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histórica y psicológica con el ser humano en su totalidad para considerar su complejidad de sus poderes, su esencia volitiva, emocional, imaginativa y ponerla como fundamento para una explicación del conocimiento […]» (Dilthey, 1986).

      Esta cita demuestra que, según Dilthey, los empiristas ingleses no consideraban —ni el mismo Kant— el proceso del pensamiento sobre la base de un ser humano concreto, condicionado por el momento histórico en el cual vive y por sus habilidades mentales o psíquicas que limitan o amplían el proceso de reflexión. De allí el postulado de Dilthey, según el cual, finalmente, la mente del ser pensante encierra la totalidad del mundo exterior. Es importante considerar que esta mente no es un instrumento inorgánico, sino un órgano insertado en una persona que vive, siente y juzga. Por ello, la conciencia del ser humano no describe simplemente, sino que percibe de forma muy particular el mundo exterior con el fin de relacionarlo con su vida interior. Para Dilthey, la base del pensamiento es la experiencia personal, tanto así que toda la realidad pasa por el filtro de la experiencia del ser pensante. Lo que Kant llama «razón pura» no puede ser otra cosa, según Dilthey, que la vida reflexionada por el ser pensante. Para Dilthey, la vida misma influye sobre el pensamiento y por ello una filosofía debe considerar esta interrelación mutua con la vida. En nuestra mente ya existen contenidos para la conciencia; a estos contenidos Dilthey los llama «vida». Los contenidos no existen por separado y siempre están interconectados, lo que significa que el proceso de pensar pasa por estos contenidos entendidos como «vida».

      Con esta postura, Dilthey se convierte en el filósofo de la vida más importante en la Alemania del siglo XIX. Weber se apoya sobre su filosofía al escribir su ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo y busca para ello una base teórica que explique por qué los procesos psíquicos pueden anticipar procesos de la vida real. Dilthey no solamente distingue entre ciencias naturales y ciencias del espíritu, sino que también aplica conceptos diferentes para la función de cada una de ellas. La tarea de las ciencias naturales consiste en explicar los procesos de la naturaleza. La mente humana puede captarlos y los describe, pero no puede experimentarlos. En contraste, las ciencias del espíritu buscan comprender procesos históricos culturales, para lo cual se sirven de la empatía. La empatía es el medio para apropiarse de la experiencia ajena expresada mediante la escritura, el gesto, el arte, etcétera. El proceso de comprensión consiste en la acción de penetrar la experiencia ajena e intentar hacer de ella algo propio, procedimiento que no es posible en las ciencias naturales por tratarse de un objeto que no puede ser experimentado de esta manera por el ser humano.

      Según Weber, la relación entre abstracción y concreción en los procesos explicativos e interpretativos no queda bien establecida. Tradicionalmente existe, por un lado, una explicación filosófica que tiende a ser muy general y abstracta; de cierta manera debe ser así, si se quiere explicar la totalidad de los casos posibles. Por otro, tenemos las concreciones que devienen en puras descripciones de los hechos de la vida cotidiana, lo que significa que carecen de abstracción. Para poder entender el rol que juega el individuo en los procesos históricos, se requiere un acercamiento que no deje pasar por alto el significado del individuo en dichos procesos, sus conflictos internos y las condiciones que le obligan a interactuar dentro de una realidad dada. Por ello, el interés principal de Weber recae en la pregunta: ¿cómo podemos entender la relación entre lo concreto y lo abstracto vinculada con el problema del rol del individuo en los procesos sociales?

      Estas interrogantes exigen de Weber un método descriptivo-explicativo que haga posible auscultar la vida interior del individuo y así ejemplificar situaciones típicas que además pueden ser consideradas como representativas. La base filosófica para este procedimiento la prestan tanto la filosofía de Wilhelm Dilthey como la de Heinrich Rickert. Los dos se desprendieron de la filosofía natural kantiana, interesándose por la vida interior del individuo. La parte metódica es el invento del propio autor, con algunas coincidencias con Durkheim o una tradición comtiana.

      Para Weber la investigación sobre el rol del individuo en los procesos históricos está relacionada con la aclaración de la interrogante sobre por qué solo en Occidente se generó un acercamiento racional al mundo, como por ejemplo, una ciencia a base de la razón, un cálculo racional que anticipa los resultados de la ganancia obtenida, o la música y el arte con un estilo de composición racional, etcétera. La forma más resaltante de marcar dicha diferencia la encuentra Weber en el área económica, en el sistema identificado como capitalista. Por esta razón se preocupa por este tema: quiere saber cuáles son los factores que han propiciado que el capitalismo se manifieste en el sistema de los cálculos, así como en la manera de organizar la sociedad en forma racional y sistemática, tal como conocemos al sistema capitalista occidental. Lo interesante es que Weber entiende este tema, no como un modo de producción específico, diferenciándolo de los anteriores, sino que se deja llevar por el significado etimológico de las palabras «capital» y «capitalismo». Entendiéndolo en ese sentido, el concepto se refiere estrictamente al ámbito de la inversión y acumulación de dinero: «capital» es el monto principal que entra en una transacción y constituye la base para que se pueda realizar una inversión u otras operaciones, en las cuales aquel es sinónimo de un bien principal o «capital» (en su sentido de cabeza) que puede aumentar o disminuir. Esa definición no considera al «capitalismo» como un sistema complejo de producción, con división de trabajo bien estratificado; lo asume como transacciones de dinero. Por esta razón, Weber mide el concepto de «capitalismo» con los grados avanzados de racionalización de cálculo o su ausencia. Vemos que define el concepto como «impulso adquisitivo» y «afán de riqueza», sobre todo de riqueza monetaria, aspectos que nada tienen que ver en sí mismas con el capitalismo (Weber, 1992:14). Por un lado, critica la reducción del concepto «capitalismo», pero finalmente lo asume bajo una versión, en apariencia, más sofisticada. «Para nosotros, un acto económico capitalista significa un acto que descansa en la expectativa de una ganancia debida a la utilización de recíprocas probabilidades de cambio, es decir, en probabilidades de (formalmente) pacíficas de lucro» (Weber, 1992:14). Ventila la idea sobre si se puede aplicar el concepto en sociedades que históricamente no pueden ser consideradas capitalistas, como la China o la India antiguas.

      Es obvio que Weber se acerca a los procesos históricos, no por el ordenamiento de las formaciones sociales, como lo suele hacer la historiografía económica o la materialista, sino que se acerca a la historia por una historiografía impregnada por la fenomenología filosófica y la filosofía de la vida que parte de observaciones culturales. Se entiende que aquel uso de conceptos no puede coincidir con el de la mayoría de los investigadores contemporáneos. Es interesante observar que, dadas las diferencias en el acercamiento a la historia, este no se aclara de antemano en los textos que se dedican al trabajo de Weber, sino que lo dejan en el limbo y toman por sentado que lo que el sociólogo alemaán descubre pertenece a la realidad tal cual existe.

      Para la historiografía cultural, que más adelante se llamará «funcional», las instituciones son los agentes que hacen funcionar una sociedad. La religión es, según Durkheim (1982:4), el agente más antiguo y continuo en ella, y nos permite observar cómo una ideología integra a sus miembros. Su interés no está en el contenido de la religión, sino en su rol en la integración del individuo a una comunidad dada: se trata de indagar sobre aquellos factores que mantienen unidos a los miembros de una sociedad. Ese es el punto importante para Weber y la razón por la que se interesa por el factor religioso, ya que entiende a esta como parte sustancial de una cultura.

      En La ética protestante y el espíritu del capitalismo la religión sirve al investigador como agente para indagar sobre el problema de la función del individuo en los procesos históricos. «Parece, pues, que lo más fácil sería comprender el desarrollo del “espíritu capitalista” como una manifestación parcial del desarrollo global del racionalismo, y hubiera de derivarse de la posición de principio de éste ante los problemas útiles de la existencia. En tal caso, el protestantismo sólo sería históricamente en calidad de “primicia” de las concepciones puramente racionalistas de la vida» (Weber, 1992:66). Inicia su argumentación sobre la base de una evaluación del material estadístico que demuestra claramente una diferencia en el actuar entre jóvenes católicos y jóvenes protestantes. Detrás de esta diferencia hay razones psicológicas

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