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de su vecina.

      —Es que si no como bien, luego mi panza me despierta y no te rías.

      —Qué chistosa, Bere. ¿Esos son los ruidos que se oyen en la noche? Porque como que también empieza a oler feo.

      —Ay sí, cómo no. Si la pedorra eres tú.

      Por más que intentaron explicar lo que significaba aquello que Bere había dicho, sus compañeras se quedaron sin entender, pero ellas rieron hasta que en verdad y por una razón muy distinta les dolió la panza.

      Durante el día y con las actividades escolares, poco a poco el sentimiento de abandono iba quedando un tanto adormecido; las maestras, sobre todo la de inglés, la trataba con cariño intentando atenuar la tristeza que a veces asomaba por los ojitos siempre muy abiertos de la nueva alumna.

      A Grecia le ofrecieron cursar un doctorado con media beca en la Universidad Nacional de Rosario, en Argentina, una oportunidad que no podía, no debía desaprovechar y así su estancia en el extranjero se prolongó más de lo calculado.

      Después de escuchar lo que su madre había decidido, la joven se negó a recibir más llamadas suyas. Para qué, si ya sé lo que va a decirme. Un par de años atrás habría actuado con docilidad volviendo a sentir la puñalada del abandono, pero ya no era la debilucha, como su mamá la catalogaba. Con seguridad pondría miles de pretextos para no ir a su graduación de primaria, de antemano lo suponía, pero lo que no aún no superaba era que su papá tampoco pudiera acompañarla. Lo supo en el instante en que sus correos empezaron a escasear y si recibía algún mensaje de él solo decía cuánto la extrañaba y cómo le gustaría ir a verla, aunque el trabajo, siempre el trabajo lo retenía.

      Cuando la recién titulada doctora Cáceres regresó a México, Julián Quiroga había solicitado el divorcio, ella aceptó sin protestar, de todos modos, esa relación tenía mucho de haberse enfriado, ni siquiera aplicaba el dicho de “donde hubo fuego, cenizas quedan”, porque todo, desde el noviazgo, había sido un encuentro más que tibio. Así fue cómo dejó el apellido de casada y se reacomodó a su vida de soltera.

      Cada triunfo de Grecia significaba apartarse un poco más. Por su parte Julián iniciaba una relación que acaparó todo su interés y su tiempo, canceló el viaje que tenía planeado a Canadá, un nuevo matrimonio significaba compromiso y toda su atención si no quería volver a fracasar y así también quedó anulada la posibilidad de mantener el vínculo con su hija.

      Azucena continuó sus estudios y entró al bachillerato, rechazó los boletos que su papá le enviaba cada época de vacaciones, ella no encontraba la razón para formar parte de un núcleo familiar que no conocía y la distancia, pese a que deseaba lo contrario, jugó a favor del desapego.

      Por si fuera poca su frustración, antes de que concluyera el último año escolar, Berenice tuvo que regresar de urgencia: por motivos de salud, su papá debía dejar de trabajar. La mudanza al interior del país era imperativa. La economía de su familia estaba cambiando y ella debía de adaptarse. De nuevo la pérdida, solo le quedaba el cariño y la compañía de Ahmed Assani, quien en esos momentos se convertía en la única razón para permanecer ahí.

      Pronto iba a recibir su título como bachiller del Bodwell High School en Vancouver y su regreso definitivo sería en pocos días; Ahmed la seguiría en un corto tiempo, debía hacer un viaje a su patria para informar a sus padres y de paso ventilar sus intenciones con la chica mexicana, pero le aseguró, tomaría el primer vuelo para un reencuentro.

      6. En la corte

      ¿Cómo hacer para un reencuentro? Flora se engañaba

      pensando que la razón para volver a la corte era solo la curiosidad de saber más del recinto cerrado por los romanos o los árabes, lo mismo le daba, la casa, como también la llamaban, donde varios años atrás habían puesto el primer cerrojo. Y, si era cierto que únicamente el rey tenía la facultad de abrirlo, lo más seguro era que el audaz y portentoso Roderico sin dificultad lo hiciera. Aunque, también pensó, existía la maldición que caería sobre el profanador, una posibilidad que la hacía flaquear en sus intenciones.

      Trataba de ocultar su verdadero interés, aunque su inquietud la ponía en evidencia. Pronto dejarían la mansión en Toledo, era imperativo partir hacia Ceuta donde su padre, al mando de la tropa, reprimiría la invasión de los árabes. La muchacha ignoraba que el objeto de su deseo tampoco había logrado desprenderse de la fascinación que despertó en él y que por cualquier medio pretendería tenerla cerca.

      Flora no pudo convencer a su padre para que desistiera de emprender el viaje que le anunció, veía que sus planes se desmoronaban y el pretexto para presentarse en la corte iba a esfumarse.

      —No insistas ya habrá tiempo de sobra. Y no está de más recordarte que una doncella debe observar las buenas costumbres porque, aunque pretendes ocultarlo, estoy al tanto de que tus ausencias cada vez son más frecuentes y te las ingenias para salir sin escolta.

      Sin embargo, el conde se quedó rumiando la posibilidad que se le presentaba para enderezar a su hija y tampoco decepcionarla del todo; no podía negar que le sobraba razón. No bastaba haberse presentado a la coronación y el suceso con el lisiado no había sido de ayuda, sino al contrario; no acudir personalmente como uno de los nobles a mostrar el respeto al nuevo dirigente constituía una afrenta, creaba desconfianza y podría tomarse como un gesto de inconformidad; y considerando el temperamento de Roderico, de hecho, era tanto como declararse su enemigo, algo que no le convenía y, aunque no lo expresó, la idea se le quedó rondando igual que los insectos que ya se arremolinaban acercándose demasiado a la llama de la vela.

      —He recapacitado. Sé de sobra que, si no accedo a tu petición, esos ojitos se llenarán de tristeza, bien que te conozco, hija mía, siempre haces tu voluntad y sé que es mi culpa, quizás no he sabido educarte como lo habría hecho tu madre. Cumpliré tus deseos, pero con una condición — ante el mutismo de su hija, prosiguió— ya que tanto interés tienes en la realeza, y como no quiero que te expongas a ningún peligro, solicitaré a las damas de la corte que acepten instruirte. Está visto que pulir los modales de una joven nunca ha sido labor de un hombre solo, como yo.

      La repentina alegría que Flora siente no pasa inadvertida para el conde, que lo atribuye a la impresión que de seguro es producto de la fastuosidad exhibida durante la fiesta.

      —Está bien, dile al aya que prepare tu equipaje. Hoy mismo iremos a palacio.

      Más rápido que un torbellino la chica corre a su habitación mientras llama a gritos a Segismunda para no olvidar detalle.

      —Llevaré también ese baúl que está allá.

      —Mi ama, a saber en qué condiciones esté lo que guarda. ¿No es suficiente con las zayas de diario y las de gala? Puse también sus zapatillas y sus capas.

      —Empaca mis afeites y no te olvides de las cintas para el cabello.

      La mujer acerca las valijas al quicio de la puerta según las indicaciones de su señora, y a su vez el lacayo las acomoda en el carruaje. Recibe el talego con monedas de su padre y, de nuevo, las recomendaciones para conducirse con recato y obediencia ante quienes estarán a cargo de su instrucción.

      Después de hacer las debidas presentaciones en palacio, Benicia, quien se encarga de educar a las jóvenes que pretenden formar parte de la corte real y que apenas es mayor que Flora por dos años, hace la caravana habitual y toma a la nueva discípula del brazo para conducirla a la habitación que compartirá con ella.

      Una vez que la hubo dejar instalada, Olián advierte al aya que deja en sus manos la supervisión y el bienestar de la joven, con su vida responderá si algo malo le sucede.

      Sube al carruaje que lo llevará frente al magno concilio, insta al cochero para que, de ser necesario, vaya por atajos, debe llegar cuanto antes a la antigua provincia romana.

      Una empresa de mayor importancia lo reclama y debe acudir. Él había solicitado al Aula Regia convocar a quienes estuvieran dispuestos a dar todo por el todo, la vida si fuera necesario con tal de frenar la invasión

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