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      Viene Ester indefensa y pobre, sometida al autoritarismo (y machismo), y se presenta a Asuero sin saber el resultado de su audacia. Podría pensarse en el arrojo de la desesperación que la impulsa a tan osada acción, pero en realidad debe comprenderse como el atrevimiento de la fe y la confianza puesta en el dios fiel de Israel. La oración de Ester, del texto griego, da claridad sobre los motivos de su acción (Ester 4,17k-17z). También cabe preguntarse por la fuerza de la seducción como un arma no del todo inocente.

      En el diálogo steiniano, lo nocturno es adjetivo, cualifica la modalidad y el ambiente donde se pronuncia la palabra. Bajo la oscuridad de la noche se simboliza el tiempo del descanso y la suma del cansancio. La madre carmelita se despierta por el timbre. Pero aún más, la oscuridad es también la guerra, la persecución, la amenaza de la muerte. Sin embargo, al interior de este clima violento emerge un diálogo que hace brillar una luz de esperanza y de victoria definitiva del plan de Dios sobre la historia humana turbulenta.

      De ese modo, la noche se hace tránsito. Por una parte, es falta de luz, sin embargo, es una carencia dinámica, pues su profundidad anuncia la venidera claridad del día. En síntesis, Diálogo nocturno representa el drama de la esperanza cristiana sobre el mundo, como un hilo aparentemente frágil que conduce y sostiene el complejo entramado del devenir de la historia humana acorde al plan de Dios.

      b) Medianoche

      La presente adaptación libre sobre la obra steiniana ha surgido frente al desafío de comunicar el drama steiniano en las claves de la dramaturgia contemporánea, de manera que la obra Diálogo nocturno se convierte en el núcleo en torno al cual se desarrolla un ambiente vital biográfico con los hitos más esenciales de su autora. A esto contribuye creativamente el recurso del desdoblamiento de la misma actriz que representa sucesivamente a la reina Ester y a la madre de Edith Stein, en una metamorfosis que ocurre frente a los ojos de los espectadores. La madre carmelita de la obra original es reemplazada aquí por la misma Edith Stein, lo que crea un triángulo de protagonistas: la madre, la reina y Edith Stein como carmelita, lo que da cuenta de la óptica biográfica que adquiere relevancia para iluminar el texto base steiniano y también de cierta orientación psicoanalítica en esta comprensión del drama. A su vez, por medio de sus relatos las protagonistas traen al presente una serie de otros personajes. Entramos así en una especie de galería de espejos donde cada imagen proyecta su luz y aporta en la construcción de los mismos personajes. En los efectos especiales se ve precisamente un desfile de rostros que hace real el drama. Es notable que esta determinación de lo biográfico, lejos de restringir a lo particular, logra una capacidad de identificación universal en la medida en que cada biografía es fruto de muchas otras en una articulación infinita.

      La obra comienza cuando sor Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) escribe una carta dirigida a su madre, quien para la época de composición de Diálogo nocturno (1941) ya había fallecido. La fecha de defunción de la madre coincidió con la renovación de sus votos temporales como carmelita, en 1936. Dirigirse a su madre desde el claustro del carmelo simboliza retomar su biografía: Edith ha hecho una opción de vida que la ha separado de la fe de su madre y de su tradición religiosa y cultural. Es una ruptura que inaugura una nueva continuidad. Volverse hacia la madre puede, entonces, comprenderse como un atender a sus raíces hebreas para florecer con vigor en el aciago día del drama. Mirar hacia ella es en cierto modo retomar a la madre Israel. Edith reconoce su origen hebreo que la emparienta también con Jesús, María y la Iglesia naciente. Asumirá su destino bajo el dominio nazi como una representación de su pueblo, y ofrecerá su vida por su pueblo, que es también su nuevo pueblo, la Iglesia.

      La noche en Ciencia de la cruz de Stein

      Hay un texto de Edith Stein en Ciencia de la cruz que requiere nuestra particular atención, precisamente en la comprensión que ella hace de la noche mística sanjuanista, a partir de la “experiencia simbólica” que le ofrece la noche cósmica:

      “La noche, en cambio, es algo natural: lo contrario de la luz que a nosotros y a todas las cosas envuelve. No es propiamente un objeto en el sentido literal de la palabra. No está delante de nosotros y ni siquiera se sostiene por sí misma. No es tampoco una imagen, entendida como figura visible. Es invisible e informe. Y, sin embargo, la percibimos verdaderamente y está más próxima a nosotros que todas las formas y figuras, está más propiamente unida con nuestro ser. Como la luz penetra con sus propiedades visibles todas las cosas, de la misma manera se las traga la noche y amenaza con tragarnos a nosotros también”.

      Se trata de un texto de gran densidad, donde se destaca el aspecto informe e invisible de la noche con la amenaza que eso representa para nosotros. Lo más notable es la noche en cuanto interioridad o sus efectos:

      “Lo que en ella se hunde es algo más que nada: continúa existiendo, pero indeterminado, invisible e informe como la noche misma o como una sombra, un fantasma y, por ello, como algo amenazador. En ella no sólo está amenazado exteriormente nuestro ser por peligros ocultos en la noche, sino también interiormente afectados por la noche misma. Nos priva del uso de los sentidos, impide nuestros movimientos, reduce nuestras fuerzas y nos arroja a la soledad convirtiéndonos a nosotros mismos en sombras y fantasmas”.

      Esta noche, en definitiva, “es como un preludio de la muerte y todo esto no tiene solamente un significado vital sino también anímico y espiritual”.

      Nos parece que este texto, donde Stein busca relacionar cruz y noche, revela algunos aspectos que se desarrollan en Medianoche, en cuanto aperturas de trascendencia que suscita esta teobiografía.

      Cabe destacar que Edith Stein interpreta el símbolo de la noche como “una cosmovisión completa y una perfecta concepción del ser” de san Juan de la Cruz. Luego, hay una perspectiva filosófica fundamental. Claro está, se supone toda la riqueza del símbolo que tiende a transfigurarse él mismo en luz. Ver el mundo de noche es ver el mundo en tensión y en una apertura a lo invisible.

      Ahora bien, en este mismo texto Edith Stein reconoce en la noche cósmica y sus efectos un “doble aspecto”, que también se muestra en el simbolismo de la noche en la obra de san Juan de la Cruz, la noche iluminada y la noche oscura:

      “Frente a la noche oscura y espantosa está el embrujo de las noches de luna que la penetra con un suave y delicado resplandor. No se traga las cosas, sino que las deja brillar con aspecto nocturno. Todo lo duro, lo áspero y penetrante es moderado y suavizado y aparecen rasgos esenciales de las cosas que no se ven a la luz del día. Se escuchan también voces que el ruido del día amortigua y hace enmudecer. Mas no solamente la noche iluminada tiene sus encantos, sino que podemos igualmente encontrarlos en la noche oscura. Da fin a la prisa y al ajetreo del día y nos trae el descanso y la paz. Estos mismos efectos causa la noche, entendida en sentido anímico-espiritual. Hay también una suave claridad nocturna del espíritu en la cual el alma, libre de la esclavitud de los negocios cotidianos, se siente a un tiempo distraída y reconcentrada en una profunda armonía de su ser y de su vida entre el mundo y el trasmundo. Y hay en la paz de la noche un profundo y agradecido descanso”.

      Hay que añadir la distinción que viene haciendo acerca del triple sentido anímico, vital y espiritual que tiene la noche, lo que es acorde al carácter transformador propio del símbolo.

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