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96 grados. Eusebio Ruvalcaba
Читать онлайн.Название 96 grados
Год выпуска 0
isbn 9786074570380
Автор произведения Eusebio Ruvalcaba
Жанр Языкознание
Серия Cõnspicuos
Издательство Bookwire
¿Qué, nos vamos a la remada? —preguntó Lupe. Claro —dijo el Gus. Alquilamos una de a cincuenta pesos la hora. “La número veinticinco”, me acuerdo que dijo el encargado, “está hasta el final”. ¿Qué se imaginan ustedes, que el Gus se iba a poner a remar? Pues no; nos dijo: “Muchachas, remen para su sultán y llévenlo a pasear por el Mar Negro”. El Gus se sentó atrás de nosotras y nos empezó a decir un-dos, un-dos, un-dos, y nosotras ahí, como pudimos, le fuimos dando hasta alejarnos de la gente y quedarnos solitos por la otra orilla. Entonces, en un tono muy galán, que nos dice —y de esto sí me acuerdo muy bien porque estaba yo en mis cinco, como si lo estuviera viendo: “Mamacitas, volteen, muñecotas”. Bueno, y que volteamos y nos llevamos la sorpresa del año: el Gus se había bajado los pantalones y los calzones hasta las rodillas y nos estaba enseñando un pito grande, bien parado y bien tieso. Lupe no supo ni qué decir, nomás suspiró bien hondo. Yo sí. Le dije: ¿me dejas tocarlo? Pero con cariño, mamacita, me dijo. ¡No, yo primero!, y se abalanzó mi hermana. Y lo empezó a acariciar a morir y a mí me entraron una envidia y una desesperación espantosa y le dije que me dejara tocarlo, que por favor, que me estaba volviendo loca. Espérate, mi reina, que tu hermanita lo está gozando ahorita, no estés jodiendo, me gritó el Gus. Y me desesperé más y entonces me dije: debe compartirlo, a fuerzas. Y entonces me acordé y abrí mi estuche de costura, saqué las tijeras y les grité que o me daban chance o que por Diosito que está en los cielos que se las enterraba. Cálmate, espérate, sí, cómo no, dijo el Gus. Tranquila, tranquila, me siguió diciendo, me dijo que soltara las tijeras, que con esas cosas no se jugaba. Apartó a la Lupe y con mucha tranquilidad, sin dejar de mirarme —porque tenía una mirada, así, como que imponía—, se fajó, fue hasta mí, me las quitó y las echó al agua. Y la Lupe como siempre, como burra, sin decir ni hacer nada. Entonces el Gus dijo que había sido suficiente, que ahí moría, que a él no le gustaba tener problemas porque él era un buen chico —así dijo, un buen chico—, y que nosotras dos íbamos a acabar por ser un problema para él y que se le podía venir abajo su asunto de la gubernatura del estado que tenía pendiente. Entonces se sentó y se puso a remar para atrás y mi hermana le preguntó muy quejumbrosa que si ya no eran novios, y el Gus le dijo que qué novios ni qué naranjas, que si mejor no quería su nieve de limón. Y entonces yo me armé de valor y le pregunté que qué pasaba con la promesa del pito y él me dijo que al carajo, que qué pito ni qué madres, y que no lo siguiera molestando que ya había tenido suficiente susto, y que nos lo repetía, que ahí moría, que él era hombre de una sola palabra. ¿Ah sí? A mí me vas a dar porque me das, le dije. Y en un santiamén me subí la falda y me bajé los calzones y n’hombre, orita no, nunca, forgueret, fue su comentario. ¿No?, y que me empiezo a tallar, pero ora sí con más fuerza y más cariño porque lo tenía enfrente y al ratitito noté cómo le empezaron a cambiar los ojos, y yo cada vez más mojada y por fin el Gus que suelta los remos, que dice “hija de tu madre, mira nomás qué buenota estás”, y que me la deja ir hasta adentro, así, sin más ni más. Quién carajos se iba a acordar de mi virginidad en ese momento.
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