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y fidelidad

      Esta sinonimia no es inocua. El efecto de tal confusión sobre el sentido de la fidelidad es empobrecedor y reductor. La sinonimia ha sometido el concepto y el valor a un proceso de vaciamiento, de manera que, como aparece a menudo en el entorno en el que vivimos, resulta difícil entender su importancia. Este efecto no se reduce al área de la especulación dentro de la VR, sino que tiene repercusiones en la vida práctica. Una de las consecuencias de dicha reducción, por ejemplo, es que impide percibir fidelidad en actitudes y conductas que comprometen la perseverancia. Y, a la par, empaña la mirada y dificulta percibir en la mera perseverancia todo lo que hay de infidelidad. Son, por tanto, muy graves las consecuencias que se derivan de la equivalencia de los dos términos.

      El efecto reductor y de vaciado de sentido también se nota en la comprensión estereotipada de la perseverancia. Esta no es un valor, como lo es la fidelidad, sino una actitud y el resultado de la acción de permanecer, independientemente de lo que ello signifique. De la palabra perseverancia, en este momento de la VR (y permítaseme generalizar), se han eliminado todas las connotaciones relativas al cambio, de manera que perseverar, que de por sí, hay que repetirlo, no habla de formas y modos, sino solo de duración temporal, se ha vuelto rígida y pobre. El reduccionismo a que ha sido sometida cada una de las palabras tiene un efecto sobre la otra. Como suele ocurrir con los términos desgastados, es difícil devolver a la fidelidad y a la perseverancia su peso y su importancia. A veces, las palabras desgastadas se pueden sustituir por otras, pero hay ocasiones en que no es posible sin arriesgarse a perder su rica semántica, su valor conceptual e, incluso, su importancia histórica. Dado que no encuentro un término capaz de sustituir a “fidelidad”, me propongo indagar sobre su sentido partiendo de su condición temporal.

      El reduccionismo del que hablo, es necesario aclararlo, no es producto directo de los momentos más importantes de la historia reciente de la Vida Religiosa. Como vamos a ver, hace cincuenta años la fidelidad no estaba reñida con el cambio, sino todo lo contrario. Eso vino después.

      Fidelidad y cambio en la VR en la historia reciente

      Volviendo a nuestro tema y al tiempo de cambio del postconcilio, puesto que fueron las mujeres las que se tomaron en serio los procesos de adaptación y cambio a los nuevos tiempos inaugurados por el Vaticano II, no es de extrañar que fueran también ellas las principales destinatarias de una teología masculina y machista de la fidelidad. En buena parte de la idea teológica de fidelidad se escondía un temor a la osadía de las mujeres que se arriesgaban a cambiar. Que, de hecho, estaban cambiando. Ellas, de forma individual e institucional, hay que repetirlo, estaban obligadas a permanecer fieles. Fieles al carisma inicial, fieles a su historia, a su tradición, a sus roles, fieles, incluso, a su pretendida “feminidad”, fieles, ya en los últimos tiempos, a “sí mismas”.

      Es necesario dejar claro que, a pesar del sesgo machista de dicha teología, las mujeres no siguieron el mandato a la letra y muchas, individual e institucionalmente, a la luz del feminismo, introdujeron cambios sorprendentes. La fidelidad de las religiosas, tanto de muchas instituciones, como de las mujeres concretas, las condujo a decisiones osadas y proféticas, decisiones que a muchas, en uno y otro nivel, les pasaron “factura”, es decir, decisiones que tuvieron consecuencias no esperadas por los estamentos eclesiástico-clericales, esos mismos estamentos que, incluso, las animaron a ello.

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