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Lamió toda su longitud y luego tomó su clítoris entre sus dientes y lo mordió suavemente.

      La intensidad creció en ella, abajo en su estómago, al fondo en su coño. Pero cuando ella se movió, él retrocedió, deteniéndose hasta que ella quiso gritar. La miró como esperando alguna señal para volver a empezar.

      Intentó sujetar su cabeza hacia ella, pasando los dedos por la seda negra que era su pelo, pero él era demasiado fuerte para ella—demasiado decidido. Cuando pensó que perdería la cabeza, él metió dos dedos dentro de ella, empapándolos en sus copiosos líquidos.

      "¿Quieres correrte, pequeña?" Su voz era gruesa con lujuria, sus ojos quemándola como dos rayos láseres. "¿Quieres que te lleve al límite?"

      "Sí, sí, sí," cantó ella, tratando de urgirlo con sus caderas.

      Sintió su lengua dentro de ella de nuevo, y una mano pellizcando y tirando de su clítoris. Sin previo aviso, le metió uno de sus dedos cubiertos de fluidos en el culo. Ella gritó y se corrió con tal intensidad que pensó que se le romperían los huesos. Mientras la follaba con su lengua, movía su dedo dentro y fuera de su culo al mismo ritmo. El doble asalto la hizo subir más y más hasta que estuvo segura de que no podría aguantar más.

      No le dió descanso, sujetándola con las piernas levantadas sobre sus hombros, su lengua y sus dedos implacables. Por fin, por fin, mientras los escalofríos disminuían lentamente, él buscó algo en la mesita de noche y ella lo vio enrollar un condón en su enorme erección.

      Dios, ¿va a hacerlo ahora?

      Ella estaba tán cansada que no sabía como lidiaría con ello.

      Pero entonces él estaba allí, la cabeza de su polla justo en su entrada, justo en la pequeña y apretada abertura. Él todavía sujetaba sus piernas encima de sus hombros, dándole mejor acceso. Ella cerró las manos en puños mientras él la empujaba lentamente, retirándose y volviendo a empujar. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Su cuerpo no se podía estirar, ella quería decírselo. Y apenas podía respirar, se sentía muy llena.

      Cuando abrió los ojos, él la estaba mirando, ese mismo brillo caliente que arde en los iris negros.

      "No puedo," trató de decir.

      "Sí, puedes. Respira ondo, después suéltalo."

      Ella lo hizo como él indicó, al exhalar, él apretó fuerte una vez más, él estaba dentro de ella hasta el fondo. ¡Dios! Sentirlo era increíble.

      "¿Estás bien?" preguntó él, mirandola fijamente.

      Asintió, incapaz de formular palabra.

      "No tienes ni idea de lo que amaría ver mi polla en tu boca, sentir tu lengua en ella, tus labios alrededor mio. Pero he ido demasiado lejos, así que supongo que eso tendrá que ser una de mis fantasías. Pero embestir tu coño será el éxtasis más dulce, pequeña". Negó con la cabeza mientras ella abría la boca. "Taylor. Voy a follarte más allá de lo que creías posible."

      Su mirada él se clavó en ella mientras comenzaba la lenta danza, el ritmo constante de entrada y salida, de ida y vuelta, el roce de su polla contra las paredes de su coño tan erótico que pensó que se correría sólo por esa sensación. Encerró los tobillos detrás de su cuello para equilibrarse y luego no pudo pensar en absoluto. Su mundo consistía en su bastón mientras la acariciaba dentro y fuera, el suave golpeteo de sus pelotas contra su culo como contrapunto.

      Siguió y siguió, sin variar el ritmo. Dentro y fuera. Adelante y atrás. El sudor de su cuerpo estaba húmedo bajo la piel de sus pantorrillas, los músculos de sus brazos tensos mientras se mantenía en su sitio.

      "Toma tus pezones", jadeó. "Pellízcalos para mí."

      Deseando desesperadamente que la llevara al límite, los frotó y pellizcó. La sensación era tan intensa que frotó y pellizcó más fuerte, instándole silenciosamente a ir más rápido.

      "Dime, Taylor. Déjame escuchar lo que vas a decir."

      ¿Decir el qué? ¿Qué es lo que quiere?

      Ella a penas escuchaba su voz. No podía escuchar, no podía pensar, sólo podía sentir la inmensa polla que tenía dentro suyo, empujándola más y más, hasta que sólo pudo concentrarse en la necesidad de su coño.

      "Dime que te folle," gritó con los dientes apretados.

      Sí. Lo que sea. Sólo hazlo.

      "Fóllame," gritó ella.

      "Ahora, Taylor. Córrete ahora." Empujó con fuerza una última vez y, al comenzar su liberación, provocó la de ella. El orgasmo la tomó con tal fuerza que pensó que no sobreviviría. Ella palpitaba y convulsionaba y se empalaba en él, utilizando su cuerpo para exigirle que se mantuviera en su sitio, muy dentro de ella.

      Cuando el último escalofrío desapareció y él bajó suavemente sus piernas a la cama, ella se hundió en un sueño más profundo que cualquier otro que hubiera conocido.

      * * * *

      Mantuvo todas las ventanas del coche abiertas mientras se alejaba de San Antonio. Su intención había sido volver al rancho esta noche, pero estaba seguro de que el hombre que le esperaba sería capaz de leer sus pecados escritos en su cara.

      ¡Mierda!

      La había liado muchisimo.

      Seguir su taxi hasta el hotel había sido fácil. Cuando la vio entrar en el bar, intuyó una oportunidad ideal para investigar. Consigue información de ella para el viejo. A decir verdad, había imaginado que encontraría una vagabunda. O una conspiradora que buscara ganar mucho dinero. O simplemente una estafadora común y corriente que había apostado por la mayor marca de todas.

      Pero Taylor Scott no era nada de eso. Lo que ella había resultado ser era alguien de quien él había sido completamente incapaz de alejarse. Le sorprendió que se le pusiera dura al instante con sólo sentarse junto a ella en el bar. Acompañarla a su habitación había sido el fallo más grande, un impulso caballeresco del que se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca. En el momento en que ella lo había tocado, se había deshecho.

      Obviamente había tenido muchas mujeres. Tal vez más de las que le correspondían. Pero ninguna había tenido nombre o cara, todas eran un narcótico para borrar el dolor que vivía en su alma. Sabían lo que les esperaba y se ofrecieron de buen grado al hombre cuyos apetitos sexuales eran legendarios.

      Taylor no se parecía a ninguna de ellas, con una cualidad que era a la vez terrenal y dulce, y en el momento en que ella había presionado sus labios contra los suyos en ese atrevido beso, algo había irrumpido en él. Un rayo habría tenido menos efecto sobre él. El calor sexual sólo era parte de eso. Se sentía como si hubiera estado esperando una eternidad por ella y eso era lo que le asustaba.

      No se había cansado de tocarla. De saborearla. Enterrándose profundamente dentro de ella. No podía borrar la memoria de sus suaves labios en su boca, en su caliente erección, o la sensación de su apretada y húmeda vaina apretada alrededor de él. Ella estaba en su sangre, infundida en él como una droga. Incluso ahora su cabeza seguía en aquella habitación de hotel y su polla totalmente excitada deseaba que así fuera.

      El tacto de sus manos sobre su piel había sido tan suave como el beso de una mariposa, la sensación de su coño alrededor de su polla un puño apretado y húmedo que sacaba cada gota de él. Todavía podía sentir el golpe de sus testículos contra su firme culo mientras se introducía en ella. Sientiendo su piel suave y satinada y sus pezones gruesos, del tamaño adecuado para su boca. Inhalando el persistente aroma de su esencia, más dulce que la mejor pastelería. Su esencia se incrustó en sus fosas nasales y la sensación de su pelo y su piel se marcó en sus manos. Si cerraba los ojos, la imagen de ella desnuda, el pelo revuelto alrededor de ella como un marimacho, los ojos encendidos, hicieron que se le pusiera dura al instante.

      Pero no era solo su cuerpo lo que lo capturó. Había visto a través de esos vivos ojos verdes y sintió que se ahogaba. La angustia se había agitado en

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