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Palenque, Stephens intentó comprar las ruinas por 1.500 dólares, cantidad muy superior a los 50 que pagó por la lejana Copán. Pero cuando descubrió que se tenía que casar con una mujer local para cerrar el trato, renunció de inmediato a su adquisición. Los dos hombres huyeron en busca de otra ciudad maya, Uxmal, pero para su mala suerte, Catherwood cayó gravemente enfermo con fiebres y solo logró permanecer un día en el magnífico asentamiento.

      En julio de 1840, ambos regresaron a Nueva York, donde Stephens comenzó con la escritura de Incidentes del viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, un best seller al año siguiente. El libro mostraba a Stephens en su mejor momento, pues estaba escrito en un estilo narrativo muy sencillo. Era, por supuesto, un libro de viajes, pero Stephens habló de los tres sitios desde la perspectiva de alguien que está muy familiarizado con los indígenas locales. Declaró que la gente que había construido Copán, Palenque y Uxmal compartían una misma cultura. Su arte era rival de las obras más exquisitas de las civilizaciones mediterráneas y era de origen local. Stephens terminó el libro con una clara afirmación basada en sus observaciones y conversaciones con los lugareños: las ruinas que él había visto las habían construido los ancestros de los mayas.

      Stephens no era el único que escribía sobre los mayas. Su libro apareció dos años antes de que el historiador bostoniano, William H. Prescott publicara su clásico Historia de la conquista de México, en 1843. Prescott aprovechó el trabajo de Stephens y se aseguró de que se leyera mucho entre sus colegas de la academia. Entre tanto, solo quince meses después de su regreso a Nueva York, Catherwood y Stephens regresaron a América Central, determinados a pasar más tiempo en Uxmal.

      De noviembre de 1841 a enero de 1842, se quedaron en las ruinas, ocupados con el mapeo, medición y dibujo del centro maya que probablemente sea el más representativo de este estilo arquitectónico. Uxmal es famoso por sus pirámides, templos y largos edificios palaciegos. Fue la capital del Estado maya desde el año 850 hasta el año 925 d.C. Una vez más, los hombres no realizaron excavaciones, tan solo se concentraron en concebir una idea de la ciudad y de su edificio principal, el famoso cuadrángulo de las Monjas. Catherwood intentó elaborar un registro lo más minucioso posible, para poder elaborar una réplica de vuelta en Nueva York.

      A pesar de los ataques de fiebre, Stephens consiguió visitar otros sitios en las proximidades, como Kabáh. Recuperó las vigas de una puerta de madera con inscripciones de jeroglíficos, que más tarde se llevó a Nueva York. Viajaban ligeros y cabalgaron a través de la península de Yucatán. Pasaron 18 días en Chichén Itzá, que ya era famoso por su gran pirámide escalonada, El Castillo, y su enorme campo de juego de pelota. También conocieron a algunos estudiosos locales que compartieron información histórica muy valiosa con ellos.

      Catherwood y Stephens visitaron Cozumel y Tulum, lugares anotados por los primeros exploradores españoles, donde había poco que ver además de nubes enteras de mosquitos. Con todo esto, los dos viajeros regresaron a Nueva York en junio de 1842. Como era de esperar, apareció otro best seller de Stephens, Incidentes de viaje en Yucatán, nueve meses después. En los capítulos finales del libro, reafirmó que las ruinas mayas eran obra de los locales, que prosperaron hasta la Conquista española. Todas las subsiguientes investigaciones sobre la civilización maya están basadas en su conclusión directa.

      Este fue el fin de las aventuras arqueológicas de Stephens y Catherwood. Ambos regresaron a América Central para trabajar en el proyecto del ferrocarril. Sin embargo, cuando apareció la malaria se fueron. Stephens murió en Nueva York en 1852, debilitado por años de enfermedades tropicales. Catherwood falleció en un accidente de barco en el mar de Terranova dos años más tarde.

      Tuvieron que transcurrir cuarenta años para que se reanudara algún trabajo científico en los asentamientos que ellos habían documentado con palabras y dibujos. Así como Austen Henry Layard, John Lloyd Stephens estaba satisfecho con la descripción y el registro realizados y dejó la excavación a sus sucesores. Aparte de las dificultades del viaje, no tenía fondos para las excavaciones y, además, él estaba escribiendo un libro de viajes.

      La civilización maya antigua se vio engullida por la selva después de que los españoles llegaran en el siglo XV. Aun así, los descendientes modernos de aquellos que construyeron Palenque y otros grandes centros ceremoniales aún conservan muchos elementos de la antigua cultura maya, como algunas tradiciones rituales ancestrales. Con sus dibujos y publicaciones, Catherwood y Stephens se aseguraron de que la civilización maya nunca vuelva a desvanecerse en el olvido histórico.

      7

      HACHAS Y ELEFANTES

      Según el libro del Génesis: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra». Dios terminó la labor en seis días. Luego formó a un hombre, «un ser vivo». Dios puso al primer humano en el Jardín del Edén. Salían cuatro ríos del Edén, dos de ellos eran el Tigris y el Éufrates en Mesopotamia, «la tierra entre ríos».

      Y entonces, ¿qué edad tiene la humanidad? ¿Cuánto tiempo lleva existiendo la Tierra?

      Hace dos siglos la enseñanza cristiana consideraba que la historia de la creación del Antiguo Testamento era un suceso histórico real, y a partir de las Sagradas Escrituras se calculó que había ocurrido en el año 4004 a.C. Sugerir cualquier otra alternativa implicaba desafiar a las creencias cristianas, una ofensa muy grave.

      Pero también había un problema muy conflictivo con esto: ¿era posible que toda la historia humana se desarrollara en tan solo seis mil años?

      La cuestión sobre el origen de la humanidad había surgido en la mente de los eruditos desde el siglo XVI. Los anticuarios de Europa rumiaban sobre las colecciones de herramientas de piedra descubiertas en los campos arados, muchas de ellas se consideraban objetos naturales formados por rayos. Después apareció John Frere y todo cambió.

      John Frere (1740-1807) era un inglés propietario de tierras en el campo y estaba graduado por la Universidad de Cambridge, donde estudió matemáticas con cierto éxito. Se convirtió en sheriff de Suffolk y fue miembro del Parlamento desde 1799 a 1802, aunque entre sus mayores intereses destacaban la geología y la arqueología. Tenía excelentes contactos políticos y sociales. Fue elegido miembro de la Real Sociedad y de la Sociedad de Anticuarios de Londres, ambas sociedades muy instruidas en la época. Con toda certeza, un hombre encantador, dotado de una profunda curiosidad por el campo que rodeaba su hogar de Roydon Hall en Norfolk, al este de Inglaterra.

      En 1797, un grupo de albañiles descubrió hachas de piedra y huesos de grandes animales en una mina de arcilla en Hoxne, una pequeña villa a ocho kilómetros de la casa de Frere, quien cabalgó hacia allá y excavó cuidadosamente en las paredes de la fosa de ladrillo. Descubrió más hachas y los huesos de elefantes que se habían extinguido mucho tiempo atrás (ahora, claro, son animales tropicales) atrapados entre las capas estériles.

      Frere reconoció de inmediato que se trataba de algo extraordinario. Hizo lo que la mayoría de los anticuarios hacía en esa época: escribir una carta breve a la Sociedad de Anticuarios de Londres, pues sabía que muchos de sus miembros estaban interesados en el pasado. Como era costumbre, el 22 de junio de 1797 se leyó su breve informe en voz alta para todos los miembros y se publicó tres años después. Uno pensaría que se trató de un evento trivial, pero lo que Frere escribió era verdaderamente memorable. Describió sus hallazgos como «armas de guerra, fabricadas y usadas por un pueblo que no conocía todavía el metal». Hasta ese momento, no había nada particularmente impresionante, pues muchos de sus colegas creían que los antiguos britanos no poseían metal. Pero lo que escribió a continuación en el texto fue verdaderamente notable: «La situación en la que estas armas se encontraron podría sugerir que pertenecieron a un período muy remoto, incluso más allá del mundo presente».

      Las palabras de Frere entraban en conflicto directo con las enseñanzas religiosas y debieron caerle a la Sociedad de Anticuarios como un jarro de agua helada.

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