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era sincero con las mujeres que se llevaba a la cama. No esperes nada, les decía. No tenía nada que ofrecer.

      Sin embargo, aquí estaba, incapaz de alejarse de esta mujer que le hacía sentir cosas muertas y enterradas desde hace tiempo. Una mujer con quien no tenía nada que ver en primer lugar.

      Considerando su edad, era sorprendentemente inexperta, pero el fuego floreció bajo la piel de alabastro y se encendió en sus ojos verde esmeralda. Su falta de experiencia hacía que se calentara más que por la mujer en sí. Con cada respuesta que obtenía de ella, su propio cuerpo reaccionaba.

      Sus ojos deboraron su desnudez, imprimiendo la imagen en su mente. Era una miniatura de Rubens que cobraba vida, todo curvas exuberantes y carne voluptuosa. Pechos que cabían bien en la palma de sus manos. Caderas y muslos con los que un hombre podía darse un festín. Su piel tan suave y satinada que al tocarla le calentaba la sangre y le palpitaba la polla.

      Ella no se recortó ni se depiló el vello púbico y él se preguntó cómo sería ese tentador coño totalmente desnudo. Su polla se agitó cuando la visión se disparó en su cerebro.

      La rabia irracional le arañó, el resentimiento hacia la mujer por hacerle sentir cosas cuando él quería que esto no fuera más que un acto de satisfacción física. Amargura que no podía apartar de ella, atraído por el tirón de un hilo invisible que ella, sin saberlo, ejercía sobre él. Sabía que la ira le había hecho comportarse de forma espantosa, pero no parecía poder hacer otra cosa.

      Si hubiera tenido la fuerza de alejarse antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero no la había tenido entonces, no la tendría ahora. En vez de eso, había tratado de hacer que le despreciara utilizando palabras groseras y obligándola a hacer cosas como el truco del espejo. Sus gustos y hábitos sexuales estaban muy por encima de todo lo que Taylor Scott había experimentado nunca. Estaba seguro de ello. Las mujer que se llevaba a la cama sabían lo que era y lo que esperaba. No eran novatas a las que se pudiera asustar.

      Y ella lo sería si esto llegaba a algún lado, si él dejara que las cosas se salieran de control otra vez. Taylor Scott no estaba en el tipo de juegos sexuales en los que él estaba. Tampoco era el tipo de mujer que un hombre se lleva a la cama para un polvo rápido. Sabía que el desbloqueo de su sexualidad esta noche había sido una reacción al caos de su vida. Ciertamente, nadie lo sabía mejor que él. Ella se merecía a alguien que la sedujera y engatusara, desenvolviendo cada capa con cuidado y atención. Él la estaba bombardeando, asaltando sus sentidos para levarla lejos.

      Él tenía sus motivos. Esta mujer podía llegar a la superficie si él se lo permitía y eso no era una opción aceptable. Tenía que poner espacio emocional entre ellos. Recuperar su famoso control. Cuando esta noche terminara, esto tenía que instalarse en el fondo de su mente, no tentarla para encontrarla de nuevo, despojarla de su ropa y follarla sin sentido.

      O admitir la duplicidad que le estaba ocultando, una verdad que seguramente proporcionaría aún más combustible para su ira.

      Capítulo Tres

      Taylor dejó que el calor del gran cuerpo que tenía al lado la calmara mientras su pulso se ralentizaba y recuperaba la sensación de normalidad. Levantó una mano hacia su pecho y pasó los dedos por la gruesa piel que cubría el duro músculo. Cuando rozó sus pezones planos, éstos se endurecieron y ella lo miró, sobresaltada.

      "Eres nueva en esto, ¿verdad?" Él levantó la cabeza. "Sí, los pezones de los hombres son tan sensibles como los de las mujeres. Se excitan igual. Y se estimulan otras partes del cuerpo también."

      Su polla, totalmente excitada, hizo presión contra ella, y sin pensarlo, la rodeó con los dedos. La vara era dura como una roca, un centro de acero con una piel suave que lo acunaba. Palpó las venas y las crestas, pasando el pulgar por el ancho de la cabeza para captar la humedad que allí se encontraba. ¿Debería decirle que tampoco había hecho esto nunca? Excepto por un idiota que la obligó a masturbarlo y no la soltó hasta que ella lo hizo.

      Esto es tan diferente que no hay comparación.

      Se apartó de él, se sentó y tomó la vara caliente con ambas manos. Acunándolo, lo miró con curiosidad. El cuerpo a su lado estaba rígido, expectante. Ella seguía pensando que su erección era enorme y dudaba de su capacidad para metérsela toda en el cuerpo, pero se deleitaba con ese pensamiento. Unas pesadas venas la corrían a lo largo de los lados y la cabeza era ancha, de color púrpura oscuro. Unas gotas de líquido se asomaron por la punta. Pasó la punta de un dedo por ella y la lamió lentamente. Sabía salado y un poco dulce.

      Respondiendo a un impulso primigenio, se inclinó hacia delante y pasó la lengua por la cabeza, tocando con la punta la pequeña abertura.

      "Jesús, Taylor." Le agarró la cabeza y tiró de ella hacia atrás. "Me encantaría correrme en tu boca, pero no antes de que te folle el coño."

      Su uso de palabras que hasta ahora habían pasado de puntillas por la periferia de su vocabulario hizo que la bestia de su cuerpo volviera a cobrar vida. La levantó para que se tumbara sobre él y acunó su cara entre las manos.

      Antes de que vayamos con eso, voy a follarte con mi boca y a saciarme de probar el delicioso manjar que eres. Voy a deslizar mi polla dentro de tu apretado coño y hacer que te corras a gusto." Le tocó una nalga, deslizando las yemas de los dedos en la hendidura y trazando la línea. Cuando tocó la anchura de su ano, ella saltó. Él rió, un sonido gutural. "Apuesto a que nunca te había tocado nadie ahí, ¿verdad? No sabes lo mucho que me gustaría follar ese culo virgen."

      Cada músculo de su cuerpo se tensó mientras una oscura emoción la recorría.

      De repente, él rodó para que ella estuviera de espaldas, mirándole.

      "No tienes ni idea de las cosas que quiero hacerte." Dió una pausa. "Taylor." Recalcó su nombre. "Qúe mal que solo tengamos esta noche."

      Sí. Qué mal.

      Tocó su cuerpo como si fuese un violín, haciendo cosas con las que ella nunca había soñado. Ahora, él tenía las piernas de ella sobre sus hombros, su anchura separando sus muslos, y su boca la estaba volviendo loca. La mantuvo abierta con los pulgares mientras usaba su lengua para saborearla con golpes tan ligeros que la hizo querer gritar. Ella trató de empujar sus caderas hacia él, pero él la sujetó con firmeza.

      "Te lo dije." La miró, con la humedad de su coño brillando en sus labios. "No voy a ir con prisa."

      Agachó la cabeza de nuevo y volvió a lamer solo los labios exteriores, sujetandolos para su exploración.

      "Por favor," suplicó ella, su cuerpo suspendido en un estado de excitación que pedía a gritos ser liberado.

      Él se rió, un sonido bajo y áspero. "Coje el espejo."

      "¿Qué? ¿Espejo?" Su cerebro empezaba a fallar de nuevo.

      "El espejo. Está justo al lado de tu mano. Cógelo. Quiero que mires esto de nuevo. Quiero que veas lo que yo veo cuando te abro como a una flor."

      Sin fuerzas para negarle nada, levantó el espejo y lo mantuvo alejado de su cuerpo. Le pasó la mano por debajo de un muslo para que viera cada centímetro de su coño. Estaba fascinada, no podía dejar de mirar. La tenía totalmente expuesta, sus labios abiertos, los tejidos rosados oscurecidos palpitando ligéramente por su estimulación.

      "Ves lo sensible que eres?" Movió una mano para pellizcar la punta de su clítoris y arrastrarla hacia delante.

      Al instante, vio que más líquido mojaba su tejido y sus palpitantes paredes vaginales. Con sus jugos cubriendo un dedo, lo pasó de un lado a otro por la punta de su hinchado bulto. Una espiral de desesperada necesidad se estrechaba dentro de ella con cada movimiento de su mano. Verle hacer esto solo aumentaba su excitación.

      Le quitó el espejo y lo tiró a un lado. "Cuando vuelvas a casa, dondequiera que esté, quiero que te acuestes en la cama por la noche y recuerdes esto. Coge este espejo, colócalo entre tus piernas y tócate. Imagínate que es mi mano. Y si volvemos a encontrarnos,

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