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ocurre por una razón o, si se quiere, por dos razones concatenadas entre sí. Primero, se piensa que el que confía en la verdad es potencialmente un violento, ya que el que está convencido de la verdad tenderá a imponerla, incluso por la fuerza; segundo, porque, aunque no fuera un violento quien acepta la nítida diferencia entre verdad y mentira, el bien y el mal, me juzgará, aunque sea interiormente, si lo que hago no coincide con la verdad y el bien: me estará juzgando y eso, «no lo soporto, no lo soporto, no lo soporto».

      Clarificará cómo vemos las cosas, clarificará también por qué hacemos lo que hacemos según nuestro relato, un ejemplo moral: el aborto provocado. Hemos dicho que, en el relato cristiano, el destinatario es la persona, y la persona es absolutamente digna. Por consiguiente, ante la posibilidad del aborto provocado esta concepción del mundo estará siempre a favor de la vida. En el marxismo, como el destinatario es la colectividad en abstracto, ante la pregunta sobre la posibilidad del aborto provocado, contestará: si ese aborto va a favor de un control de la natalidad en una sociedad socialista para que progrese, adelante; si ese aborto hace que baje la natalidad con perjuicio de los planes del Estado, se perseguirá, como se vio en China o en la Rumanía de Ceaucescu. Mientras que, en el relato posmoderno, como todo es relativo, como no tengo ninguna referencia fija, ante esta pregunta, la respuesta es el eslogan consabido de «nosotras parimos, nosotras decidimos». Aborto o no, dependerá de que lo que me resulte más grato o conveniente en unas circunstancias concretas, según mis instintos, según mis apetencias.

      DIOS ENTRE PARÉNTESIS

      El cristianismo no es una cultura, sino una fe, aunque, en palabras de Juan Pablo II, «la síntesis entre cultura y fe no es solo una exigencia de la cultura, sino también de la fe: Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida».

      Pues bien, la cultura posmoderna se opondrá a los Mandamientos de la Ley de Dios, uno por uno, lo cual se manifiesta ostensiblemente allí donde la mentalidad posmoderna es dominante, especialmente (estoy por decir) en España.

      Amarás a Dios, no tomarás el nombre de Dios en vano, santificarás las fiestas (1.º-3.º) debería tener consecuencias en la cultura plural, pero nadie, sin embargo, osará hoy mantener el crucifijo en la mesa de despacho del ayuntamiento como lo hacía el alcalde agnóstico Tierno Galván, porque, en todo caso, es un «símbolo de entrega y paz en nuestra tradición cultural». Y los anuncios navideños de juguetes no mostrarán un Nacimiento de Belén y sí todo tipo de elfos y gnomos, a pesar de que el Nacimiento es lo que da nombre a la fiesta. En las tomas de posesión de los últimos consejos de ministros, se promete o se jura ante el rey sin crucifijo y sin Biblia. Ninguna autoridad podría osar en España, en fin, hacer afirmaciones como la siguiente de la reina de Inglaterra en la felicitación de la Navidad de 2015: «Para José y María las circunstancias del nacimiento de Jesús en el establo estaban lejos de ser las ideales, pero lo peor estaba aún por venir, ya que la familia se vio obligada a huir del país. No es de extrañar que una historia tan humana todavía capte nuestra imaginación y continúe inspirando a todos los que somos cristianos en todo el mundo».

      Honrarás a tu padre y a tu madre presupone una familia constituida por la mujer, el varón y los hijos. Su defensa constituirá un delito por falta de respeto a las familias monoparentales y otras. Y, si de aquí se dedujera, como propuso en su día sin éxito Ángela Merkel, diferenciar entre el matrimonio y el contrato de convivencia homosexual, se incurriría en un “delito de odio”.

      No matarás (5.º), no cometerás actos impuros, ni los consentirás. A propósito del 5.º mandamiento, hemos mencionado ya el aborto. No es preciso, por obvio, exponer la prevalencia de ciertas doctrinas de la instancia “LGTB (plus)” contra el 6.º y 9.º mandamiento. A no robarás, no codiciarás (7.º-10.º) se opone, en fin, la doctrina del éxito económico por encima de todo, ya sea en su vertiente individualista o colectivista.

      ¿Y qué decir del no mentirás (8.º) en la sociedad de la posverdad? Hemos tenido que llegar las últimas estribaciones de la cultura moderna, de la cultura de la duda, a lo que llamamos posmodernidad para que surja la posibilidad de llamar posverdad a la mentira. Si ante la posibilidad de un remitente, nos encogemos de hombros, como venimos diciendo, no hay forma de identificar un objetivo seguro, más allá del propio capricho o del beneficio instantáneo, no hay forma de referirse a la verdad. Por consiguiente, no hay forma de referirse a la mentira. Posverdad es la mentira que se inserta en un discurso sin fundamento, es la retórica que busca la adhesión a toda costa, es la publicidad sin límites éticos.

      Cierta antigua Inquisición resurge. En la antigua, atreverse a proferir la discrepancia con la Ley de Dios, llevaba a la hoguera; en la actual, atreverse a manifestar la conformidad conduce, al menos, a la muerte civil. “Lo que está pasando” es que hemos sustituido el relato cristiano por el relato posmoderno. Y eso tiene consecuencias. ¡Vaya si tiene consecuencias!

      LA PRETENSIÓN CRISTIANA

      La cultura posmoderna se puede describir, insistimos, como la que instaura el fin de los relatos completos y el relativismo a consecuencia de un mundo con Dios entre paréntesis. Si se pierde de vista el remitente, nos quedamos sin objetivo: si no reconocemos a la madre, no sabremos que lo bueno es entregar la cestita.

      En esta situación, los cristianos, «que quieren que todos los seres humanos lleguen al conocimiento pleno de la verdad y se salven», están llamados una vez más en la historia a constituirse en minoría profética, en resto de Israel.

      En plena época de Descartes, Hugo Grocio (Huigh de Groot, 1583-1645) planteaba que determinadas intuiciones básicas de derecho natural serían aceptables aunque no pusiésemos el fundamento de garantía que es Dios, etsi Deus non daretur (aunque Dios no existiera): es una hipótesis, pues no poner ese fundamento, creía Grocio, es algo impensable. Pasa el tiempo y, según la profecía de Nietzsche, ya llegó el momento en que se niega abiertamente esa presencia real.

      Así las cosas, Joseph Ratzinger sostenía en su discurso de Subiaco de 2005 que en el actual ambiente poscristiano, los creyentes tienen que hacer la oferta del Derecho Natural para que los que no saben de la existencia de Dios sean invitados a aceptar de entrada esa intuición primigenia sicuti Deus daretur (como si Dios existiera). La oferta de Ratzinger es una invitación a volver a los orígenes, a comenzar de nuevo. Dos posiciones están en el debate: o «no hay pasión más insana que la insana pasión por la verdad» (como dice Guillermo de Baskerville en la novela El Nombre de la rosa) o «la verdadera pasión por la verdad es fundamento de la tolerancia más profunda y de la auténtica libertad». La catástrofe de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 parece avalar la primera tesis. Los que contradicen el ejemplo señalan que la raíz de una decisión así es fanatismo, pero no pasión por la verdad, ya que ignora la verdad de verdades, que los seres humanos somos hijos de Dios y hermanos entre sí.

      Corolario: el valor de la afabilidad y la primacía del testimonio. Como existe el prejuicio de que quien cree en la verdad la impondrá (si puede) por la fuerza, será una persona violenta, hay que evitar dar ocasión (ni siquiera pretexto) para pensar que esto es así. Y como cada modelo es autocoherente, las llamadas a una conversión no se deben centrar en la debilidad de este o aquel detalle de un modelo u otro, sino en el testimonio del propio. En suma, la afabilidad, consecuencia menor de la caridad (amor incondicional), adquiere una importancia inusitada, y el primado de la praxis (“obras son amores y no buenas razones”) es el argumento apologético por excelencia, no hay nada que se pueda comparar con él.

      [1] Miguel Ángel Garrido Gallardo es catedrático de Análisis de Discurso en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (ILLA/CCHS) y editor de Nueva Revista.

      ¿TIENE LA CIENCIA TODAS LAS RESPUESTAS?

      Con su estilo sencillo y literario, el pensador ho­landés Rob Riemen relata en este texto la apasionante discusión científica sobre los límites de la ciencia, de la que fue testigo durante un simposio celebrado en Hannover. El fragmento está incluido dentro de su libro Para combatir esta era (p. 62-69).

      JUEVES

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