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ardiendo como un fuego subterráneo.

      Su primer paso había sido dimitir de la empresa de inversiones en la que trabajaba. Hoy era su último día. Los socios la habían llevado a comer, pero se negaron a llamarlo celebración, pidiéndole una última vez que cambiara de opinión. Pero Taylor se mantuvo firme. Necesitaba hacer algo más. O tal vez no hacer nada en un tiempo. Se había convertido en alguien que ni siquiera conocía, llevando una astilla en el hombro más grande que un arbol. Donde antes habría sido agradable y adaptable, ahora era a menudo hostil. Sí, definitivamente era el momento de cambiar algo. Había perdido a la persona que había sido y tenía que descubrir en quién se iba a convertir.

      No alguien que recoge a un extraño y le permite empujar mis límites sexuales.

      Las dos Cajas Bancarias en el suelo, junto a su escritorio, contenían la suma total de sus años en Clemens Jacobs Financial Services, carpetas con etiquetas de colores que contenían papeles personales, alineados con precisión tal como había sido su vida hasta hace un mes. Le invadió un deseo irrefrenable de sacarlos de sus cajas y revolverlos, tal como su vida había sido revuelta. Llevaba tanto tiempo con un régimen tan estricto—excepto por su único lapsus—que se preguntaba cómo se las arreglaría sin el ancla de la rutina.

      Inclinándose hacia atrás en su silla, cerró los ojos y, como siempre en estos días, la imagen de El Hombre bailó por su cerebro de forma imprevista. Se frotó los ojos, intentando borrar las imágenes que siempre estaban ahí por mucho que las deseara fuera. Esa noche había sido una de las más eróticas y embarazosas de su vida. Al menos había salido de su caparazón con un desconocido, alguien a quien no tenía que volver a ver.

      Pero quieres volver a verlo. Te engañas a ti misma. Deseas todas las cosas que te hizo, y las que te hizo hacer. Tal vez incluso más. Es por eso por lo que no paras de pensar en esas cosas. En él.

      Un ruido en la recepción rompió su hilo de pensamiento y atrajo su atención. Escuchó la voz de Sheila, la recepcionista, protestó por algo y la voz masculina, más enfadada, anulándola.

      "No entrar ahí," decía Sheila mientras la puerta del despacho de Taylor se abrió de golpe.

      "Estoy dento. La señorita Scott puede echarme si así lo deséa."

      Ahí estaba él, de pié en frente suyo.

      Él. El Hombre.

      Parpadeó con fuerza, pensando por un momento que había conjurado su imagen. Pero cuando abrió los ojos, ahí estaba él. Vivo. En su oficina. En modo alfa. El hombre que pensaba que no volvería a ver. El hombre que la había llevado más allá de los límites establecidos por sus inhibiciones y que la llamaba en sus sueños cada noche.

      Era todavía más impresionante de lo que recordaba, su preseancia llenaba su oficina y la rodeaba. Su traje a medida y su camisa de vestir de seda—¿su uniforme?—eran un escaparate para la pantera apenas atada que se escondía bajo la tela de la ropa civilizada. Botas de cuero caras, hechas a mano en sus pies. Su pelo atado con una tira de cuero como antes. Su cara era una máscara ilegible. La sensación de poder controlado seguía ahí. Un hombre más grande que la vida. Una pantera enjaulada hoy, pero no por mucho. Esta podía ser su oficina, pero definitivamente él era la persona al mando.

      Aunque la vergüenza y la rabia se enfrentaban en su interior, sus pezones se endurecieron, sus pechos se estremecieron y sus bragas se humedecieron. Sintió que cada pedazo de sangre se escurría de su cara y caía a sus pies. Olas de frío y calor la recorrieron y estaba segura de que todo el aire había sido succionado de sus pulmones. Agarrándose a los brazos de su silla de escritorio para apoyarse, se relamió los labios, tratando de humedecerlos.

      Unos movimientos rápidos y ágiles lo llevaron a la parte delantera de su escritorio, donde se puso frente a ella, con el rostro fijo y los ojos oscuros sondeando los de ella. Ojos que por un breve segundo mantuvieron una mirada cómplice.

      "¿Señorita Scott?" La voz preocupada de Sheila atravesó su niebla. "¿Debería llamar a uno de los socios?"

      Taylor se las arregló para encontrar una parte funcional en su cerebro. "No gracias, Sheila. Está bien."

      "¿Quieres que llame a alguien para que lleve tus cajas por ti? ¿Acompañarte al garage?" Sheila no estaba preparada para dejarlo ir.

      Taylor forzó una sonrisa. "No, puedo ocuparme yo. Gracias por preocuparte. Y por todos tus buenos deseos de hoy."

      Sheila le lanzó una últma mirada de preocupación antes de cerrar la puerta.

      Sus ojos ardían en los de Taylor, hipnotizándola como lo habían hecho aquella noche en San Antonio.

      ¿Qué está haciendo él aquí?

      Como si la hubiera oído, metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, extrajo una tarjeta de un pequeño estuche de cuero y la dejó caer encima de la carpeta.

      Lo cogió con dedos temblorosos y lo miró fijamente.

      Noah Cantrell, Vice Presidente de Seguridad, Arroyo Corporation

      La rabia se disparó por todo su sistema, desplazando el hambre sexual que había amenazado con explotar en cuanto lo vio. Volvió a arrojar la tarjeta sobre el escritorio y cerró las manos en un puño.

      "Sabías quién era todo este tiempo."

      Asintió, su cara sin mostrar ninguna expresión.

      "Me seguiste hasta el hotel."

      Asintió de nuevo.

      Taylor quería coger algo y lanzárselo, pero se negaba a que viera cómo le había afectado. Un juego. Él estaba jugando a un juego. Qué idiota había sido.

      "Bueno. Seguro que te he dado una historia interesante para llevarle a tu jefe".

      "Le dije que te había investigado y que no parecías un timador o estafador". Su voz era plana, sin reflejos. "No sabe nada de lo que pasó entre nosotros dos."

      "Muy amable por tu parte." Temblaba por dentro, el pánico y el deseo chocaban salvajemente. El único escudo protector que tiene era la ira que necesitaba para alimentarse. Tenía que sacarlo de aquí.

      Su rostro era una máscara de estoicismo, pero sus ojos insondables brillaban. "Lo que pasó entre los dos es privado y personal. No lo discutiría con nadie."

      "Apostaría por ello." Estaba tan cerca de ella que podía contar sus pestañas.

      "Cuando te llevé a la cama, rompí la confianza de un hombre a quien respetaba—y aún respeto—un gran trato. Desde entonces estoy condenado por ello. No importa cómo lo intente, no puedo sacarte de mi sangre."

      Ella le miró fijamente, sorprendida por sus palabras. Ni siquiera en sus sueños más descabellados de que él la encontrara de alguna manera, había esperado la realidad o la dureza de las palabras que él había escupido. Antes de que ella pudiera moverse, él la agarró por los hombros, agachó la cabeza y apretó su boca contra la de ella en un beso abrasador. Su lengua estaba caliente contra la costura de sus labios, presionando, exigiendo que la admitiera. Cuando lo hizo, se metió dentro como un hambriento que busca el último bocado de comida.

      Cerró los ojos y apenas pudo respirar mientras las olas de sensaciones la inundaban.

      Al fin, él la liberó. Cuando ella levantó la mirada hacia sus ojos estaban tan encendidos que estaba segura de que su simple mirada le abrasaría la piel. Ella lo miraba fijamente, incapaz de moverse, tocándose con los dedos los labios amoratados, con el cuerpo palpitando de deseo.

      "Dime que no lo sentiste tanto como yo", exigió, "y te llamaré mentirosa".

      Finalmente, encontró su voz. "Debería decirte que te largues de aquí, arrogante de mierda".

      "Pero no lo harás" Una declaración, no una pregunta.

      "Te ves muy seguro de ello."

      ¿Por qué está aquí? ¿Qué es lo que quiere? No puedo pensar mientras él esté en la misma

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