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es condición necesaria para alcanzar nuestras metas más altas, aunque no siempre es condición suficiente, pues hay ocasiones en las que además del esfuerzo se necesitan más condiciones, como el uso de la inteligencia para elegir nuestras metas y los medios para lograrlas.

      Si un niño quiere llegar a ser un buen bailarín o un buen jugador de baloncesto, sabe que tiene que entrenar duro y con constancia, tiene que ejercitarse, tiene que esforzarse con continuidad. Si una persona quiere llegar a ser un buen zapatero, tiene que aprender bien el oficio y ejercitarlo. De un estudiante que solo estudia la víspera de los exámenes no podemos decir que es un buen estudiante, pues no tiene el hábito de estudiar. La repetición de actos genera los hábitos. Si los actos son nocivos o malos, se denominan vicios. Así, de una persona que acostumbra a mentir se dice que tiene el vicio de mentir. Si los hábitos son buenos, se denominan virtudes.

      La palabra «virtud» procede de la latina virtus, que significa «vigor», fuerza de las cosas para causar sus efectos. Así, de una planta que, por su naturaleza, es capaz de curar enfermedades decimos que tiene virtudes terapéuticas. De igual modo, en el ser humano, la virtud es lo que le hace realizarse conforme a lo que es, a su naturaleza humana. Por otro lado, la palabra griega que corresponde a «virtud» es areté, que significa «cualidad excelente», por lo que se dice de alguien que es un virtuoso del violín cuando es capaz de interpretar música con él de un modo excelente. En este sentido, decimos que un ser humano es virtuoso cuando hace bien la función que le es propia, cuando vive bien, es decir, cuando actúa moralmente bien.

      Al ser las virtudes una clase de hábitos, no surgen por naturaleza, no nacemos con ellas, sino que son adquiridas mediante la repetición de actos. Tampoco las virtudes se producen contra la naturaleza. No nacemos virtuosos, nos hacemos virtuosos con esfuerzo, aunque sí nacemos con la predisposición y aptitudes naturales para adquirirlas mediante la repetición de actos. Las virtudes son disposiciones habituales a obrar bien en sentido moral que adquirimos por el ejercicio y el aprendizaje.

      Para Platón y Aristóteles, el ser humano virtuoso es aquel que controla mediante la razón sus pasiones, deseos e impulsos. La virtud no consiste en reprimir y anular los deseos y sentimientos para dejarnos llevar solo por la razón, sino que necesitamos de la inteligencia para orientar nuestros impulsos y sentimientos hacia el bien. Como dice el filósofo y pedagogo español José Antonio Marina, el impulso sin la razón es ciego, pero la razón sin impulso queda paralizada.

      Tradicionalmente, y basándose en los estudios de Platón y Aristóteles, se ha considerado que hay unas virtudes principales, llamadas cardinales, porque son el eje sobre el que giran las demás. Estas virtudes son:

      • Sabiduría o prudencia: consiste en una sabiduría práctica, orientada a la acción, que nos permite saber deliberar y decidir bien en cada caso. Es favorecida por el conocimiento y la ciencia.

      • Justicia: para Aristóteles es una virtud que engloba a las demás virtudes. Consiste en la observancia de la ley y regula la distribución equitativa de cargas y premios en la sociedad y las relaciones interpersonales. Se orienta hacia el bien común de la sociedad.

      • Fortaleza: capacidad para sobreponerse al trabajo, al sufrimiento y al dolor. Se refiere también a la entereza o firmeza del ánimo, así como a la capacidad de autodominio.

      • Templanza: consiste en el control y dominio de uno mismo.

      La kalokagathia (del griego kalós, hermoso, bello, y agathós, bueno) era el ideal de la educación para muchos griegos, quienes, como Platón, consideraban que consistía en que el ser humano fuera avanzando en el camino de la verdad, de la belleza y de la bondad, camino que maestros y discípulos tenían que recorrer juntos.

      Una de las preguntas que nos podemos hacer es si cabe la posibilidad de que alguien tenga en exceso alguna virtud o cualidad virtuosa. ¿Se puede ser excesivamente justo, o sincero, o leal, o prudente? Es lo que le plantea Lisa al profesor, el cual evade la respuesta:

      −También quiero deciros qué buen grupo formáis –continuó el señor Partridge–. Tenéis perseverancia y lealtad, cualidades que yo admiro realmente. Por un momento estuve a punto de decir que son cualidades en que nadie puede excederse, pero esto no sería del todo correcto. Hay veces en que uno puede ser más leal de lo necesario a algo o a alguien, y entonces la lealtad se convierte en un defecto.

      –¿La veracidad y la honestidad son como la lealtad? –preguntó Lisa.

      −¿Cómo? –preguntó el señor Partridge.

      −Quiero decir: ¿son todas ellas cualidades en las que no debemos excedernos?

      El señor Partridge se rio.

      −Bueno, ahora no he venido aquí a discutir de moral contigo, y estoy seguro de que tú y yo aburriríamos al resto de la clase si nos metiéramos en una discusión sobre lo que está bien o lo que está mal 3.

      La dimensión moral de nuestra conducta debe estar orientada por la prudencia. Por eso Aristóteles afirma que la virtud es un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que se decidiría un hombre prudente. La virtud se encuentra, pues, según él, entre dos extremos, que son viciosos. Así, la fortaleza o valentía se encuentra en el justo medio entre la cobardía y la temeridad. De este modo, un individuo que fuera «demasiado» valiente dejaría de ser tal y se convertiría en un temerario. La persona que se tira al agua sin saber nadar para salvar a alguien que se está ahogando no es valiente sino temeraria. La virtud de la generosidad estaría en el punto medio entre la avaricia (por defecto) y la prodigalidad (por exceso).

      Las virtudes son las cualidades que debemos tener los seres humanos para vivir plenamente como tales. Pero los seres humanos nos realizamos necesariamente con los demás, nos hacemos humanos en sociedad; por tanto, como dice la filósofa española Victoria Camps, para vivir bien juntos, es decir, con justicia, hay que cultivar unas virtudes públicas. Estas virtudes necesarias para una democracia justa, libre e igualitaria son la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia y la profesionalidad.

      Esta orientación comunitaria de las virtudes está muy presente en la filosofía africana ubuntu, que insiste en la idea de que los seres humanos nos hacemos personas con las demás personas, pues yo soy en función de lo que todos somos. Por ello, las virtudes y la vida moral, en general, tienen necesariamente una dimensión social y comunitaria. El arzobispo anglicano surafricano y Premio Nobel de la Paz en 1984 Desmond Tutu afirma que una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, apoya a y se apoya en los demás, el éxito de los otros es su éxito, vive segura de sí misma, pues su seguridad radica en que pertenece a una gran totalidad, y siente como propia la humillación o el desprecio de los demás. Cuenta una leyenda que un antropólogo propuso un juego a un grupo de niños africanos, que consistía en hacer una carrera hasta un árbol determinado, al lado del cual había colocado un cesto con frutas. El ganador recibiría como premio ese cesto. Cuando se dio la señal de comienzo de la carrera, todos los niños se cogieron de la mano para llegar todos juntos a la meta y poder compartir el premio entre todos. Cuando el antropólogo les preguntó por qué habían corrido de ese modo, le respondieron: «¡Ubuntu! ¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?».

      Quizá en la actualidad y en algunos ambientes las palabras «esfuerzo» y «virtud» provocan un rechazo, hasta el punto de haber casi desaparecido incluso en contextos educativos. A algunas personas estas palabras les suenan a algo aburrido, antiguo, propias de una sociedad y de un modelo educativo ya caduco. Se «vende» mejor todo aquello que se presenta como fácil de conseguir y se valora todo aprendizaje que se pueda lograr «sin esfuerzo». Y en determinados ambientes «triunfan» los «malotes», porque se piensa que los «buenos», los virtuosos, son más aburridos. Ya decía en el año 1927 el poeta y ensayista francés Paul Valéry ante la Academia de Francia que la virtud, la palabra «virtud», había muerto, o por lo menos estaba a punto de extinguirse. Pero también hay personas que piensan de otro modo, y jóvenes que saben por experiencia que tienen que esforzarse mucho para conseguir llegar a las metas que se proponen. En un acto reciente de despedida, mis

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