tierra urbana y, por lo tanto, estas poblaciones ponían en peligro el precio del suelo de estas áreas (Hidalgo, 2005; Banderas, 2008; Gurovich, 1989).

      La Comunidad Ecológica: la construcción de un imaginario

      Frente

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