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filosofía en los planes de estudio, surge en la gente un mayor deseo de acercarse a ella. La filosofía sale de nuevo a la calle. Para entrar a algunas conferencias de filosofía ha habido que hacer largas colas y se ha visto colapsado el recinto previsto para celebrarlas. Aumentan las publicaciones, blogs, páginas web, programas de televisión y de radio de carácter filosófico dirigidos a un público heterogéneo, pero deseoso de pensar. Cada vez es mayor el interés por participar en diálogos, en talleres, en cafés filosóficos. Este libro puede servir de ayuda para realizar diálogos sobre cuestiones éticas, pues tiene también la pretensión de acercar la reflexión ética a la calle.

      Podríamos decir, en cierto sentido, que el libro va dirigido a todos los públicos. Era precisamente en el ágora, en la plaza pública de la ciudad, centro político, social y cultural de Atenas, donde Sócrates mantenía todos los días conversaciones filosóficas con sus conciudadanos. El derecho a pensar, el derecho a filosofar, es un derecho que tenemos todos los seres humanos. La búsqueda de la verdad, la búsqueda del sentido, la búsqueda de la sabiduría, es algo propio también de todo ser humano, no solo de un grupo de especialistas. Por ello podemos decir que todos los seres humanos son filósofos. Pero también podemos decir que se puede pensar mejor o peor. A pensar, a filosofar, también se aprende.

      Como le pasó a Sócrates, he tenido la dicha, y sigo teniéndola, de poder mantener diálogos filosóficos con mis estudiantes, con mis colegas, con amigos, con mi familia. El aula, los talleres filosóficos, el café, los textos intercambiados, las tertulias, los encuentros..., son el ágora en donde tengo la oportunidad de reflexionar y de enriquecer mi pensamiento con los pensamientos de los demás. En estos espacios aprendo mucho más que enseño. Mi agradecimiento a todas las personas que me han ayudado y me siguen ayudando a pensar. Quiero agradecer muy especialmente a mis colegas, y sobre todo amigos, Pedro Domínguez Navarro y Félix García Moriyón los comentarios, indicaciones y sugerencias que me han hecho después de leer detenidamente el manuscrito de este libro. Las conversaciones mantenidas con cada uno de ellos han sido muy interesantes y clarificadoras. Por último, quiero agradecer a Mercedes, mi compañera de vida, el ánimo y el apoyo que me ha dado, como siempre ha hecho, para realizar este trabajo.

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      ¿QUÉ HAGO CON MI VIDA,

      CÓMO DEBO VIVIR?

      ¿Por qué, por qué..., por qué?

      Una de las características de los seres humanos es que no dejamos de hacernos preguntas. Tenemos la capacidad de asombrarnos ante la naturaleza y sus fenómenos, ante acciones de otras personas, ante la belleza de un paisaje o de un cuadro..., y en esa actitud de asombro nos hacemos preguntas, y, para responderlas, nos ponemos a pensar. Para vivir necesitamos conocer las causas de los acontecimientos y dar sentido a nuestra vida, y para ello hacemos ciencia, creamos arte, filosofamos.

      Pero hay preguntas y preguntas. Si yo quiero saber por qué me duele una parte de mi cuerpo, por ejemplo, y qué debo hacer para curarme, iré a que me responda un médico. Si quiero saber cuál es el camino más corto para viajar de Madrid a Valencia, lo consultaré en una página adecuada. Si quiero saber qué debo hacer para llevar una vida saludable o mejorar mi aspecto físico, acudiré a un especialista en la materia. Hay también manuales y personas que dan consejos de cómo superar complejos de inferioridad, miedos, obsesiones. Existen también códigos de conducta, normas sociales y leyes que me dicen lo que debo hacer o no hacer en determinadas circunstancias, y, por ello, sé que debo abrocharme el cinturón de seguridad cuando circulo en un coche o que debo vestirme de determinada manera en ciertos actos sociales si no quiero ser mal visto por algunas personas.

      Pero hay también preguntas cuyas respuestas no puedo encontrar en ningún libro ni puedo acudir a nadie para que me las responda. ¿Adónde puedo acudir para responder a las siguientes preguntas?: ¿qué puedo conocer y cuáles son los límites de mi conocimiento?, ¿qué es la verdad?, ¿qué debo hacer con mi vida?, ¿qué clase de persona quiero ser?, ¿en qué clase de mundo quiero vivir?, ¿qué sentido tiene mi vida? Por supuesto que puedo preguntar a otras personas y estudiar teorías filosóficas que se han encargado de dar respuesta a esas preguntas, pero para que las respuestas me sirvan a mí debo hacerlas mías mediante la reflexión, es decir, he de pensar por mí mismo de una manera crítica y creativa. Estas son las preguntas filosóficas, preguntas abiertas que pueden tener más de una respuesta.

      Las preguntas filosóficas son importantes para todas las personas, no solo para los profesores de filosofía; sus respuestas no solo se basan en la observación de hechos, sino que son fruto también del pensamiento y del razonamiento que realizamos en diálogo con los demás. Son preguntas de interés universal. Son preguntas que tienen que ver con la realidad, el conocimiento, la verdad, la bondad, la belleza, el sentido de la vida, etc.

      Somos como naves que surcamos los mares de la vida, cuyas aguas nos sostienen y hacen posible la navegación. Esas aguas son las creencias en las que vivimos, la educación recibida, las ideas del bien y del mal que nos han sido transmitidas en la sociedad a la que pertenecemos. Forman, pues, la base de nuestra existencia. De nosotros depende, en parte, el rumbo que demos a nuestra embarcación. Pero a veces ese mar se agita, el viento levanta olas que nos dificultan llevar el timón de nuestra nave, la cual empieza a hacer aguas. Parece que el mar se abre debajo de nosotros; nuestras creencias, o parte de ellas, se tambalean, entran en crisis, nos las cuestionamos, y nos encontramos entonces en un mar dudas. Es el momento de ponernos a pensar. Es el momento de limpiar los cristales con que miramos y recobrar la mirada del niño, es el momento de hacernos preguntas. El niño, desde los primeros años de su vida, se plantea las grandes preguntas filosóficas, preguntas que tienen que ver con el origen y el final de las cosas, sobre el sentido de la vida, sobre lo que está bien y lo que está mal, etc.

      Mientras que el emperador del cuento de Christian Andersen, sus ministros y todo el pueblo alababan el traje nuevo que unos sastres tramposos y embusteros le habían confeccionado al emperador y negaban lo obvio, que el emperador iba desnudo, para así evitar ser tomados por imbéciles, solo un niño fue capaz de mirar desde su inocencia y ver la realidad y proclamarla: «¡Pero si no lleva nada!».

      Mito de Prometeo: ¿cómo nos ajustamos al mundo en que vivimos?

      Platón, un filósofo griego que vivió en los siglos V-IV a. C., en su diálogo Protágoras nos cuenta que, cuando se generaron las distintas especies animales, los dioses encargaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades para poder sobrevivir. Epimeteo se encargó de hacer la distribución, que sería revisada después por Prometeo. A unas especies las dotó de fuerza, pero no de rapidez, que la entregó a las especies más débiles. A otras les proporcionó armas, mientras que a las más débiles les dio lo que necesitaban para poder defenderse. A las que daba un cuerpo pequeño las dotó de alas para huir o de escondrijos para esconderse, en tanto que a las que dio un cuerpo grande, precisamente mediante él las salvaba. De este modo equitativo fue distribuyendo las restantes facultades, tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que, cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A continuación suministró alimentos distintos a cada especie. En una palabra, Epimeteo distribuyó a los individuos de cada especie lo que necesitaban para adaptarse al medio en que tenían que vivir y poder sobrevivir. Por ello podemos decir que los individuos de cada especie nacen adaptados al medio en que han de vivir.

      Cuando Epimeteo terminó de repartir todas las facultades que tenía entre las especies animales, se dio cuenta de que ya no le quedaba ninguna para otorgársela a los seres humanos, los cuales se quedaban desnudos, inermes, incapaces de vivir adaptados a ningún medio. Prometeo roba entonces a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofreció como regalo al ser humano. Con ella recibió este la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, ya que esta estaba en poder

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